Carlos II rey de España desde 1665 a 1700
Nacido el 6 de noviembre de 1661 en el antiguo Alcázar de Madrid, era hijo de Felipe IV y de su sobrina Mariana de Austria, tiene cuatro años cuando muere su padre en 1665, el testamento daban la gobernación del reino a doña Mariana, asesorada por los Consejos de Castilla y Aragón, el Inquisidor General, el arzobispo de Toledo y un grande de España. Fue Carlos un niño débil y enfermizo, superando los primeros años gracias a las atenciones de su madre y su aya, María Engracia de Toledo. Esta debilidad física, junto con una corta inteligencia rayana en la idiocia han sido atribuidas a los excesos de consanguinidad matrimonial entre los Austrias. El nuncio pontificio Millini le describe así: “El rey es más bien bajo qué alto, flaco, no mal formado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara larga, la barbilla larga y como encorvada hacia arriba; el labio inferior típico de los Austrias; ojos no muy grandes, de color azul turquesa y cutis fino y delicado. Mira con expresión melancólica y un poco asombrada. El cabello es rubio y largo, y lo lleva peinado hacia atrás, de modo que las orejas quedan al descubierto. No puede enderezar su cuerpo sino cuando camina, a menos de arrimarse a una pared, una mesa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia”. El rey recibió una pésima educación por parte de sus preceptores, entre los que se encontraba el intrigante Ramos del Manzano. Rey desde los cuatro años, a los nueve no sabía leer ni escribir.
Mariana de Austria se apoyó desde el inicio de su regencia en su confesor, el jesuita alemán Everardo Nithard, a quien la reina nombró Inquisidor General y miembro de la Junta de Gobierno desde 1666. Esto no gustó a la nobleza y favoreció las aspiraciones de don Juan José de Austria, que no se resignaba a verse apartado del poder.
Los desastres de la política exterior con la Paz de Aquisgrán impuesta por Francia tras la llamada Guerra de Devolución, y la inestabilidad interna sirvieron a los propósitos de don Juan José, quien el 31 de enero de 1669 marchó desde Aragón en dirección a Madrid, lo que, propició la caída de Nithard. Tampoco entonces don Juan José fue admitido para hacerse cargo del gobierno, un nuevo privado de la reina, Valenzuela, inició entonces una fulgurante carrera política que le convirtió en el personaje más influyente de la corte. El testamento de Felipe IV establecía que Carlos II tomaría las riendas del poder al cumplir los 14 años, en 1675. En ese momento, la regente presentó a su hijo un escrito exponiéndole que era preciso mantener la regencia aún durante dos años. Su hijo se negó a aceptar tal enmienda y reclamó sus derechos como rey, al parecer instigado por su confesor, Montenegro, y por su hermano don Juan José, al que se había avisado que se preparara en las cercanías de Madrid. La reina madre ejerció nuevamente su ascendiente sobre el rey y consiguió que éste aceptara alejar a don Juan José de Madrid, y lo enviara a Aragón. A partir de ahí la Junta de Gobierno se encontraba reducida a dos miembros: Villaumbrosa y Navarra, que pretendieron alejar del poder a Valenzuela, sin que la reina madre lo permitiera más que momentáneamente. Esta vía se rompió en septiembre de 1676, cuando Valenzuela fue nombrado primer ministro y disolvió la Junta de Gobierno. La alta nobleza acogió muy mal el nombramiento del que consideraba un advenedizo y reclamó el regreso de don Juan José de Austria, moción que apoyaban el Consejo de Estado y el de Castilla. Carlos II, por su parte, deseaba también la vuelta de su hermano, por el que sentía gran afecto. Ante esto, Valenzuela huyó de Madrid y don Juan José hizo su entrada triunfal en la capital en enero de 1677. Valenzuela fue detenido y la reina madre alejada de la corte. Don Juan José pudo entonces hacerse cargo del gobierno de la monarquía durante casi tres años, hasta su muerte el 17 de septiembre de 1679.
Desde la muerte de don Juan José, Carlos II entregó el poder a diversos ministros, la reina madre, que había permanecido confinada en Toledo, fue llamada nuevamente a la corte por su hijo. La pugna por el poder separó dos partidos cortesanos: el adicto a doña Mariana de Austria, dirigido por el duque de Frías, y el partido nacional o donjuanista, encabezado por el duque de Medinaceli. Finalmente, Carlos II eligió como primer ministro a este último, hombre poderoso pero de escasa capacidad política. El duque de Medinaceli trató de continuar la política emprendida por don Juan José. Pero las derrotas exteriores (Paz de Ratisbona) y su irresoluble enemistad con la reina provocaron de nuevo la caída de Medinaceli en 1685. El gobierno de Medinaceli, en el plano internacional, siguió siendo tan inoperante como el de sus antecesores. Luis XIV se impacientaba por apropiarse de los dominios españoles y, pretextando el incumplimiento de los Acuerdos de Nimega, tomó Courtrai y Dixmude en 1683. Ello provocó una nueva declaración de guerra contra Francia, a pesar del agotamiento español. El ejército francés invadió Cataluña, llegando a poner sitio a Gerona, mientras la verdadera guerra se desarrollaba en Luxemburgo. Las victorias francesas en el frente alemán precipitaron la firma de la paz separada por el emperador y Holanda, aliados de España, en 1684. España se vio así abandonada y tuvo nuevamente que someterse a las exigencias francesas. El Tratado de Ratisbona de agosto de 1684 entregó a Francia la plaza de Estrasburgo durante veinte años y la renuncia total de España a Luxemburgo, plaza que era la clave de la defensa de los Países Bajos, a cambio de la devolución de Courtrai y Dixmude.
Sustituyó a Medinaceli al frente del gobierno el conde de Oropesa, que se mantuvo en el poder hasta junio de 1691. Obra de Mariana de Neoburgo fue la caída de Oropesa, por haber defendido la candidatura la candidatura de una princesa portuguesa al matrimonio con Carlos II. En un principio Carlos II se resistió a destituirle, pero finalmente las presiones de su madre consiguieron su objetivo y el 27 de junio de 1691 Oropesa fue separado del gobierno. Oropesa, propició una estrecha alianza con Austria, Suecia y el Imperio alemán que se plasmó en la Liga de Augsburgo en junio de 1680. En 1689 Luis XIV atacó Flandes y Cataluña por tierra, mientras por mar hostigaba las costas mediterráneas y las Antillas. En 1690 el ejército francés venció a los aliados en la sangrienta batalla de Fleurus, iniciando una ofensiva en los Países Bajos que los ejércitos español e inglés fueron incapaces de contener. En Cataluña la guerra fue también desfavorable para España, ya que perdió las villas de Camprodón y Urgel.
Tras la sustitución de Oropesa se creó una Junta de Gobierno constituida íntegramente por personajes del partido austriaco (“junta de los embusteros”), frente a ella, la “compañía de los siete justos”, grupo de nobles y legistas que abogaban por la puesta en marcha de una profunda reforma institucional y por la firma de una paz separada con Luis XIV que pusiera fin a una guerra desastrosa. Estos consejos fueron desoídos por el rey, sometido a la influencia del partido austriaco.
Las tropas francesas ocuparon Barcelona en 1697, las continuas derrotas dieron paso a las negociaciones de paz, Acuerdo de Ryswick en 1697. Luis XIV devolvió todas las conquistas hechas en los territorios españoles, accedió tan generosamente porque en toda Europa había comenzado el movimiento diplomático para dirimir la sucesión española, cuando resultó evidente que Carlos II moriría sin herederos.
Desde antes de la mayoría de edad de Carlos II se estaba buscando el matrimonio del rey ante la posibilidad de que muriera pronto. En un principio se pensó en la hija del emperador Leopoldo, pero se desecho por ser demasiado joven. Tras la Paz de Aquisgrán en 1668, se pensó en María Teresa, hija de Luis XIV y de la infanta española del mismo nombre, y María Luisa, hija de los duques de Orleáns. La escogida fue María Teresa, pero esta murió en 1672. Don Juan José de Austria decidió que su hermano se casara con María Luisa de Orleáns, el papa Inocencio XI dio las dispensas, celebrándose la boda en Fontainebleau en agosto de 1679, pero su temprana muerte en 1689, abrió de nuevo el problema matrimonial. En marzo de ese mismo año, se acordó el matrimonio con Mariana de Neoburgo, de la casa de Austria.
En el mes de septiembre de 1698, el cardenal Portocarrero, consiguió que Carlos II nombrara heredero a José Fernando de Baviera, bisnieto de Felipe IV, Mariana rompió el testamento regio, anulando todas sus disposiciones. José Fernando de Baviera murió en febrero de 1698 produciendo el definitivo enfrentamiento entre los partidos austriaco y francés, el primero apoyando a Carlos de Austria y el segundo a Felipe de Anjou.
Llegamos aquí al asunto del hechizamiento del rey, del que el propio Carlos II estaba convencido, pidiendo, el mismo, a la Inquisición que, averiguara las causas de su mal. El confesor real, fray Froilán Díaz, de acuerdo con el inquisidor Rocaberti, llamó a un famoso exorcista asturiano, fray Antonio Álvarez Argüelles, para al demonio si el rey estaba hechizado. Al parecer Lucifer contestó que sí y el exorcista determinó como remedio, que el rey tomase diariamente en ayunas un cuartillo de aceite bendecido. El rey se sometió dócilmente a tal prescripción, que debió ser un factor determinante en su rápido deterioro físico. Los demonios del padre Argüelles hablaban, sospechosamente, alemán. El partido austriaco se inquietó y desde Viena fue enviado un capuchino, fray Mauro de Tenda, para que a su vez interrogara a los demonios que, naturalmente, eran todos franceses. El hechizamiento del rey supuso un esperpéntico escándalo tanto en España como en las cortes europeas. Finalmente la reina Mariana de Neoburgo, que no salía bien parada en las manifestaciones de los demonios, decidió poner fin a tanta superchería y mandó encarcelar al confesor real y a Tenda, que tuvieron que afrontar un proceso inquisitorial. En 1700 los intensos debates y la al parecer inminente muerte del rey hicieron que el Consejo de Estado se decantara por la sucesión francesa de Felipe de Anjou, opción que apoyó el papado. El 11 de octubre de 1700 Carlos II, con la salud ya muy quebrantada y a instancias del cardenal Portocarrero, nombró sucesor al pretendiente francés. Con la prohibición de que las coronas de Francia y España llegaran a unirse. Tres semanas más tarde, el 1 de noviembre, moría el último de los Austrias españoles. Fue enterrado en El Escorial.
Ramón Martín
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