María Fiódorovna, segunda esposa de Pablo I, zar de Rusia
Sofía
Dorotea de Wurtemberg, nació en Stettin, el 25 de octubre de 1759. Era hija del
duque Federico II Eugenio de Wurtemberg y de la princesa Federica de
Brandeburgo-Schwedt. Era la mayor de ocho hermanos: cinco varones y tres
mujeres Tuvo una educación muy esmerada, mostrando un gran interés por las
artes. A esto hemos de añadir su atractivo físico y su carácter agradable, junto
a sus maneras elegantes. Todo acumulaba una gran cantidad de virtudes que
deberían proporcionarle un buen matrimonio.
En
1773, Sofía Dorotea fue una de las princesas alemanas candidatas a casarse con
el heredero al trono ruso, el zarévich Pablo,
hijo de Catalina
II de Rusia.
Para entonces, Sofía tenía catorce años, por lo que la elegida fue Guillermina de
Hesse-Darmstadt (Natalia Alekséievna), que tenía una edad
más apropiada. Razón por la que Sofía fue prometida al príncipe Luis de Hesse-Darmstadt,
hermano de Guillermina, esposa de Pablo, pero al fallecer ésta en 1776, el rey Federico
II de Prusia propuso a Sofía como la candidata ideal para ser la
segunda esposa de Pablo. A cambio, el príncipe de Hesse-Darmstadt recibió
una compensación monetaria cuando se rompió el compromiso. Sofía fue llamada a
Berlín por Federico II, donde se les reunió el zarévich. Allí, durante una cena
de gala, dada por el monarca prusiano para agasajar a Pablo, fue donde se vio
la pareja por primera vez. A pesar de que Pablo no era lo que se puede decir
guapo, Sofía quedó bastante satisfecha con su destino. Así que, nada más llegar
a San Petersburgo, adoptó la confesión ortodoxa, tomando el título de gran
duquesa de Rusia y cambiando su nombre por el de María Fiódorovna.
María
Fiódorovna nunca cambió sus buenos sentimientos hacia su marido, a pesar de su
difícil carácter, que lo hacía a veces tiránico y cruel con los que lo
rodeaban. Catalina II quedó encantada con su nuera, aunque esa relación, pronto
se enfrió, puesto que, María siempre se ponía de lado de su marido cuando había
discrepancias entre madre e hijo. En diciembre de 1777, María dio a luz a su
primer hijo, el futuro zar Alejandro I y Catalina se llevó al niño a sus dependencias palaciegas para criarlo
fuera de las interferencias de sus padres. Esto mismo hizo cuando nació el
segundo hijo de la pareja en abril de 1779, lo que causó gran amargura y
resentimiento en María, puesto que solo podía ver a sus hijos en una visita
semanal. Se volcó en la decoración del palacio de Pávlovsk, regalo de
Catalina como celebración por el nacimiento de su primer hijo.
Catalina
permitió a la pareja emprender un viaje por Europa Occidental, así en, en 1781,
bajo los pseudónimos de conde y condesa Severny, viajaron durante cuatro
meses, tiempo en el que, sorprendieron a todos, al mostrar públicamente su
amor. Cuando volvieron, María prestó toda su atención a Pávlovsk, naciendo su
primera hija, Alejandra Pávlovna Románova. Para celebrar el acontecimiento,
Catalina II les regaló el palacio de Gátchina. La emperatriz les
permitió que educaran a sus hijas, así como a los varones que nacieron
posteriormente, un total de diez hijos. Durante el largo reinado de Catalina,
María y Pablo permanecieron aislados en Gátchina, lo que unió aún más a
la pareja. María supo moderar el carácter de su marido, teniendo una gran
influencia sobre él. Pero, surgiría un problema: la excesiva confianza entre
Pablo y Catalina Nelídova, dama de compañía de María —aunque Pablo asegurara
que era simplemente amistad—, fue la causa de la primera ruptura matrimonial.
Tras
veinte años en la sombra, la muerte de Catalina II en 1796 elevó a María
Fiódorovna al rol de emperatriz consorte. Mientras vivió Catalina, María no
había interferido en los asuntos de Estado, al igual que Pablo; pero con la
ascensión al trono de su marido, ella se animó a acercarse a la política,
primero tímidamente, pero acrecentando su participación progresivamente. Su
influencia sobre su marido fue grande, y beneficiosa, aunque, posiblemente, abusara
de su poder para proteger a sus amigos y perjudicar a sus enemigos. Se la tenía
como una mujer de excelente gusto, decorando los palacios de Gátchina,
de Tsárskoye Seló, el palacio de Invierno en San Petersburgo y el
Hermitage. También amaba las artes a las que protegió con generosidad; fundó
escuelas para mujeres, así como numerosas organizaciones benéficas.
La
relación de la pareja se deterioró mucho en los últimos años de la vida de
Pablo; esto se debió a que, al poco de dar a luz María a su décimo y último
hijo en 1798, su marido se encontraba encaprichado de una joven de diecinueve
años llamada Ana Lopujiná, aunque siempre alegó que la relación era de carácter
paternal. Pablo murió asesinado el 12 de marzo de 1801. En la noche del
asesinato, María quiso imitar a Catalina II intentando proclamarse emperatriz,
pero su hijo mayor, Alejandro I, la convenció para abandonar sus pretensiones.
Durante algún tiempo, cuando su hijo iba a visitarla, María lo recibía en un
ataúd, llevando el camisón manchado de sangre que había llevado Pablo el día de
su muerte; era un silencioso reproche; aunque pronto la relación entre madre e
hijo volvió a la normalidad, y María de cuarenta y dos años, volvió a ocupar su
posición en la corte. María alcanzó un mayor rango que el de la propia
emperatriz, además de seguir controlando todas las instituciones caritativas,
así como el banco de préstamos, que suponía grandes ingresos, lo que le
permitía vivir con gran lujo. Perpetuando la tradición de Catalina II, asistía
a desfiles con uniforme militar, llevando el cordón de una orden sobre su
pecho. Su elegancia, sus grandes recepciones, donde vestía suntuosamente,
rodeada de damas de compañía y de chambelanes, contrastaban con la simple vida
cortesana del zar Alejandro I.
El
futuro de sus hijas y la educación de sus tres hijos más jóvenes la ocuparon en
sus primeros años de viuda. Fue una buena madre, y a pesar de que Catalina les
arrebató a sus hijos mayores al poco de nacer, María Fiódorovna mantuvo con
ellos una relación tan abierta como con sus otros hijos.
La
importancia del papel político de la emperatriz viuda hizo que su palacio de
Pávlovsk se convirtiera en lugar de encuentro de los más importantes
personajes de San Petersburgo. Se opuso vehementemente al acercamiento entre su
hijo con Napoleón Bonaparte, por lo que, cuando este pidió en
matrimonio a su hija Ana Pávlovna, rehusó categóricamente. Su corte fue el
centro de las conjuras antinapoleónicos durante las guerras mantenidas con el
Imperio francés, siendo una enemiga declarada de Bonaparte.
Con
cincuenta años aún conservaba parte de su frescura juvenil. Sobrevivió a cinco
de sus hijos, incluyendo al mayor de ellos y a su esposa Isabel Alekséyevna (Luisa de Baden), viendo
la ascensión al trono de su tercer hijo, Nicolás I, y fue una figura esencial en la
educación de su nieto, el futuro Alejandro II. Tras su muerte en San Petersburgo el 5 de
noviembre de 1828, su memoria fue reverenciada por sus descendientes. Las
posteriores zarinas la tomaron como modelo a la hora de ejercer sus funciones.
Su palacio de Pávlovsk fue conservado como ella lo había dejado; se lo
dejó a su hijo Miguel, pasando después a la rama de los Constantínovich, a
quienes se lo arrebató la Revolución de 1917.
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Ramón Martín
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