Luisa de Baden, esposa de Alejandro I, zar de Rusia
Luisa de Baden, nació en Karlsruhe, el
24 de enero de 1779, como la Princesa Luisa María Augusta de Baden, de
la Casa de Zähringen. Fue la tercera de siete hijos de Carlos Luis, príncipe heredero
de Baden, y su esposa, la landgravina Amalia de Hesse-Darmstadt. Al
nacer, era tan pequeña y débil que los médicos temieron que no sobreviviera. Creció
en un entrañable entorno familiar, permaneciendo muy unida a su madre, con
quien mantendrá una correspondencia íntima hasta su muerte. Recibió una
educación esmerada en la corte de Baden, hablando y escribiendo tanto en francés
como en alemán; estudió historia, geografía, filosofía y literatura francesa y
alemana. Debido a que su abuelo, el margrave reinante de Baden, no era rico, la
familia vivía modestamente, según los estándares reales.
Catalina
la Grande
buscaba esposa para su nieto mayor, el futuro Alejandro I,
y se fijó en las princesas de Baden, que eran sobrinas de la reina Federica
Luisa de Prusia y de la difunta gran duquesa Natalia
Alekséievna,
quien había sido la primera esposa del zarévich Pablo. Razón por la cual,
una alianza con Prusia y varias casas reales alemanas con las que estaban
estrechamente emparentadas sería de un resultado beneficioso. Tras una
impresión favorable, Catalina invitó a Luisa y a su hermana menor Federica a
Rusia, y en el otoño de 1792, las dos hermanas llegaron a San Petersburgo. La
emperatriz estaba encantada con Luisa por su belleza, encanto y honestidad. Mientras,
Luisa se fue sintiendo atraída por Alejandro, el cual, al principio, se mostró
tímido con su futura esposa, algo que ella confundió con antipatía; esta
situación duró poco y la joven pareja se encariñó, comprometiéndose en mayo de
1793. Luisa aprendió ruso, se convirtió a la Iglesia Ortodoxa, adoptó el título
de Gran Duquesa de Rusia y cambió el nombre de Luisa María Augusta por el de Isabel
Alexéievna. La boda se celebró el 28 de septiembre de 1793; Isabel solo
tenía catorce años; su esposo era un año mayor. Isabel Alexéievna no estaba
preparada para su nueva posición, estaba abrumada por el esplendor de la corte
rusa y asustada por las intrigas que allí se libraban; le horrorizaban las numerosas
intrigas sexuales de su alrededor en una corte donde el adulterio era una forma
aceptada. La propia emperatriz Catalina, dio ejemplo del libertinaje, y su amante,
Platón Zubov, incluso intentó seducir a Isabel.
La Gran Duquesa se
sentía sola y añoraba su hogar, sobre todo tras partir de regreso su hermana Federica
de Baden, por lo que Isabel se sintió abandonada en un mundo extraño
donde jamás podría ser ella misma; siendo la relación con Alejandro su único
consuelo. Los primeros años del matrimonio fueron felices, pero la Gran Duquesa
decepcionó a Catalina II, ya que no llegó a ver nacer un hijo de la joven
pareja. La muerte de Catalina en noviembre de 1796 llevó al trono ruso a Pablo I,
suegro de Isabel, que desde entonces evitó la corte, ya que sentía una profunda
antipatía por su suegro, desaprobaba las injusticias de su gobierno y su rudeza
de carácter. Comenzaron a aparecer las primeras grietas en el matrimonio, e
Isabel no encontró plenitud para su romanticismo en un marido que la descuidaba,
por lo que buscó consuelo en otras partes: primero se refugió en una estrecha
amistad con la bella condesa Golovina, más tarde, inició una relación romántica
con el mejor amigo de Alejandro, Adam Czartoryski. Una relación que duraría
tres años.
Tras cinco años de
matrimonio sin concebir hijos, el 29 de mayo de 1799, Isabel dio a luz a una
hija, la Gran Duquesa María Alexandrovna. En la corte, hubo quienes atribuyeron
la paternidad al príncipe polaco. En el bautizo, el zar Pablo I, expresó su
asombro al descubrir que el padre y la madre eran rubios y con ojos azules, mientras
la niña, tenía el cabello oscuro. Isabel pronto perdió a su amante y a su hija:
Adam Czartoryski fue enviado en misión diplomática, y la hija no vivió mucho.
La zarevna mantuvo una estrecha amistad con la Gran Duquesa Ana Fiódorovna,
quien se había casado con Constantino, hermano menor de Alejandro, el cual la maltrataba
continuamente. Mientras, Alejandro, buscaba constantemente a su cuñada,
situación que comenzó a tensar las relaciones de los hermanos. En 1802, Ana
Fiódorovna abandonó la corte rusa.
Las excentricidades de Pablo I dieron lugar a un
complot para derrocarlo y colocar a Alejandro en el trono. Isabel que estaba al
tanto de este plan, la noche en que asesinaron a Pablo, estuvo con su esposo para
brindarle su apoyo. Una vez que Alejandro se convirtió en emperador, Isabel
Alexéievna le ayudó a superar el trauma del asesinato de Pablo I y a dedicarse
al servicio de Rusia. Como emperatriz consorte, participó en la vida cortesana,
aunque el primer rango femenino en el imperio estaba reservado para su suegra,
la emperatriz María
Fiódorovna.
Durante los actos oficiales, María caminaba junto al emperador, mientras Isabel
lo hacía sola detrás de ellos. Alejandro trataba a su esposa con indiferencia, aunque
siempre cortés en las ceremonias públicas, esforzándose por comer en su
compañía. Isabel era demasiado blanda y apacible para dominar a un hombre
inquieto y atormentado como su esposo. En 1803, Alejandro inició una
relación amorosa que duraría más de quince años con la princesa polaca María
Narishkina, esposa del príncipe Dmitri Narishkin. María exhibió su relación de
forma desvergonzada y de mal gusto.
Isabel, por su parte, encontró consuelo en su relación con el príncipe Adam Jerzy Czartoryski, quien regresó a Rusia tras la ascensión de Alejandro. Esta relación terminó cuando inició una aventura amorosa con un capitán del Estado Mayor, Alexis Okhotnikov. El romance tuvo un final trágico, ya que, el capitán, que padecía tuberculosis falleció en 1807. Más tarde corrió el rumos de que Alejandro o su hermano, Constantino, habían ordenado su asesinato. A principios del siglo XX, el gran duque Nicolás Mijáilovich convirtió esos rumores en una leyenda incluida en la biografía de Isabel Alexéievna, no se publicó en su momento debido a la intervención personal de Nicolás II. El 16 de noviembre de 1806, Isabel dio a luz a su segunda hija. Entonces corrieron rumores de que la recién nacida, la Gran Duquesa Isabel Alexandrovna, no era hija de Alejandro, sino de Okhotnikov. Tras la muerte de éste, Isabel Alexéievna se sintió más abandonada que nunca, volcando todo su afecto en su hija Isabel, «Lisinka», pero quince meses después, la pequeña falleció repentinamente de una infección atribuida a la dentición. La muerte de su hija acercó temporalmente a Alejandro y a Isabel. Aunque Isabel Alexéievna aún no había cumplido los treinta años, ni ella ni Alejandro albergaban esperanzas de formar una familia y no tendrían más hijos.
Durante las Guerras Napoleónicas, Elizabeth Alexéievna apoyó fielmente las políticas de su esposo, como lo había hecho en otras ocasiones. Tras la caída de Napoleón, se unió a su esposo y a muchas de las figuras más importantes de Europa en el Congreso de Viena de 1814, donde se reencontró con su antiguo amante, Adam Czartoryski, pero su reencuentro duró poco.
Luisa fue famosa por su belleza, y su amor por las
joyas y la moda; se distinguía por su voz suave y melodiosa y su hermoso
rostro, grandes ojos azules almendrados y cabello rubio ceniza rizado, que
solía dejar flotando sobre sus hombros. Con una figura elegante, un porte
majestuoso y un bello rostro angelical, sus contemporáneos la consideraban una
de las mujeres más hermosas de Europa y probablemente la consorte más hermosa
de la época. Encantadora, generosa e intelectual, amaba la literatura y las
artes. Desafortunadamente, era tímida y retraída, lo que no la granjeó el cariño
de la corte rusa ni de sus suegros. Prefería la sencillez y la soledad a la
pompa y la ceremonia de la vida cortesana. Su matrimonio tampoco la llevó a la
plenitud. Aunque amaba a su esposo y lo apoyaba en sus crisis personales y
políticas, Alejandro la descuidaba. Su relación era armoniosa, pero distante, y
ambos mantenían relaciones amorosas fuera del matrimonio.
Al cumplir los
cuarenta, dejó atrás cualquier relación romántica, y su esposo también
experimentó una transformación que los unió más que nunca. En 1818, Alejandro,
inmerso en el misticismo religioso, rompió su relación con María Naryshkina, y
a partir de entonces, la pareja comenzó a pasar más tiempo juntos. La
emperatriz lo compadeció y Alejandro encontró su apoyo cuando perdió a su
querida hija natural, Sofía. La reconciliación entre ambos causó sorpresa
general. En 1825, la salud de Isabel era frágil, puesto que padecía una
afección pulmonar y una indisposición nerviosa; los médicos le recomendaron
descansar en un clima templado y le sugirieron la ciudad de Taganrog, junto al
mar de Azov. A falta de un palacio confortable, la pareja se instaló en una
modesta casa el 5 de octubre de 1825, donde vivieron felices. El 17 de
noviembre de 1825, Alejandro regresó tras visitar Crimea con un resfriado que
derivó en tifus, del cual murió ese mismo diciembre en brazos de su esposa. La
ahora zarina viuda estaba demasiado frágil para regresar a San Petersburgo para
el funeral. Cuando finalmente emprendió su viaje de regreso a la capital, se
sintió tan mal que tuvo que detenerse en Belyov, apenas unas horas antes de
encontrarse con su suegra, quien venía a recibirla, hacia las 4:340 de la
madrugada del 16 de mayo de 1826, cuando su doncella fue a ver cómo se
encontraba, la encontró muerta, Isabel Alexéievna había fallecido de un paro
cardíaco.
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Ramón Martín
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