Victor Damián Sáez Sánchez-Mayor. 1º Presidente el año 1823

Primer Presidente del Consejo de Ministros durante la Década ominosa (1823-1833) reinando Fernando VII, desde el 1 de octubre de 1823 al 2 de diciembre de 1823.


Nacido en Budia (Guadalajara), el 12 de abril de 1777, estudió en el Seminario de Sigüenza, realizando una rápida carrera clerical que le llevó a la Corte, para ejercer como predicador. Muy ligado a Fernando VII, se convirtió en su confesor y confidente político. Durante el Trienio Constitucional, hubo de exiliarse a causa de la presión ejercida por los liberales, ya que animó al monarca para no firmar la ley de Reforma de Regulares que suprimía buena parte de los establecimientos monacales existentes. Huyó a Francia, de donde volvió, en agosto de 1823, con los Cien Mil Hijos de San Luis; siendo nombrado por la junta de regencia absolutista ministro de Estado interino, en sustitución de Andrés Vargas Laguna. Enviado junto al rey para conseguir que ratificase las decisiones tomadas por la referida junta. Sáez, además de obtener dicha ratificación, fue repuesto como confesor y confirmado como titular del Ministerio de Estado, el 1 de octubre de 1823.

La Guerra de la Independencia, trajo consigo el mayor protagonismo político de los eclesiásticos, así como la pérdida de peso específico de la Iglesia en el proceso de disolución del Antiguo Régimen. Los individuos del clero tuvieron un papel importante, en las luchas por mantener el viejo absolutismo que se originaron con la llegada del liberalismo. Sáez fue uno de los más destacados en dichos enfrentamientos. Sáez era “absolutamente monárquico”. Era el típico eclesiástico educado en los principios del Antiguo Régimen que tuvo que afrontar la radical revolución derivada de la Ilustración y el Enciclopedismo y, sobre todo, las consecuencias de la Revolución Francesa y su aplicación en España, a partir de la Guerra de la Independencia y la consiguiente revolución liberal iniciada tras ella. Durante su corta trayectoria política, manifestó que, era necesario salvaguardar la preeminencia de la Iglesia y su alianza con el Trono.

Su trayectoria política fue corta, circunscrita entre el 19 de agosto de 1823 y el 2 de diciembre del mismo año. Su trayectoria y su perfil sociológico lo convirtieron en un defensor, a ultranza, de la alianza entre el altar y el Trono. A su influencia en el ánimo del Rey y al ser depositario de su confianza, entre las conspiraciones y luchas entre éste y los liberales, deberá Sáez el ser nombrado ministro universal o de estado del primer gobierno constituido Tras acabar la primera guerra civil. Alcanzó así el punto culminante de su carrera, convirtiéndose en el máximo exponente del protagonismo político de la Iglesia española y el representante de la reacción absolutista. Es uno de los pocos eclesiásticos —el único en la época contemporánea—, en alcanzar la más alta dignidad, tras el rey. Pero dicha situación fue efímera, ya que, la dura política seguida por Sáez y su gabinete alarmará a la Santa Alianza, valedora del Monarca español, temerosas de una nueva insurrección liberal. Conminarán al Rey a frenar la represión y éste tendrá que aceptar las exigencias de sus aliados. Sáez será cesado de todos sus cargos y apartado de la Corte, siendo investido obispo de la diócesis de Tortosa. Tomó posesión en Tarragona en agosto de 1824, siendo apadrinado por el Monarca, realizando, el mes siguiente, una entrada apoteósica en la capital de su diócesis, que significó una exaltación del absolutismo y una manifestación antiliberal. 



La postura de Sáez durante su pontificado fue irreprochable y de absoluta prudencia; pero las sospechas gubernamentales y las voces que le implicaban en las conspiraciones carlistas eran fundadas. No se concibe que pudiera estar ajeno a los sucesos que él mismo se encargaba de apaciguar. Siempre disfrutó de la protección de su Monarca. Ambos se volvieron a ver en 1827, con ocasión de la Guerra de los MalcontentsFernando VII se dirigía a Cataluña a pacificar la revuelta y Sáez se trasladó a Castellón de la Plana, a recibirle.

Valiéndose de su predicamento ante el monarca, consiguió erigir un seminario conciliar en la capital del obispado, entre otras mejoras en diversos lugares de su diócesis. En junio de 1833, estuvo en Madrid para asistir a la jura de la princesa Isabel como heredera del reino; siéndole por el rey la Gran Cruz americana de la Orden de Isabel la Católica, posiblemente para atraerle a las filas isabelinas. Tres meses después, el 29 de septiembre, moría el rey, pero Sáez no se encontraba en la capital de su diócesis, ya que, días antes, había iniciado una visita pastoral por la zona más meridional del obispado. El Gobierno recelaba de Sáez y más cuando el gobernador militar de Tortosa, Manuel Bretón, denunciaba que el objetivo de dicha visita no era pastoral, sino reclutar seguidores para el infante Carlos. Pocos días después, el 13 de noviembre estalló la insurrección carlista de Morella. Sáez recibió una real orden que le conminaba a presentarse en Madrid.

A partir de su confinamiento en Madrid cayó en el anonimato, tragado por los acontecimientos. Al estallar una epidemia de cólera, se ausentó de Madrid, con permiso del gobierno, trasladándose a Sigüenza; aunque poco después, volvió a ser reclamado en la Corte, pero, temeroso, se escondió en la misma Sigüenza. Buscado por liberales y carlistas, en mayo de 1837, el Gobierno le declaró privado de todos sus cargos y honores, viviendo sus últimos años enfermo y escondido. Los rumores afirmaban que Cabrera se dirigía a rescatar a su obispo, aunque, afectado por un ataque de apoplejía, era una sombra de sí mismo que se apagaría el día 3 de febrero de 1839.

Aun así, no descansó en paz, ya que, fallecido en la clandestinidad, sus allegados decidieron embalsamar su cuerpo y en septiembre de 1839, una vez pacificado el centro y norte peninsular tras el Convenio de Vergara y hechas las oportunas gestiones ante las autoridades, se creyó oportuno hacer pública su muerte. En 1850, su cuerpo fue exhumado y trasladado a Tortosa, donde se celebraron solemnes funerales, y finalmente inhumado en la capilla del Sagrario de la Catedral que él mismo había costeado y mandado construir.

Ramón Martín

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