Palacio de Riofrio en Segovia
Este Palacio, situado sobre una meseta rodeada de un frondoso encinar es, sin lugar a duda, uno de los caprichos más costosos de la intrigante Isabel de Farnesio, cuando la diera por construir un lugar, en el que su hijo Luis, pudiera pasar sus días a la altura de su dignidad y boato. Siempre que se diera un aire al Palacio Real de Madrid en cuanto a fachada y al de La Granja de San Ildefonso en cuento a decoración, fuentes y jardines.
Pero el caso es que a Luis el capricho de su mamá le trajo sin cuidado, y ella se murió habiendo pasado por allí dos veces en su vida: una para poner la primera piedra y otra para ver qué tal. Al final el capricho quedó convertido en un pabellón de caza reservado para el disfrute de nuestros más altos próceres y sus familias. Aunque andando el tiempo llegó a tener usos tan variopintos como el de fábrica de embutidos y secadero de jamones, en época de Alfonso XIII, lugar donde celebrar colonias y campamentos en el periodo de la Primera República, o albergue de la Sección Femenina durante la dictadura Franquista.
En realidad, la historia de este inacabado palacio siempre estuvo muy relacionado con la caza. El paraje, a los pies de la sierra de Guadarrama, fue uno de los lugares favoritos del rey Felipe V, para la práctica de esta actividad en el curso de sus estancias en el cercano palacio real de La Granja. El paraje, al abrigo de las frías corrientes de la sierra, con buenos pastos y una fronda dehesa era abundante en especies cinegéticas, algo sabido y también aprovechado desde muy antiguo por los reyes y los nobles segovianos.
Tanto era el gusto que le fue tomando a este cazadero que Felipe V terminó por alquilarlo, para su uso y disfrute, en 1724. Ese es el motivo por el que Isabel de Farnesio se acordara de este lugar para poner en marcha un nuevo proyecto de palacio real que estuviera a la altura de la nueva corte que ella había imaginado. La muerte de Felipe V, en 1746, supuso la subida al trono de Fernando VI, hijastro de Isabel que de inmediato envió a su madrastra a descansar a La Granja, más que otra cosa para alejarla de la corte madrileña y dificultar al máximo sus acostumbrados tejemanejes.
Circunstancia que Isabel de Farnesio aprovecha para poner en marcha su ambicioso proyecto. Terminó por comprar aquellos terrenos e impulsó la construcción del palacio encargando el proyecto, en 1751, al arquitecto italiano Virgilio Rabaglio. Este, a instancias de la reina viuda, preparó un proyecto de palacio real en el que no se disimulaban las ganas de parecerse al de La Granja. De haberse construido el palacio arreglo al proyecto inicial, ahora estaría rodeado de parterres con fuentes mitológicas, surtidores de fantasía y un montón de edificios en torno a la plaza de armas, que se abre frente a la fachada principal.
Entre estos edificios, estaban previstos una iglesia, un teatro, un pequeño convento, hospedería para invitados, cocheras, caballerizas, cuerpos de guardia y un largo etcétera. De todos estos edificios en la actualidad solo quedan los construidos en el ala oriental de la plaza. La muerte del rey Fernando VI en 1759 hizo que cambiara radicalmente la situación de Isabel de Farnesio: de “desterrada” en La Granja regresó al corazón de la corte como reina madre regente para acompañar con sus mañas el reinado del nuevo rey, su hijo Carlos III. Isabel de Farnesio falleció en 1766 sin ver finalizado un proyecto del que se había ido olvidando poco a poco.
Al final el palacio terminó por convertirse en un sobredimensionado pabellón de caza. Este uso tuvo dos excepciones notables: los periodos en los que fue habitado como residencia por Francisco de Asís de Borbón, que, al parecer, buscó aquí alejarse de los ajetreos extraconyugales que mantenía Isabel II, y Alfonso XII que, durante cuatro meses, se retiró al palacio tratando de ahuyentar la pena por la pérdida, a los pocos meses de casarse, de su primera mujer, María de las Mercedes. Estas dos estancias sirvieron, más que otra cosa, para impulsar la decoración de las dos alas más soleadas del palacio, claro que según gustos del XIX. El problema es que ambos pasaban por malos momentos en sus vidas, por lo que, lo que hoy se ve tampoco es que sea la alegría de la huerta.
A pesar de todo, la visita a este real rincón segoviano presenta notables alicientes. Por una parte, el paisajístico, enclavado a los pies de Guadarrama con el perfil de la serranía de la Mujer Muerta como telón de fondo. Por otro, el histórico. El edificio, aunque incompleto, no deja de ser una parte de la historia dinástica de España que merece la pena recorrerse por dentro. La visita da comienzo en la capilla, el lugar en el que también comenzaron las obras. Después de atravesar el patio principal se accede a las escaleras imperiales. Están formadas por 44 peldaños de granito de una sola pieza y presentan un diseño de escalera doble, única en su género en España. En el piso superior quedan las estancias del palacio ubicadas en las dos alas más soleadas y habitables. Entre las particularidades que presentan está la de que cada una de las 18 habitaciones que se visitan aparece decorada con un estilo diferente. El único nexo en común son las deslumbrantes lámparas de cristal y los espejos realizados en la Real Fábrica de Cristales de La Granja.
Se recorren así, habitación por habitación, los 84 metros de cada uno de los lados que forman el cuadrado perfecto que conforma el palacio. Se suceden la sala de los cuadros, el salón del billar, el comedor, la sala de los retratos, la cámara oficial en la que el rey Alfonso XII despachó durante su estancia aquí en el verano de 1878, la sala de música, el oratorio, su dormitorio, el salón de los regalos de boda, la del servicio y, a continuación las estancias usadas por Francisco de Asís.
En las alas que no se acondicionaron para habitar encontró acomodo el Museo de la Caza. Dada la vocación cinegética que rodea la historia de este lugar desde su principio hasta su fin, se reúnan aquí piezas, armas, cornamentas que tratan de explicar la historia de esta actividad. Las estrellas del museo son, sin embargo, los 28 diaporamas -escenarios tras un cristal- en los que se componen escenas con animales cazados en distintas zonas de España y disecados por José Luis Benedito López, notable taxidermista del siglo XX, perteneciente a un familia con mucha tradición en esta técnica, que empleó cuatro años en su elaboración.
Un último aliciente, incluso el primero para algunos, es un paseo por el interior del bosque en el que se ubica el palacio. Dado el grado de protección que tiene, no es posible salirse de la carretera que lo cruza pero son cuatro kilómetros, desde la puerta de Madrid hasta la de Hontoria, que se pueden hacer andando. El paseo es una buena oportunidad para disfrutar de un entorno adehesado que, ha sido cuidado durante tres siglos incluso con más mimo que el propio palacio. Abundan las encinas de gruesos troncos y porte añejo. Aunque, sin duda, lo que más abundan son los gamos y ciervos que aquí, rodeados por el cercado protector, llevan viviendo varios siglos. Especialmente desde que cayó en desuso la afición de escopetearlos. La última batida de caza en el interior del recinto, un mano a mano entre Franco y su jovencísimo nieto Francis Franco, fue en 1968.
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