Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V


    Hija de Eduardo Farnesio y de Dorotea Sofía de Neoburgo, nació en Parma el 25 de octubre de 1692. Pasó los primeros años de su vida en su ciudad natal, donde creció rodeada de comodidades. Apenas conoció a su padre, puesto que éste murió en el año 1693, cuando la joven contaba aproximadamente con un año, motivo por el cual Isabel pasó a estar en primer lugar bajo la tutela de su abuelo, el duque Ranuncio II, y poco después bajo la de su tío, el duque Francisco, que se convirtió en su padrastro tras contraer matrimonio con su madre.

    Isabel cursó estudios de gramática, retórica, historia y geografía. Además de aprender diferentes idiomas, llegando a dominar siete lenguas, entre ellas, además del castellano, el latín, el francés y el toscano. Tuvo también una notable formación artística, recibiendo desde su infancia clases de baile, de música y de pintura, actividad esta con el maestro Avanzini.

    Debido a que ninguno de sus tíos tuvo descendencia, recibió el título del ducado de Parma en el año 1727.

    Isabel no tenía muchas posibilidades de contraer matrimonio con ningún miembro de la realeza europea, ya que durante su adolescencia la viruela había afeado notablemente su rostro, pero esta situación cambió el 14 de febrero de 1714, momento en el que falleció María Luisa de Saboya, primera esposa de Felipe V. Tras la muerte de la reina tanto la princesa de Ursinos como Jean de Orry, fueron conscientes de la necesidad que tenía el monarca español de contraer nuevas nupcias, ya que, Felipe V tenía 30 años y por tanto era todavía un hombre joven.

    A pesar de la oposición de la princesa de Ursinos, el futuro cardenal Alberoni presentó a Isabel de Farnesio como una "princesa sumisa, obediente, sin deseos de mando, a la que no le gusta mezclarse en los negocios de la nación ni en las intrigas que rodean al trono (…)" y añadió para eliminar todas las dudas de la Ursino, que sólo se trataba de "una buena muchacha, regordeta, saludable y bien alimentada… acostumbrada a no escuchar otra cosa que no se refiera a la costura y el bordado". Dicha descripción debió convencer a la princesa de Ursinos, que ejerció toda su influencia para que Felipe V aceptara a la que ella consideraba la candidata ideal.


    Culminadas las negociaciones, el compromiso oficial quedó sellado a mediados del año 1714 para gran satisfacción de Alberoni y del duque de Parma. Isabel se mostró muy satisfecha emprendiendo la marcha hacia España, donde Felipe V la esperaba impaciente. Durante su largo viaje aprovechó para visitar a su tía materna, Mariana de Neoburgo, la viuda de Carlos II, la previno sobre la princesa de Ursinos, Isabel tras su llegada a España, se encontró en Jadraque con la princesa el 22 de diciembre de 1714, tras la cual, logró que la princesa de Ursinos abandonara para siempre el país. No hay duda que la nueva reina supo imponer su autoridad desde el principio. Pocos días después, el 24 de diciembre, se celebró en Guadalajara la boda de Felipe V y de su segunda esposa, que rápidamente se ganó el cariño de los españoles, que creían que la nueva reina sería capaz de eliminar del gobierno a los miembros del partido francés. Por un tiempo vieron cumplidas sus expectativas, ya que 7 de febrero de 1715 fueron despedidos del gobierno Orry y Macanaz, colocando en su lugar a sus favoritos italianos.

    La nueva reina desde un principio expresó delante de su esposo sus opiniones políticas, que fueron escuchadas atentamente por el monarca, que no podía separarse de ella en ningún momento, motivo por el cual Isabel acudía de forma asidua a los consejos en los que participaba su marido.

    En el plano personal también supo ganarse el favor de su esposo, uno de los factores indicativos de las buenas relaciones personales que mantuvieron Isabel y su esposo es el nacimiento de sus siete hijos, ya que en opinión de algunos biógrafos el monarca era muy activo sexualmente y la reina siempre intentó complacerle en este sentido. La numerosa prole siempre contó con el firme apoyo de su madre, la cual se desvivió por asegurar su futuro. Todos los que sobrevivieron a la edad infantil lograron una sólida posición, así el infante Carlos nacido en 1716 fue nombrado rey de Nápoles y Sicilia antes de ocupar el trono de España; la infanta María Ana Victoria nacida en 1718 contrajo matrimonio con el rey de Portugal José I; el infante Felipe nacido en 1720 recibió de manos de su madre el título de duque de Parma; la infanta María Teresa nacida en 1726 contrajo matrimonio con el delfín de Francia Luis de Borbón; el infante Luis Antonio nacido en 1727 fue nombrado arzobispo de Toledo, aunque años después renunció a este cargo tras recibir el condado de Chinchón y por último habría que mencionar a la infanta María Antonia Fernanda, la cual fue la esposa del duque de Saboya Víctor Amadeo III.

    Por lo que respecta a las relaciones que mantuvo Isabel con los hijos habidos en el primer matrimonio de Felipe V, hay que señalar que si bien en todo momento la reina se mostró cordial con Luis, el heredero al trono que llegó a gobernar unos meses; siempre sintió una profunda antipatía por el futuro Fernando VI, como lo prueba el hecho de que se mostrara reacia a que éste formara parte del Consejo de Estado, lo cual dificultó enormemente que el heredero se familiarizara con las distintas instituciones políticas del reino.


    Los últimos años de la vida de Felipe V estuvieron marcados por su profunda inestabilidad mental, lo cual no fue un impedimento para que Isabel pasara la mayor parte de su tiempo con él, como había hecho desde que contrajo matrimonio. Pero Isabel no pudo o no quiso congraciarse con el heredero, por lo que tras producirse la muerte del rey el 9 de julio de 1746, ésta se vio obligada a retirarse de la vida pública. Desde julio de 1746 hasta agosto de 1759 Isabel llevó una vida ordenada en el Palacio de La Granja en Segovia, donde había pasado largas temporadas junto a su esposo. Finalmente en agosto de 1759 Isabel abandonó su retiro ya que tras la muerte de Fernando VI, el nuevo monarca, Carlos III, pidió a su madre que se ocupara de los asuntos del gobierno en calidad de regente. Así entre los meses de agosto y diciembre Isabel preparó la llegada de su hijo, el cual se mostró muy complacido por la labor de ésta, la mantuvo junto a él mientras la reina viuda tuvo fuerzas.

    Isabel de Farnesio murió en el palacio real de Aranjuez a la edad de 73 años, el 11 de julio de 1766, tras haberse retirado de la vida pública algunos meses antes, llena de achaques por su avanzada edad. Sus restos mortales fueron depositados junto a los de su esposo en la colegiata del Palacio de La Granja.


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