Primera República Española (1873-1874)
A
las nueve de la noche del 11 de febrero de 1873, el Congreso y el Senado,
constituidos en Asamblea Nacional, proclamaron la República por 258 votos a
favor y 32 en contra. Tras un receso de tres horas, volvieron a reunirse las Cámaras nombrando
presidente del Poder Ejecutivo al republicano federal Estanislao Figueras,
quien se pondría al frente de un Gobierno de radicales y republicanos
federales, integrado por tres republicanos: Emilio Castelar en Estado,
Francisco Pi y Margall en Gobernación y Nicolás Salmerón en Gracia y
Justicia, y cinco radicales: José Echegaray en Hacienda, Manuel Becerra y Bermúdez en Fomento, Francisco Salmerón en Ultramar, el general
Fernando Fernández de Córdoba en Guerra y el almirante José María Beránger en
Marina. Cristino Martos fue elegido presidente de la Asamblea Nacional. Al
conocerse la decisión, los ayuntamientos con mayoría republicana y radical
también proclamaron la República. Hubo manifestaciones pidiendo la liberación
de los presos republicanos encarcelados. En algunos lugares se produjeron
incidentes violentos.
Los republicanos
federales, grupo dominante en las elecciones de agosto de 1872, aspiraban a una
transformación radical del Estado español. Pretendían una federación de estados
autodeterminados que, a grandes rasgos, se correspondían con las regiones
españolas ya establecidas. Se pretendía que, cada uno de estos estados
federales tuviera sus propios poderes. Los republicanos unitarios, por el
contrario, que eran minoría entre los republicanos. Abogaban por la unidad del
Estado español, que el establecimiento de la república se limitaría a
transformar la jefatura del estado y a garantizar una serie de derechos y
libertades. Su visión del estado era más burguesa que la de los republicanos
federales.
La República se pudo
proclamar gracias a los radicales de Zorrilla, los cuales se encontraban en una
encrucijada: puesto que, la abdicación de Amadeo de Saboya había generado un
vacío de poder, volver a seleccionar un monarca de entre las casas europeas era
inviable y el retorno de los borbones habría supuesto dar por muerta la
Revolución septembrina. Ello les empujó a sumar sus votos a los de los republicanos,
con quienes acordaron participar conjuntamente en un gobierno de concentración.
La Asamblea Nacional proclamó a Estanislao Figueras, del partido progresista,
como presidente del Poder Ejecutivo de la República. El cual contó en su
gabinete con líderes republicanos de peso. Por otra parte, el pacto apenas duró
unas semanas. Los radicales pretendían que el paso al republicanismo fuese lo
menos transformador posible, aspiraban a una república conservadora. Estas
disidencias generaron fricciones. Figueras anunció que defendería en Cortes un estado
federal, lo que disparó las alarmas radicales, que llegaron a tramar un golpe
de estado. El golpe fue abortado el 23 de febrero, y en marzo se disolvieron
las Cortes. En mayo se celebraron elecciones a Cortes Constituyentes
unicamerales. Los republicanos, en este caso, obtuvieron 343 escaños frente a
los 31 del resto de minorías parlamentarias. La abstención llegó al 60% del
censo.
Las Cortes proclamaron el
8 de junio de forma oficial, la República Federal. Dos días después,
Figueras dimitió. El federalismo apostó por la acción directa, aunque eran
conscientes de la imposibilidad de establecer la República mediante vía
electoral, ya que consideraban que solo podría llegar a través de una
revolución popular. El federalismo concebía la instauración de la República
como algo más que un cambio en la jefatura del Estado. No era solo un relevo
político, debía consistir en una serie de transformaciones económicas y
sociales que no podían esperar. Sin embargo, la Primera República Española no
llegó ni por vía insurreccional ni por la electoral. La República vino por las
circunstancias, viéndose obligados a construirla de arriba abajo.
El gobierno de Figueras sufrió
la presión de los intransigentes desde sus comienzos: horas después de la
proclamación de la República, en Montilla, se organizó un motín con el
asesinato de varios notables locales y la ocupación de tierras. En marzo, en
Cataluña, los intransigentes exigieron la licencia de las tropas allí destinadas,
ya que se las acusaba de trabajar para los alfonsinos. Por lo que proclamaron
el estado catalán dentro de la Federal. Los soldados se insubordinaron; el
gobierno negoció con los responsables políticos, aunque no pudo restablecer la
disciplina. Figueras, incapaz de soportar la tensión dimitió el 10 de junio.
El cargo lo asumió Pi i
Margall, que estaba decidido a acelerar la institucionalización de la Federal, por
lo que presentó un proyecto de Constitución en las Cortes. En dicho proyecto, la
declaración de derechos era similar a la de 1869, aunque disponía la separación
entre Iglesia y Estado, sin que ninguna administración subvencionara a ninguna
religión. También abolía los títulos de nobleza. La novedad más destacada fue
la nueva organización territorial: Andalucía alta y baja, Aragón, Asturias, Baleares,
Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura,
Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia y Vascongadas. Cada uno de
estos estados podía elaborar su constitución y escoger sus propios poderes
ejecutivo, legislativo y judicial. El estado se reservaba otras competencias: las
relaciones internacionales, el ejército, la moneda, las comunicaciones, el
gobierno de las colonias o la sanidad. El presidente de la República, elegido
por sufragio indirecto, nombraba al gobierno y debía encargarse de mantener el
equilibrio entre los estados federados. Las cortes se mantenían bicamerales,
pero el Senado perdía la iniciativa legislativa y se limitaba a comprobar la
constitucionalidad de las leyes.
El proyecto fue presentado
por la Comisión Constitucional de las Cortes el 17 de julio. Los intransigentes
habían decidido acelerar el proceso de federalización, y en junio habían
constituido un Comité de Salud Pública en Madrid, que se sublevó en
varias ciudades. Pretendían fundar estados o cantones, prácticamente al modo
confederalista, que, una vez constituidos, debían unirse en una república
federal. A mediados de julio, estalló la revuelta cantonal, que se
extendió por Andalucía y Levante, además de ciudades como Salamanca o Béjar,
sin olvidarnos de ciudades como Cartagena, Motril, Jumilla o Loja. En la
revuelta confluyeron diferentes factores, el primero, consistió en una
interpretación radical del ideario federal. La revuelta prendió, más que por
redistribuir el territorio, por canalizar las reivindicaciones de las clases
populares. La relación entre el obrerismo y el republicanismo se hace estrecha.
Siendo que, el federalismo
había llegado por vías no institucionales, Pi i Margall, federalista
convencido, intentó mediar pacíficamente, negándose a recurrir a la fuerza para
reducir al cantonalismo y dimitió. En su lugar entró Nicolás Salmerón, el cual recurrió
a Arsenio Martínez Campos y a Manuel Pavía para sofocar la revuelta. En septiembre,
la revuelta había sido dominada. El único cantón que resistió hasta enero de 1874
fue el de Cartagena. La presidencia de Nicolás Salmerón fue breve. Sus motivos para
dimitir fueron similares a las de Pi i Margall. Activista convencido contra la
pena de muerte, sin abolirla, las Cortes aprobaron una ley en 1873 que abría la
posibilidad de que los condenados recibiesen indultos. Pero, el ejército
consideraba que en medio de dos guerras y una insurrección cantonal, era
necesario aplicar la pena de muerte. Presionado, para firmar dos sentencias de
muerte, dimitió en septiembre de 1873.
Tras Salmerón, llegó a la
presidencia Emilio Castelar. Este deseaba establecer una república
conservadora, que atrajese a los monárquicos que quedaban entre los radicales.
Pretendía reconstituir la unidad del país, la disciplina en el ejército y
acabar con los frentes bélicos abiertos; también reactivar la economía, que se
encontraba bastante perjudicada. Hasta el mes de enero, gobernó por decreto, respaldado
por el ejército, puesto que, había suspendido las garantías constitucionales en
pos del orden. Sin embargo, reconciliándose con unos abría una brecha con otros;
así el giro conservador de su gobierno le enemistó con los federales. Castelar
era un ferviente defensor del parlamentarismo, y en 1874 regresó a las Cortes,
en búsqueda del apoyo a sus políticas. Pero la mayoría parlamentaria federal, le
llevó a la derrota. Parecía inminente la construcción de un nuevo gobierno
federal, pero el general Pavía envió un destacamento militar al Congreso y
disolvió las Cortes. Sin embargo, no quiso asumir la presidencia de la
república, lo que hizo fue encomendarla a una amplia coalición, que abarcase: el
conservadurismo republicano de Castelar hasta los alfonsinos de Cánovas, aunque
ninguno de los dos quiso colaborar. Ante esta situación, el general Serrano
asumió la presidencia y estableció una dictadura republicana sostenida por el
ejército. En su gobierno participaron ministros del Partido Constitucional
de Sagasta y del Radical de Ruiz Zorrilla. Se suspendieron las garantías
constitucionales, y se ilegalizó a los republicanos federales. Se buscaba
restaurar el orden público. España se había convertido en una república asentada
en una constitución monárquica, con partidos monárquicos al mando, sin apoyo
republicano, sin el respaldo de los sectores conservadores, y en un parlamento
que debía hacer frente a dos guerras.
Va pasando el tiempo, y mientras,
Cánovas iba reafirmando apoyos para la causa alfonsina, el príncipe Alfonso alcanzó
la mayoría de edad en noviembre de 1873, y en diciembre de 1874, desde la
Academia Militar de Sandhurst, publicó un manifiesto que se puede considerar un
completo programa político. En el se presentaba como rey liberal, dispuesto a regir
una monarquía constitucional que obrase conforme a los votos, y que combinase
el orden legal y la libertad política. Era una proclama doctrinaria, donde se mantiene
un compromiso liberal, cuyo objetivo principal, era el de convencer a los
indecisos, a aquellos que temían que la vuelta del hijo de Isabel II
significase una vuelta a las dinámicas políticas del tiempo de su madre.
En 11 meses, se habían
sucedido cuatro presidentes: Francisco Pi i Margall, federalista y uno de los
teóricos más destacados del siglo; Estanislao Figueras, también federal,
Nicolás Salmerón, federalista moderado y Emilio Castelar, republicano unitario.
Un pronunciamiento por
parte del general Martínez Campos en la ciudad de Sagunto, el 29 de diciembre,
abrió las puertas a la Restauración Borbónica en España, con la subida al trono
de Alfonso XII. El ejército no reaccionó, puesto que, desde hacía tiempo,
abundaban los alfonsinos dentro de el. Dos días después, Cánovas presidía un
ministerio-regencia en nombre del ya monarca.
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