Alejandro I, zar de Rusia (1801 a 1825)

 


Nacido en San Petersburgo, el 23 de diciembre de 1777, fue hijo de Pablo I y de su segunda esposa, la princesa alemana María Fiódorovna. Durante toda su vida tuvo unas tendencias contradictorias en su carácter, que influyeron en su carácter y, como consecuencia, en las fluctuaciones de su política y, a través suyo, del destino del mundo. 

El 23 de marzo de 1801, Alejandro llegaba al trono como consecuencia del asesinato de su padre. Los conspiradores le habían permitido entrar en su círculo, asegurándole que no iban a matar al zar Pablo, sino solo forzarlo a abdicar, para que Alejandro tomara el poder. Al no cumplirse lo asegurado, Alejandro se culpabilizaba de haberse convertido en emperador por aquel crimen. Esto explica su inclinación hacia la Iglesia Ortodoxa y sus políticas conservadoras. Desde el principio mostró su intención a desarrollar un papel importante en la escena mundial, poniendo todo su celo en dicha tarea. Retuvo a algunos de los viejos ministros que sirvieron al derrocado emperador, uno de sus primeros actos fue el nombramiento del Comité Privado, formado por jóvenes y entusiastas amigos suyos, con el objeto de dar iniciar las reformas internas. El liberal Mijaíll Speranski se convirtió en uno de sus más cercanos consejeros. La codificación de las leyes iniciada en 1801 no terminó de llevarla a cabo; tampoco se hizo nada para mejorar la situación con el campesinado ruso; además, la constitución esbozada por Mijaíll Speranski, aprobada por el emperador quedó sin firmar por parte de Alejandro. En cuanto a su carácter, poseyó de las características de un tirano, como desconfiar en la capacidad de su pueblo para poder opinar. También le faltó el primer requisito para ser un soberano reformista: la confianza en sus súbditos.

Pero a pesar de algunos fracasos durante su reinado, se llevaron a cabo ciertas reformas, aunque fueron interferidas, en muchos casos, por el monarca y sus funcionarios. El Consejo de ministros y el Consejo de Estado, bajo el gobierno de un Senado, dotados, por primera vez, de ciertos poderes, se convirtieron en simples instrumentos en manos del zar y sus favoritos. El sistema educativo que reconstruyó o fundó las universidades de Dorpat, Vilna, Kazán y Járkov, fue estrangulado por el Orden y la Piedad Ortodoxa. Mientras, las colonias militares que Alejandro había proclamado como una bendición para soldados y Estado, eran constituidas por poco preparados campesinos y militares crueles; incluso la Sociedad de la Biblia, a través de la cual Alejandro, guiado por su ardor evangélico, se había propuesto bendecir a su pueblo, fue conducida con las mismas líneas crueles de actuación. El arzobispo de la Iglesia Católica y los Ortodoxos se vieron forzados a servir en estos comités junto a pastores protestantes y predicadores, con la intención de hacer respetar los textos tradicionales, y recordando que, cualquier intento de trasgresión de estos era pecado mortal. Pronto, los comités se convirtieron en instrumentos indeseados de lo que ellos mismos llamaron el trabajo del Demonio. A pesar de las presiones, no pudo derogar la servidumbre, una reforma que él mismo apoyaba, pero con el miedo de provocar a los nobles. La servidumbre era un problema antiguo, y fue el principal obstáculo para que Rusia viviera la Revolución Industrial que se estaba llevando al cabo en el Occidente.

 


Las cuestiones de política europea atraían mucho más a Alejandro I que las reformas internas que, en el fondo, dañaban a su orgullo, pues demostraban los estrechos límites de su poder absoluto. Al día siguiente de ocupar el trono, había revertido la política de Pablo, denunciando a la Liga de Neutrales, y firmando, en abril de 1801, la paz con el Reino Unido, al mismo tiempo que iniciaba negociaciones con Francisco I; entabló en Memel una alianza con Prusia, aunque no fuera por motivos políticos, como se jactaba en decir, sino por la amistad que le unía al joven rey Federico Guillermo III y su bella esposa Luisa de Mecklenburgo-Strelitz. Esta alianza fue interrumpida, en octubre de 1801, por la breve paz con Francia; durante un tiempo pareció que Rusia y Francia podrían ponerse de acuerdo. Llevado por el entusiasmo de Laharpe, que había regresado de París, empezó a proclamar abiertamente su admiración por las instituciones francesas y por la persona de Napoleón Bonaparte. Sin embargo, pronto hubo un cambio, pues Laharpe, después de una nueva visita a París, presentó al Zar sus reflexiones sobre la verdadera naturaleza del consulado vitalicio, con lo cual a Alejandro se le levantó la venda de sus ojos y le revelaron a un Bonaparte que no era un verdadero patriota, sino sólo el más famoso tirano que el mundo había producido. Su desilusión se completó con el asesinato del duque de Enghien. La corte rusa se puso de luto por el último de los Príncipes de Condé, y se cerraron las relaciones diplomáticas con París.

Después del Congreso de Viena de 1814, que reordenaba el escenario europeo tras el periodo napoleónico, Alejandro I patrocinó la Creación de la Santa Alianza en setiembre de 1815 al aliarse con Austria y Prusia en la defensa del régimen monárquico y antiliberal.

Alejandro contrajo matrimonio el 28 de septiembre de 1793 con Luisa de Baden (bautizada como Elizaveta Alekséyevna) con quien solamente tuvo dos hijas, que murieron en su niñez. Alejandro I falleció el 1 de diciembre de 1825 en Taganrog y su tumba, que fue abierta en 1926 y se encontró vacía, se halla en San Petersburgo. La muerte del zar estuvo cubierta de sospechas, pues, supuestamente, murió durante un viaje a Crimea, circulando el rumor de que había fingido la muerte para retirarse a hacer vida de eremita (bajo el nombre de Fiódor Kuzmich).


Los interesados

podéis adquirirlos

en los siguientes enlaces:

Tapa blanda (8,32€)

Versión Kindle (3,00€)

 

 

 




Ramón Martín


Comentarios

Entradas populares