Auto de Fe

 



El principio de las exhibiciones públicas de religiosidad fue una reacción del Siglo de Oro Española, dirigido contra la Reforma Protestante. La iglesia católica puso el ingenio artístico al servicio de un espectáculo contrario a la espiritualidad sobria y puritana de los reformados. Es así como aparecieron los Autos de Fe de la Inquisición. En ellos, había música, desfiles a caballo, hermosos vestidos, cirios, un enorme escenario… En definitiva, era una fiesta, aunque con un final brutal, ya que, el último acto de la función era ver cómo un hereje, un judío, una bruja moría quemado en la hoguera. El público, totalmente excitado, jaleaba su muerte y pregonaba a gritos su obediencia al Credo.

    El primer Auto de Fe tuvo lugar en Sevilla el 6 de febrero de 1481, cuando hacía tres años que los Reyes Católicos habían creado la Inquisición; en un principio, con el objetivo de perseguir a los falsos conversos: judíos bautizados que seguían practicando su religión en secreto. Pero, un siglo después, el tribunal, ya estaban juzgando a moriscos, protestantes y a cualquiera que se desviara de la ortodoxia religiosa.

    Al Auto, solo se llegaba tras un largo proceso de instrucción, que durar meses o incluso años. En el caso de que hubiera condena, esta variaba en función de la gravedad del delito y de la actitud del acusado. El castigo más leve era la abjuración pública, que podía conllevar castigos corporales. Menos leves eran los “reconciliados”, aunque, en ese caso, eran perdonados, a veces podían ser condenados a penas como la de ir a remar a galeras, por un determinado tiempo. Por último, estaban, los “relajados”, que eran los que morían en la hoguera. Se los llamaba así, ya que en la jerga eclesiástica la “relajación” era el acto de entregar un condenado a la justicia ordinaria, pues la Iglesia no podía practicar ejecuciones. Ese era el destino de los impenitentes: herejes que o bien no se arrepentían o no habían confesado, y el de los “relapsos”, es decir, los reincidentes. En cualquiera de los tres casos, el castigo o la reconciliación con la Iglesia, se producía en público, para que fuera ejemplarizante.



    Uno de los mayores Autos de Fe de la historia, se celebró en Córdoba en 1504; en e quel 107 judíos fueron quemados vivos. Debido a la cantidad de ajusticiados, no fue, en absoluto, un acto discreto, a pesar de lo cual, en aquel momento, a los autos no se les puede considerar los espectáculos de gran fastuosidad que llegarían a ser. La pompa fue llegando a lo largo del siglo XVI, posiblemente, una de las causas fue la difusión de un cuadro del renacentista Pedro Berruguete, cuyo tema era la ejecución de unos herejes cátaros (Santo Domingo y los albigenses). Aunque es una versión idealizada, según Henry Kamen, sirvió de modelo para las Instrucciones dictadas en 1561 por Fernando de Valdés, Inquisidor General.

    En las sucesivas Instrucciones, que dieron comienzo con las de Torquemada (1420-1498), que fue el primer Inquisidor General, y acabando con las de Fernando de Valdés, se dejó bien claro cómo debía ordenarse el rito.

    Los preparativos empezaban con un mes de antelación, construyendo las gradas y el escenario, en la misma la plaza en la que se llevaría a cabo la ceremonia. Los asientos principales estaban reservados a las autoridades, y a veces, si el Auto, contaba con su asistencia, a los monarcas. Desde Felipe II hasta Felipe V, casi todos los reyes asistieron al menos una vez. A medida que se iba acercando la fecha, los pregoneros informaban al pueblo. Mucha gente asistía porque era un espectáculo desconocido para ellos, muy diferente a lo habitual. Además, en algunos de ellos, los asistentes recibían gracias especiales, a cambio de su presencia. Tal es el caso del celebrado el 30 de junio de 1680 en la plaza Mayor de Madrid, cuando el papa concedió la indulgencia a todos los que fueran.

    En la víspera, se realizaba la llamada Procesión de la Cruz Verde hasta el cadalso, tras la cual, la cruz permanecía allí toda la noche, cubierta por un velo negro y velada por un destacamento de soldados, monjas y “familiares” (modo de referirse a los laicos que colaboraban con el tribunal). Por la mañana los reos salían de sus celdas e iban a la plaza en procesión. En este caso, abría la comitiva una Cruz Blanca a la que se pegaban unos listones de madera que luego serían utilizados en la hoguera. Esta cruz era portada por el fiscal del caso, habitualmente a caballo. Le seguían los “reconciliados”, sosteniendo un cirio cada uno en señal de penitencia, y a continuación un grupo de frailes dominicos, que eran, popularmente conocidos como los “Domini Canes” (los perros del Señor). A los dominicos se atribuía un carisma especial para la persecución de la herejía, además, desde tiempos del papa Gregorio IX (c. 1170-1241) tenían oficialmente encomendada esa tarea. Y por fin, los “relajados”, los que iban a morir. Estos vestían sambenito, una especie de poncho con símbolos del infierno dibujados, y en la cabeza una coroza, parecida al capirote, pero sin cubrir la cara. Era un gran gorro cónico de cartón que hacía que el público los reconociera de lejos. Cerraban el grupo los “familiares”, una unidad de lanceros a caballo y los representantes de la Iglesia local.

    Una vez en la plaza, daba comienzo el acto con un sermón en el que se daba una última oportunidad a los impenitentes para que reconocieran su pecado. Si lo hacían, se les ahorraba sufrimiento ejecutándolos en el garrote vil antes de arrojarlos a las llamas. Como era un acto ejemplarizante, para los inquisidores era de gran importancia conseguir el mayor número de arrepentimientos posible. El público presente participaba en todo, así, en el momento de la abjuración, cuando el inquisidor preguntaba a cada uno de los reos si creían en cada uno de los dogmas de fe, era costumbre que la gente respondiera “sí” a la vez que ellos. Posteriormente, se cantaban himnos, como el Veni Creator, se descubría la cruz que desde el día anterior había permanecido tapada y se administraba la absolución. Ahora sí, los “relajados” podían ser entregados oficialmente a las autoridades.



    Técnicamente, la ejecución no formaba parte del Auto de Fe. A veces, antes de subir al cadalso los condenados eran paseados por la ciudad una vez más para que sufrieran escarnio público. Es la escena que reprodujo Eugenio Lucas Velázquez, en un lienzo que cuelga en el Museo del Prado. Aparece una fila de “relajados” montados en asnos, semidesnudos, y azotados por unos verdugos mientras el público les arroja piedras. La injusticia peor, era probablemente, lo que sucedía durante los procesos de instrucción de los casos. El inquisidor era juez y parte, atentando contra el principio de contradicción, base del derecho moderno. Tampoco había abogado defensor, de modo que quedaba en manos del acusado demostrar que era inocente. En dicha instrucción, no se decía al acusado, ni quién le había denunciado ni de qué se le acusaba exactamente. Lo importante era conseguir una confesión; a veces mediante la tortura. 

     El flamenco Jean Lhermite, que asistió a uno en 1591, lo describió como un espectáculo “muy triste, desagradable de ver”. Por estas cosas, ya desde mediados del siglo XVI intelectuales ingleses y holandeses usaron la Inquisición como excusa para construir la leyenda negra antiespañola. Ciertamente, los Autos de Fe eran brutales, pero no menos que lo que se hacía en el resto de Europa. Estudios recientes calculan la cifra de procesados por el Santo Oficio en unos 150.000, y la de ejecutados en unos 10.000. La célebre “caza de brujas”, en España fue minoritaria.

Ramón Martín

Comentarios

  1. Es increíble las atrocidades que se cometieron. He leído un libro sobre Lutero y su intención no era iniciar la reforma y muchas de las cosas que decía tenían su lógica. Saludos

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  2. Excelente artículo Ramón! 😉 nuestras felicitaciones! Como bien dices esto no fue exclusivo de España ni mucho menos, lo que no quita que lo sucedido aquí fuera espeluznante. Saludos!! 🙋‍♂️🙋‍♀️

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  3. Así es. Pero los Autos de Fe marcaron la convivencia en la sociedad española durante siglos.

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  4. Era como el circo romano. El espectáculo lúdico-festivo debía estar bañado en sangre, carne quemada o similar. Y así sellaban su obediencia al credo. Increíble.
    De modo que había categorías en los castigos. Vaya, se trataba de una escala de despropósitos muy propia de aquella época oscura.
    Los judíos han sido siempre objeto de persecución, quizá porque Dios les condenó a ser apátridas, a vagar sin patria, según las Escrituras.
    Encima había “ofertas” como si fuese un reclamo para reunir a las masas a las ejecuciones, como era el caso en la plaza Mayor de Madrid, cuando el Papa concedió la indulgencia a todos los que acudieran a la salvajada.
    Me ha parecido muy interesante tu artículo, Ramón. Muchas gracias por compartirlo.
    Te invito a visitar mi blog y comentar también.
    Saludos.

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  5. Al que no lo haya leído, le recomiendo vivamente "El hereje", de Delibes, que relata la vida de varios componentes de un núcleo protestante vallisoletano que acaban quemados vivos en la hoguera (la madre de unos, que había fallecido antes, es desentarrada para ser quemada también) en los autos de fe de Valladolid de 1559, bajo el reinado de Felipe II

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  6. Hola, Ramón.
    Se trataba de un tipo de actos tremendo, propio de otros tiempos y que, de una u otra forma se realizaban en otros lugares, cada uno con sus características y su crueldad particular. Espeluznante.
    Un fuerte abrazo :-)

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