Carlos coronados

Siguiendo el camino iniciado con “Los Felipes”, vamos a afrontar pequeñas cosas de “Los Carlos”. En este caso son solo cuatro, pues no voy a incluir al rey emérito, al cual le dejaré como único Juan Carlos. 

Comenzaremos pues por el Cesar: Carlos I de España y V de Alemania. Fue el primer rey que ostentó el titulo de rey de España. En su momento tuvo más poder que ningún otro soberano europeo, aunque vivió atormentado por el estrés, sufriendo depresión y epilepsia. Durante la Revolución de 1868, los antimonárquicos abrieron las tumbas del panteón de El Escorial. Uno de los que acudieron a contemplar el tétrico espectáculo, sobornó a un vigilante para conseguir una de las falanges del dedo meñique del emperador. En 1912 sus parientes devolvieron el macabro fetiche a Alfonso XIII. En 2004, el médico colombiano Julián de Zulueta, hijo de republicanos españoles exiliados, supo de la existencia de esa reliquia, solicitando permiso a la Casa Real para analizarla y descubrir el mal que acabó con la vida del monarca. Tras la oportuna autorización del rey Juan Carlos, Zulueta comenzó la investigación. 

El resultado de los análisis desveló la existencia de urea y de trazos de malaria. A los 28 años ya se quejaba de frecuentes ataques de gota. Enfermedad que afectaba especialmente a los poderosos de la época, cuya dieta estaba compuesta por carnes rojas y bebidas alcohólicas, menú al que Carlos I nunca renunció. El doctor Gregorio Marañón le diagnosticó amigdalitis, hemorroides, epilepsia y dificultades respiratorias, enfermedades que no eran tan graves como para acabar con su vida. Los síntomas de su muerte y la presencia de malaria en falange, parecen indicar que fue el paludismo lo que lo llevó a la tumba. 

Tras la muerte de su abuelo Maximiliano I, el título de emperador del Sacro Imperio Germánico fue disputado por varios candidatos. Dispuesto a no perder esta oportunidad, Carlos I recurrió a los banqueros Welser y Fugger para obtener una suma de dinero con que sobornar al elector palatino y al obispo de Maguncia, votos imprescindibles para lograr el título de emperador. Una vez al frente del Sacro Imperio Germánico, Carlos I fue el monarca más poderoso del momento. Pero tanto patrimonio no era suficiente para sufragar las guerras que emprendió, ni para sobrellevar su disparatado tren de vida. Juan III de Portugal le propuso un buen negocio: él se casaría con Catalina, la hermana menor del emperador, y Carlos I se casaría con su hermana Isabel de Portugal. El único inconveniente era el parentesco, ya que eran primos. Inconveniente que se resolvió con la oportuna dispensa papal. 

Carlos e Isabel fueron un matrimonio feliz. Pero pronto Carlos I emprendió la marcha a nuevas guerras, por lo que pasaron largas temporadas separados. La emperatriz se consumió en la melancolía hasta su muerte en 1539, con solo 35 años. Su pérdida deprimió tanto al emperador que se enclaustró dos meses en un monasterio. La pérdida de Isabel le afectó tanto que no volvió a casarse. 

Con Carlos I se sumaron nuevos dominios en Centroamérica y Perú. El hallazgo de plata en México y en los Andes ayudó a sufragar sus enormes e incontrolados gastos. Pero las preocupaciones y la mala conciencia por mantener a su madre, Juana I de Castilla, la loca, en su encierro de Tordesillas minaron su salud. Padeció continuos desmayos, epilepsia, y frecuentes ataques de gota que le impidieron llevar una vida normal. Su mandíbula no pasaba inadvertida, el exagerado prognatismo de Carlos I le impedía masticar correctamente. Cansado, excesivamente viejo y maltratado para su edad, quizá por descuidarse demasiado y por abusar del buen comer y del mejor beber, el emperador se sintió incapaz de seguir luchando, y el 25 de octubre de 1555 cedió los reinos de España, de los Países Bajos y de las Indias, a su hijo Felipe, mientras que la corona imperial pasaba a su hermano Fernando. Meses después se instaló en Monasterio de San Jerónimo de Yuste, donde murió el 21 de septiembre de 1558. 

Siete frases atribuidas a Carlos I

- Hablo en italiano con los embajadores, en francés con las mujeres, en alemán con los soldados, en inglés con los caballos y en español con Dios. 
- El hombre es tantas veces hombre cuanto es el número de lenguas que ha aprendido. 
- No importa que no me entendáis. Que yo estoy hablando en mi lengua española, que es tan bella y noble que debería ser conocida por toda la Cristiandad. 
- La razón de Estado no se ha de oponer al estado de la razón. 
- Mucho erré en no matar a Lutero. 
- Daréis, hijo, las audiencias necesarias y seréis blando en vuestras respuestas y paciente en el oír, y también habéis de tener horas para ser entre la gente visto y platicado. 
- En mis dominios nunca se oculta el sol. 

Tras tres Felipes que veíamos en anterior capítulo, llegaría otro Carlos. Sería éste el último de los reyes españoles de la Casa de Austria, pues al morir sin descendencia, organizó un desbarajuste en toda Europa, que acabaría sentando en el trono español a un Borbón, Felipe V, del cual ya hablamos en el referido capítulo anterior. 

Me refiero, en este caso a Carlos II el Hechizado. Al contrario de lo que se acostumbra en la actualidad, en la Edad Moderna los reyes apenas se dejaban ver, sólo salían de palacio para asistir a misa y dar alguna limosnilla, ver la quema de herejes, disfrutar de una corrida de toros o trasladarse a sus distintas residencias. Además, viajaban en coches de caballo cerrados y fuertemente escoltados, por lo que, el que conseguía ver a la familia real podía sentirse un privilegiado, y presumir ante los parroquianos. 

Veamos como disimulaban las taras de Carlos II. La imagen pública del rey se basaba en los retratos en los que el pintor de corte, trataba de poner guapo al rey. Porque las crónicas continuamente hablan de la desproporción del cráneo y mentón, y de una nariz muy afilada, en definitiva, la herencia genética de los Habsburgo, aumentada por la tradición de casarse entre primos para conservar el patrimonio territorial dinástico. 

Las crónicas de los embajadores a sus respectivos reyes, eran de cuidar, pues la información sobre un rey débil e incapaz era vital para planear la invasión de cualquiera de los territorios españoles. Sin embargo, la prensa amarillista cortesana de Madrid no se dedicó a menospreciar a Carlos II, sino a sus validos. Pese a todo, la fragilidad del monarca debía disimularse. Por ello se maquilla la imagen de Carlos II en los retratos que se enviaban a todas las ciudades del Imperio y a las cortes extranjeras. En ellos, puesto que la figura del rey no daba para mucho, hubo que desplegar las glorias de la dinastía y un amplio repertorio iconográfico. El maquillaje consistía en rodear a Carlos de las grandes figuras de su familia, Carlos I y Felipe II, tatarabuelo y bisabuelo que conquistaron y dominaron todo el orbe mundial a través de sus mares y sometieron las herejías en toda Europa. 

¿Que Carlos nunca supo montar a caballo? No hay problema, se utiliza de modelo a uno de sus pajes y después ya se le pintarán los rasgos del monarca. ¿Que el rey era débil? Pues se le rodeaba de leones y águilas. ¿Que el cráneo y el mentón eran desproporcionados y la nariz afilada? Pues se le pone un sombrerito encima de la larga cabellera, se le redondea la nariz y se le deja barba. ¿Que el joven rey nunca alcanzó ningún éxito militar? Bueno, a sus antepasados les sobraban. ¿Que en alguna ciudad aparecía un conato de herejes? Se envía un paisaje holandés con las ciudades protestantes arrasadas por los tercios y a ver quién se atreve ahora a no rezar al dios verdadero. ¿Que había que buscarle esposa? Se representa a Carlos II apoyado en muebles de lujo, con bonitos jarrones de la China y el Japón, y a ver qué dama europea se resiste. 

Carlos II muere el 1 de noviembre de 1700 sin descendencia. ¿O acaso con sus condiciones físicas y psíquicas creían que podría engendrar a un hijo? Con él muere la rama española de la Casa de Austria y el Imperio español tal y como se le había conocido hasta ese momento. Lo que viene después con los Borbones, es otra historia. 

Carlos III de Borbón, el Político, el mejor Alcalde de Madrid, fue Duque de Parma, rey de Nápoles y Sicilia de 1734 a 1759 y rey de España desde 1759 hasta su muerte. Hubiera sido más feliz de no andar preocupa­do por las crecientes muestras de imbecilidad que le daba su hijo y heredero. En lo personal fue un burgués de vida reglada y morigerados hábitos, amante de la buena administración, del sosiego y de las apacibles rutinas. 

Durante su reinado, la corte española mantuvo la fama de ser la más aburrida de Europa: el rey se levantaba temprano, oía misa, desayunaba una jícara de chocolate y el resto de la mañana se ocupaba en labores de oficina y en recibir los informes de sus competentes ministros. A la hora del almuerzo, comía en la misma vajilla y usando los mismos cubiertos. El cocinero se atenía a la media docena de platos que agradaban al rey. Tras el almuerzo, Carlos III sesteaba, solo en verano y después pasaba la tarde cazando por los montes del Pardo, su gran y casi única pasión. Los días de lluvia pasaba los dedicaba a algún ejercicio manual. Al parecer, encontraba muy entretenido tornear palos de sillas. Tengamos en cuenta que, para la nobleza española cualquier trabajo manual era una deshonra. Carlos III emitió un real decreto, en 1783, en el que declaró que el trabajo manual no deshonra. También fracasó en su proyecto de arrestar a todos los gitanos del reino y ponerlos a trabajar en labores del Estado. 

Protegió la agricultura recortando los abusivos privilegios de la Mesta, la omnipotente sociedad ovejera, e instituyendo el libre comercio de granos, impulsando la investigación de cultivos experimentales. En cuanto a las industrias, fundó una serie de manufacturas nacionales que suministraran al Estado y a la sociedad los productos necesarios para su defensa y desarrollo (cañones, armas, herramientas, pólvora, porcelana, cristal, tapices…). Finalmente impulsó el comercio colonial mediante la formación de grandes compañías y liberalizó el comercio con América. Carlos III impulsó la natalidad y protegió las artes y las ciencias con su apoyo a las Sociedades Económicas de Amigos del País. 

En política exterior, el reinado de Carlos III fue menos afortunado. Aunque amante de la paz, se vio implicado en la guerra familiar de los Borbones franceses contra Inglaterra, a la que tuvo que ceder la Florida, que recuperó tras auxiliar a las Trece Colonias (germen de los Estados Unidos) en su guerra de la Independencia contra los británicos. 

Carlos III reinó durante veinticuatro años. A su muerte mereció el título de “padre de sus pueblos”, que le da el vítor dedicado a su memoria en la sierra de Otiñar, Jaén. Lo sucedió su hijo Carlos IV, que desde su nacimiento había dado muestras de no ser algo acomodaticio y mentecato. Como muestra: en una tertulia cortesana se hablaba sobre esposas adúlteras, de las que, al parecer, había muchas en la corte. El príncipe, futuro Carlos IV, dejó caer: 

-Nosotros los reyes, en este caso, tenemos más suerte que el común de los mortales. 
-¿Por qué? -le preguntó el padre, escamado. 
-Porque nuestras mujeres no pueden encontrar a ningún hombre de categoría superior con quien engañarnos. 

Carlos III se quedó pensativo. Luego sacudió la cabeza y murmuró con tristeza. 

-¡Qué tonto eres, hijo mío, qué tonto! 

Fue el creador de la actual bandera de España. Hasta se reinado, la bandera española había sido la de la Casa de Borbón, completamente blanca, pero en 1785, siendo rey de Nápoles, Carlos III decretó que sus navíos de guerra usaran una nueva bandera roja y gualda para evitar que los ingleses los cañonearan al confundirla con los de otros estados borbónicos. 

Consciente de que el prestigio de la monarquía requería una capital con bellos edificios públicos, se ocupó de embellecer Madrid con monumentos tan característicos como la Puerta de Alcalá, el Museo del Prado, las fuentes de Cibeles y Neptuno, el Jardín Botánico y el Palacio Real. Por eso se lo ha llamado “el rey albañil”. La Pascua Militar que viene celebrándose anualmente, fue instaurada por el rey Carlos III como homenaje al triunfo de la Armada Española tras el enfrentamiento con el ejército inglés el 5 de enero de 1782 y con el que se recuperó la isla de Menorca, que era posesión británica desde la firma del "Tratado de Utrecht" por parte de Felipe V siete décadas antes y por el que había concedido Gibraltar y Menorca, entre otros privilegios, a la corona inglesa. 

Carlos contaba así, a sus padres, sobre la primera ocasión en la que consumó su matrimonio, siendo también el día que perdió su virginidad: “Dos o tres días antes de casarme [...] le dije al conde de Santisteban que, ya que aquí no tenía padre ni madre, tuviese a bien decirme cómo debía actuar. Dicho esto, me explicó lo que tenía que hacer para introducir el nervio; y me dijo que, una vez introducido, me entrarían ganas de hacer algo, y que ese algo es lo que debía hacer. Así que introduje el nervio y luego me quedé largo rato descansando; al cabo, sentí deseos de hacer una cosa; y durante quince días, esa fue la cosa que hice. Las ganas que me entraban, por lo que descubrí después [...] eran de orinar [...]. Pero un día, después de la cena, no sentí ganas de hacer nada, y como seguía sin ganas, empecé a esforzarme; y, de pronto, sentí que algo me recorría todo el cuerpo, hasta el punto que temí que iba a sufrir un ataque. Pero, al mismo tiempo, noté que salía algo que no era lo mismo que otras veces; y luego me sentí muy tranquilo, tanto que entendí de qué se trataba; y a mi mujer, que me preguntaba qué estaba haciendo, le dije lo que era, y desde entonces ya no me he equivocado ni una sola vez. Sus Majestades pueden imaginarse, por lo que les he contado, qué bien me hubieran hecho unas buenas instrucciones y hasta qué punto era tonto como un burro”

Gozó de unos buenos consejeros, como el enorme y emprendedor Marqués de la Ensenada crearía una poderosa flota de proporciones comedidas y realistas para combatir la piratería de los ingleses. Más de ciento veinticinco navíos y fragatas de un impecable y avanzado diseño serian botados en un plazo de una docena de años. Lamentablemente, Carlos IV, su sucesor, abandonaría a la Marina a su suerte hasta tal punto que los ingleses años después en Trafalgar se dedicarían al tiro al blanco con excelentes resultados ganando una de las más famosas batallas navales de la historia. 

En los bulliciosos mentideros de la Corte, se murmuraba que Carlos III no era hijo de Felipe V y sí del cardenal Alberoni, clérigo muy hábil preparando los canelones –plato favorito de Isabel de Farnesio–, con los que aplacaba a la iracunda criatura especializada en el “tiro al plato”, lanzamiento de vajilla a su atemorizada servidumbre palaciega, que vivía en un sin vivir permanente por los frecuentes ataques de ira de la interfecta, ya que, al parecer, su maridito no le daba mucho juego horizontal y los ansiolíticos todavía no habían hecho acto de presencia. 

En su historial de luces y sombras, quedan para la posteridad los patinazos dados en el tema del motín de Esquilache por la cuestión de los chambergos o casacas típicas de la época y el afán de su ministro por meter la tijera de manera indiscriminada en los atuendos de los españoles. 


Como ya hemos visto le sucederá en el trono de las Españas, su hijo Carlos IV, último, de momento, de los Carlos que han reinado en España, y que lo hará con el título de Carlos IV, el Cazador, del que Blanco White, diría que era un hombre de nobles ideales pero que carecía del más mínimo sentido político. Un ingenuo feliz, un “divino tonto”. Rápidamente ganó fama de tonto por toda Europa. Su primo, el francés Luís XVI, se permitió el lujo de hacer chistes sobre él. 

Desconfiado en las dotes de su hijo, Carlos III dejó nombrado un secretario de su confianza, ordenando a su hijo que bajo ningún concepto le sustituyera. El secretario era Floridablanca, y fue un buen secretario en tiempos de Carlos III. A finales de 1788 Carlos IV se convertía en rey. Había sido educado como un rey del siglo XVIII, pretendía ser el déspota más ilustrado de toda la Edad Moderna… pero se encontró de bruces con la Edad Contemporánea. Ocho meses después, el pueblo de París levantado en armas tomaba la Bastilla. al principio, Carlos IV no sintió lástima ninguna, al recordar, lo mucho que Luís XVI se había reído a costa suya y dijo que un rey debía preocuparse más de su reino y menos de lo que hacen otros reyes. La concepción de Carlos IV, cambiaría radicalmente poco después al enterarse de que Luís XVI había sido decapitado. 

Floridablanca descubrió desde el principio la gravedad de lo que estaba pasando en París. Pero no supo estar a la altura de las circunstancias, se puso histérico y cerró los Pirineos. Los intelectuales fueron perseguidos, la Inquisición que estaba apunto de ser abolida, fue reforzada. La antigua alianza fue abandonada y España participó en las guerras de coalición, invadiendo el sur de Francia. Se conoce este periodo como el Pánico Floridablanca. Los excesos de Floridablanca le llevarán a ser destituido y encarcelado y Carlos IV se quedó sin el secretario que le había dejado en herencia su padre, así que sin saber muy bien que hacer, primero dio su confianza al Conde de Aranda y poco después a Godoy. De Godoy siempre se ha dicho que fue amante de la reina, María Luisa de Parma (y no el único precisamente). Se convirtió rápidamente en la mano derecha del Rey. El Rey no tomaría a partir de entonces ninguna decisión de importancia sin su gran amigo Godoy. 

Sobre Godoy, el Rey y la Reina se cuentan infinidad de anécdotas. Como la del día en que el Rey paseaba hablando con un ministro mientras Godoy y la Reina iban un poco detrás. En un momento dado se oyó un fuerte sonido, como de una palmada y el ministro y el Rey se dieron la vuelta para ver a la Reina con cara de enfado y a Godoy con la mano en su mejilla. La Reina dijo “se me han caído los libros” y ahí se acabó la escena. Sobre la relación entre la reina y Godoy, decía una coplilla: “Todo va por la entrepierna”. Pero el Rey bonachón no se enteraba de nada. 

Tras la Guerra de Independencia, Fernando VII, el Deseado alcanzó el trono y Carlos IV viviría el resto de su vida en Roma, junto a su mujer y… a Godoy. Había heredado la tercera potencia del mundo y había dejado un país arruinado por la guerra, atrasado y que en pocas décadas se quedaría descolgado del fuerte crecimiento que vivió el resto de Europa. Su balance ha de ser, necesariamente, negativo. Sin embargo, le resulta difícil caer mal. Seguramente porque, en el fondo, era un tonto feliz en un cargo demasiado elevado. 

El francés Desdevises du Dezeut describía de forma gráfica a Carlos IV “Era de elevada estatura y de aspecto atlético; pero su frente hundida, sus ojos apagados y su boca entreabierta señalaba a su fisonomía con un sello inolvidable de bondad y debilidad”. Se levantaba a las cinco de la mañana, rezaba y oía en sus aposentos dos misas; a las seis se dedicaba a la lectura de obras piadosas para posteriormente tener un potente desayuno. Era un enamorado de las manualidades, destacando la manipulación de los relojes. Comía siempre a las doce del mediodía. 

Su otra gran afición fue la caza, Salía a cazar a la una del mediodía sin importarle la climatología y no regresaba al palacio hasta el anochecer. Tan sólo dejaba de salir a cazar los dos días anteriores de Pascua o cuando había alguna procesión importante. Se cuenta una anécdota al respecto: Encontrándose cazando venados acompañado por la corte y cadetes de Segovia, empezó a sentir hambre, coincidiendo en ese mismo instante con el paso, por uno de los caminos que cruzaban, de un vendedor ambulante de chorizos. El choricero era José Rico, conocido por todos sus vecinos de la población de Candelario (Salamanca) como el “Tío Rico”. Le dio de comer al rey algunas piezas de su mejor embutido, quedando el monarca maravillado por tan sabroso fiambre, por lo que instó al Tío Rico a servirle sus productos, convirtiéndolo en “Proveedor de la Casa Real”, algo que hizo que los chorizos de Candelario alcanzasen una extraordinaria fama entre todos los miembros de la Corte. Después de su jornada de caza, atendía sus obligaciones regias y durante media hora recibía a los ministros. Después de una potente cena, se iba a la cama a las once de la noche. 

Gran aficionado a la música, compró en 1775 el cuarteto de instrumentos Stradivarius que se conservan actualmente en el Palacio Real de Madrid. También le gustaba mucho la pintura y encargaba obras de forma regular a pintores como Luis Meléndez, Claude Joseph Vernet y Luis Paret. Pero sobre todos con Francisco de Goya al que nombre pintor de cámara en el año 1789. 

No puedo dejar de compartir con vosotros algunos comentarios sobre el famoso cuadro de Goya, en el que representó a toda la familia de Carlos IV: 

1. Los 13 miembros de la familia que aparecen en el retrato no tuvieron que sincronizar sus agendas… ¡porque posaron por separado! Este es el motivo de tengan esa expresión ausente en la mirada y ese aspecto un tanto acartonado.

2. Como cabeza del estado, el rey está un paso por delante del resto de la familia, y lo mismo ocurre con su hijo mayor, el futuro Fernando VII, pero es la reina la que está en el centro de la imagen.

3. Sin tener la impecable maestría técnica de Velázquez, Goya sentía tal admiración por el sevillano que decidió colocar a la reina María Luisa de Parma en la misma postura que la infanta Margarita en Las meninas. La pequeña era la única esperanza de su linaje, pero no era el caso de la esposa de Carlos IV.

4. La infanta María Josefa era la hermana mayor del rey, una mujer presumida que luce en el retrato una pluma en la cabeza y lleva en la cara un lunar postizo. Ambos elementos decorativos estaban pasados de moda, pero Goya se mantuvo siempre fiel al original.

5. Volviendo a Fernando VII, el príncipe heredero posa con su prometida. Pero, observar que mira hacia atrás. Es debido a que en ese momento todavía no existía. No sería hasta dos años más tarde, en 1802, cuando el primogénito de Carlos IV se casase con su prima María Antonia de Nápoles. Ella era la hija menor del hermano de su padre, el rey Fernando IV de Nápoles, y animó a su esposo a que plantase cara a la reina María Luisa y su amante, el primer ministro Manuel Godoy. 

Y acaban aquí los cuatro Carlos que han reinado en España. Pudo haber un quinto, que hubiera reinado como Carlos V de España, pero la Guerra de Sucesión, Francia y Felipe V, se encargaron de que no fuera así. 

En el próximo capítulo trataremos del único Luis que ha reinado en España.

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