Las Riadas del Río Turia a su paso por Valencia durante el siglo XVII

 


Llegamos al siglo XVII, cuando, a las cinco de la tarde del 27 de julio de 1610, llegó el Turia tan crecido que ocupaba nueve arcos del puente del Real. Las aguas se llevaron la madera que había acumulada en el cauce. Madera que, tras la expulsión de los moriscos, había comenzado a ser gestionada por los cristianos.

Volvió a llegar crecido nuestro río a las siete de la tarde del 2 de mayo de 1611. Algo que se repetiría el 3 de diciembre de 1615. El 15 de julio siguiente hubo una nueva riada, aunque menos importante.

También fueron de escasa importancia las que tuvieron lugar, el 19 de mayo de 1617 y el 24 de julio de ese mismo año. Durante todo el mes de agosto, el cauce se mostraba tan seco que parecía una rambla. Pero el 22 de septiembre, sábado, el río bajó tan caudaloso que, las aguas, ocuparon nueves arcos del puente.

Pasarían tres años, y el 24 de agosto de 1620, en días muy tormentosos, tanto que, en una de las cruces que rodean la ciudad, murió un hombre a causa de la caída de un rayo; el Guadalaviar llegó tan crecido que ocupaba siete arcos del puente. Una nueva riada llegó el miércoles 19 de junio de 1622.



El 11 de agosto de 1628, los habitantes de la ciudad, comenzaron a recibir alarmantes noticias, y a las seis de la tarde llegó una nueva riada, aunque más modesta, pues solo necesito abarcar cuatro arcos del puente del Real. No tan modesta fue la riada del año 1651. El conocido —en la época—, como el año del hambre, entrando el agua con tal furia que hubo que romper los paredones de calicanto; inundando las aguas el Portal del Cid, que estaba situado junto al Temple. Esto mismo sucedió el año 1672, cuando la avenida fue precedida por una tormenta, en la tarde del 12 de septiembre, llegando por la noche la riada.

El 12 de agosto de 1676, hubieron de reunirse los miembros de la Fábrica Nueva del Río, para tratar de solucionar los numerosos daños, que en las riadas anteriores se habían producido en los estribos del puente Nuevo (puente de San José), y de la ruina que constituía una amenaza en los conventos de Zaidía, San Pedro Nolasco, Santa Mónica y San Julián.

En 1680, hubo una nueva riada que, por suerte, no causó daños de consideración, aunque no pasó lo mismo con la ocurrida el 30 de diciembre de 1695, cuando la avenida se llevó, gran parte de las obras realizadas para construir un nuevo azud de la acequia de Rovella. Acaba así nuestro relato sobre las riadas acaecidas durante el siglo XVII.


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Ramón Martín

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