George W. Bush, presidente de los Estados Unidos de Norteamérica entre 2001 y 2009
Nacido el 6 de julio de 1946 en New Haven
(Connecticut), fue el mayor seis hijos del 41º presidente de EE. UU. George H.
W. Bush. Era un niño, cuando la familia se trasladó a Odessa (Texas), donde el padre
invirtió en campos de petróleo. George junior estudió en las universidades de Yale
y Harvard, trabajó como empresario en el sector petrolero, aunque sin
mucho éxito. Vivió algunos años ocupado en sonadas juergas que trascendieron a
los medios de comunicación, por lo que buscó apoyo en su familia y en la
religión para abandonar su adicción al alcohol, al cumplir los 40 años. Una vez
alejado de los excesos, trabajó en la campaña presidencial de su padre; su
afición al béisbol le llevó hasta el Texas Rangers de Arlington (Texas),
equipo del que se convirtió en accionista y fundador. El 9 de noviembre de 1994
fue elegido gobernador del estado de Texas, en sustitución de la dirigente
demócrata Ann Richards. En noviembre de 1998 fue reelegido para el cargo con
una amplia mayoría. Con la ambición de convertirse en presidente de Estados
Unidos, el 2 de marzo de 1999 dio el primer paso hacia la Casa Blanca
anunciando la formación de un comité para recaudar fondos para las
presidenciales de noviembre de 2000. Su «conservadurismo con compasión»
le situó en una posición de cierta neutralidad ideológica dentro del Partido
Republicano que le valió el apoyo del ala más derechista y de la más
moderada. El 16 de junio de 1999 comenzó formalmente la campaña electoral, donde
garantizó la reducción de impuestos a los pequeños empresarios y el aumento de
los gastos en educación. Batió todos los récords de recaudación de fondos
electorales, antes de que comenzase el proceso de primarias, además, contó con el
apoyo del Partido Republicano. Las encuestas lo situaban en un puesto
favorable frente a los otros líderes de su partido, aunque tras diferentes
disputas en varios estados, Bush y el senador John McCain fueron los candidatos
con más posibilidades para representar la opción republicana a la Casa
Blanca. Tras las elecciones celebradas en 11 estados, el 7 de marzo de
2000, en el denominado «supermartes», George se alzó con el triunfo frente a
John McCain, al obtener 446 delegados de los 613 disputados. Con esta victoria,
el gobernador de Texas acumuló 661 de los 1.034 delegados que necesitaba
para ser designado candidato presidencial por el Partido Republicano.
Durante la campaña
electoral recibió duras críticas por representar una opción demasiado conservadora
y por tener una estrecha vinculación con la derecha religiosa. Sus detractores
le acusaron de falta de preparación política y manifiesta ineptitud para el
cargo de presidente, le reconocían demasiado puntos débiles; mientras que él se
defendía de las críticas asegurando que, al cumplir 40 años, su vida dio un
giro radical gracias a su familia. Utilizó el castellano como un arma más para
conseguir el voto hispano. Por otra parte, manifestó su rechazo al aborto,
excepto en casos de incesto, violación o peligro para la madre. Un tema tabú en
su campaña fue la homosexualidad y se manifestó firme defensor de la pena de
muerte. Bush ha sido el político norteamericano con un historial más amplio en
la aplicación de la pena capital. Cuando acudió a depositar su voto en la cita
electoral del 7 de noviembre de 2000, los últimos sondeos proclamaban su
victoria sobre el candidato demócrata Al Gore por un ajustado margen. Las
encuestas no erraron, pero el primer escrutinio concedía la mayoría de los
sufragios populares a Gore, pero el mayor número de los compromisarios que
constituyen el Colegio Electoral se decantaban del lado republicano y, por
tanto, la victoria correspondía a George Bush. Mientras las cadenas de televisión
norteamericanas se apresuraron a transmitir a todo el mundo el nombre del
próximo presidente del país, observadores demócratas denunciaban
irregularidades electorales en Florida. El primer recuento oficial concedía a
Bush 1.800 votos más que a su oponente en este estado y, con esta ventaja,
sumaba a su favor los 25 compromisarios que necesitaba para proclamar su
victoria. Los asesores de Al Gore denunciaron errores en el recuento de las
papeletas en el condado de Palm Beach y exigieron un nuevo recuento que redujo
la diferencia inicial de votos a favor de Bush casi a la mitad. La lucha
política por la Casa Blanca, la más disputada de la historia americana,
se trasladó a los tribunales, demócratas y republicanos confiaban en que la
resolución final favoreciera a sus candidaturas, pero eran las opciones del
candidato republicano las que se afianzaban con el paso de los días. Incluso Bill
Clinton, el presidente saliente, inició el traspaso de poderes de forma
oficiosa el 28 de noviembre cuando permitió a Bush acceder a los documentos
secretos de la CIA. Finalmente, una sentencia del Tribunal Supremo, el
máximo órgano judicial del país puso fin a las aspiraciones demócratas y allanó
el camino de Bush hacia la Casa Blanca cuando resolvió paralizar un
nuevo recuento manual de votos exigido por Gore. El líder demócrata decidió
entonces abandonar la batalla judicial y, cinco semanas después del 7 de
noviembre, George Bush pudo proclamar la victoria electoral que le convertiría
en el 43º presidente del país. Consciente de que el polémico proceso electoral
había cuestionado el funcionamiento de las instituciones estadounidenses e
incluso su legitimidad en el cargo, se dirigió a la nación para prometer un
gobierno de reconciliación nacional y, como prueba de su talante aperturista,
ofreció varias carteras ministeriales a sus oponentes demócratas.
Llegó a la Casa
Blanca y, como ya ocurriera con John
Adams
y su hijo John
Quincy Adams,
había conseguido ocupar el cargo presidencial que también desempeñó su padre. Pasado
el temporal electoral, algunos asuntos no resueltos que heredó de su predecesor
se acumularon en la agenda presidencial. El gobierno se encontró con la
necesidad de controlar el enfriamiento de la economía estadounidense, poner
orden en el caos electoral, afrontar los costes económicos y diplomáticos del
sistema de defensa contra misiles del que Bush se manifestó firme partidario,
resolver el enfrentamiento de Bill Gates con la justicia por el monopolio de
Microsoft y solucionar la ejecución de Juan Raúl Garza, la primera pena capital
a escala federal en cuarenta años, aplazada por Clinton. En política exterior,
el nuevo gabinete comenzó a trabajar con el objetivo de concluir con éxito la
misión de pacificar Oriente Medio, promover medidas de libre comercio con
América Latina y acabar con el régimen de Sadam Husein, el ‘enemigo número uno’
de los estadounidenses. Precisamente Colin Powell, el carismático general
afroamericano que dirigió la guerra del Golfo, fue elegido secretario de estado
por el nuevo presidente. Pero cuando Bush se sentó oficialmente en el Despacho
Oval, el 20 de enero de 2001, junto al vicepresidente Dick Cheney, llegaba
decidido a impulsar su propia agenda política; bloqueó la orden ejecutivas
dictada por Clinton, la referida a la ratificación del tratado para la creación
de la Corte Penal Internacional, y puso en marcha sus primeros proyectos
presidenciales: impulsar la reforma de la educación pública, el recorte de
impuestos y el refuerzo militar. Su conservadora agenda legislativa encontró
voces críticas incluso dentro del Partido Republicano y, en los últimos
días de mayo, el senador por Vermont, James Jeffords, anunció su intención de
abandonar las filas del partido y convertir su escaño en independiente. Tras esta
decisión, Bush perdió el control del Senado que pasó a ser mayoritariamente
demócrata.
Cuando los asuntos
más controvertidos de la agenda republicana amenazaban con menoscabar la
popularidad del presidente, los estadounidenses fueron testigos de la mayor tragedia
de la historia reciente del país. Fueron los brutales atentados terroristas del
11 de septiembre de 2001, en Nueva York y Washington, que generaron un
movimiento de apoyo en el exterior y un patriotismo, en el interior, que
contribuyó a cerrar filas en torno a la figura del presidente y las
instituciones norteamericanas. Con el apoyo de la OTAN y de la comunidad
internacional, el 7 de octubre de 2002 el Pentágono ordenó la puesta en marcha de
la operación «Libertad Duradera», un ataque sobre Afganistán dirigido
contra objetivos de las fuerzas de defensa talibán y los campos de
entrenamiento del grupo terrorista Al Qaeda. La intervención se prolongó
durante varias semanas y las tropas norteamericanas permanecieron en territorio
afgano, hasta lograr la rendición del régimen talibán, aunque no pudieron
cumplir el objetivo prioritario de la operación; la captura de Osama Bin Laden,
el autor intelectual de los atentados.
Fortalecido en sus
posiciones militaristas, en la primavera de 2002 George Bush anunció el inicio
de la segunda fase de la guerra total contra el terrorismo y apuntó al líder
iraquí, Sadam Hussein. Washington acusaba al régimen iraquí de mantener una
relación directa con la cúpula de Al Qaeda y de fabricar armas de destrucción
masiva y, con este argumento y el respaldo explícito del Reino Unido, Bush
anunció un ataque inminente contra Irak, incluso en ausencia de consenso
internacional. El presidente enterraba la estrategia de la disuasión, dominante
durante la Guerra Fría, para instaurar un nuevo concepto de «ataque
preventivo» como fundamento del sistema defensivo americano. Dentro y fuera
del país se alzaron voces críticas contra la política imperialista del
presidente quien, sin embargo, logró el respaldo de la Cámara de
Representantes para poner en marcha su plan de ataque contra el régimen de
Sadam.
Entretanto, se
producía, el fracaso de la diplomacia estadounidense en el conflicto
palestino-israelí, sin olvidar, en el marco doméstico, los graves escándalos
financieros de grandes gigantes industriales, como la energética Enron y la
telefónica WorldCom, que salpicaron a la administración republicana, y la
recesión económica más grave de los últimos años que elevó a cuarenta millones
el censo de ciudadanos pobres en los Estados Unidos. Con todo, las elecciones
legislativas del noviembre de 2002 concedieron a George Bush el espaldarazo
definitivo para relanzar su programa conservador. En una noche triunfal para el
Partido Republicano, los resultados de los comicios otorgaron vía libre
al presidente para poner en marcha todas sus iniciativas políticas en la
segunda mitad de su mandato. Los republicanos consiguieron incrementar su
dominio en la Cámara de Representantes, recuperaron el control del
Senado que habían perdido en mayo del año anterior y lograron mantener una
mayoría de gobernadores conservadores en el conjunto del país. Para paliar el
fracaso de la política económica de su gabinete, certificado en diciembre de
2002 con la dimisión del secretario del Tesoro y del asesor económico de la Casa
Blanca en los primeros días de 2003, el presidente anunció la puesta en
marcha de un plan de choque urgente, con un coste previsto de 674.000 millones
de dólares, para estimular la economía y crear, en un trienio, 2,1 millones de
empleos.
También en las
primeras semanas del año y pese a la ausencia de consenso internacional, intensificó
su campaña de captación de apoyos para intervenir militarmente en Irak. La
cuenta atrás comenzó el 16 de marzo de 2003 en una reunión que mantuvieron en
las islas Azores los máximos mandatarios de Estados Unidos, Reino Unido y
España; los países que lideraban la posición favorable a la intervención para
forzar el desarme de Sadam Husein. Los tres líderes pidieron a los miembros del
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas un pronunciamiento inmediato
sobre sus posturas ante una nueva resolución que incluyera la advertencia a
Irak de un inminente ataque. El ultimátum lanzado por Bush, Blair y Aznar, de imposible
cumplimiento por parte de países como Francia, Rusia, China o Alemania que ya
habían anunciado su oposición a las opciones belicistas, representaba en la
práctica el anuncio del fracaso de la solución diplomática internacional en la
crisis de Irak. Dos días más tarde, y en un mensaje televisado a la nación,
Bush anunció el inicio de la guerra en Irak si, en el plazo de 48 horas, Sadam
y sus hijos no abandonaban el país. El mandatario iraquí rechazó de inmediato
el ultimátum y prometió resistir a la invasión.
El 20 de marzo de
2003 el ejército estadounidense inició su anunciado ataque sobre Irak. El
bombardeo selectivo de centros neurálgicos en Bagdad fue el primero de los
objetivos de una operación militar, bautizada con el nombre de «Libertad
para Irak» y que, tras el fracaso de la vía diplomática, se puso en marcha
sin el respaldo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El inicio
de la guerra provocó una oleada de protestas en las principales ciudades del
mundo. El 9 de abril, las fuerzas militares estadounidenses alcanzaron el
centro de Bagdad y tomaron la capital. El 14 de abril, las tropas de la
coalición ocuparon Tikrit, ciudad natal de Sadam y, pese a que el mandatario
iraquí continuaba en paradero desconocido, dieron prácticamente por concluida
la guerra. El propio presidente estadounidense anunció el 2 de mayo el fin de
las operaciones militares, cuarenta días después de que la coalición
angloamericana declarara la guerra al régimen iraquí e iniciara la ocupación
del país. A bordo del portaaviones Abraham Lincoln, el mandatario
de la Casa Blanca dio por terminada la operación, aunque aseguró que
continuaba en marcha la batalla contra el terrorismo. La resistencia iraquí
reorganizó su propia respuesta y durante meses mantuvo abiertos sus frentes en
numerosos puntos estratégicos del país. Emboscadas, atentados y secuestros
prorrogaban la posguerra iraquí, y también la lista de bajas entre las tropas
de ocupación, al mismo tiempo que la opinión pública internacional recibía las
primeras noticias sobre denuncias de manipulación de los informes que
utilizaron los Gobiernos de la coalición aliada para justificar su intervención
militar en Irak. En el verano de 2003, la Casa Blanca reconoció la
utilización de algunos datos falsos en aquellos documentos y se desató una
tormenta política que sembraba las primeras dudas en el camino hacia la
reelección de Bush en las presidenciales de 2004.
Los índices de
popularidad auguraban tiempos difíciles para el presidente, pero antes de
concluir el año logró dos de los objetivos más perseguidos desde que ordenó
bombardear Bagdad: el 16 de octubre una resolución de la ONU legitimó la
presencia de la fuerza multinacional en Irak y el 14 de diciembre las tropas
estadounidenses capturaron a Sadam en una aldea cercana a Tikrit. Reconciliado
con la legalidad internacional e instalado en un programa político marcadamente
intervencionista, defendido por el ala más conservadora de su gabinete, Bush
encaró el nuevo año con el propósito de convencer a los estadounidenses de su
papel de liderazgo en un mundo permanentemente amenazado por el terrorismo. Y
lo consiguió. El 2 de noviembre de 2004, los comicios presidenciales más
disputados de las últimas décadas concedieron una victoria indiscutible al
líder republicano. Pese a que los sondeos habían arrojado un empate total entre
los candidatos, Bush se convirtió en el líder más votado de la historia con
58,8 millones de sufragios, tres millones y medio por encima de su rival, el
demócrata John Kerry. El 20 de enero de 2005 tomó posesión de su segundo
mandato presidencial.
El verano del
primer año de la segunda era Bush resultó particularmente amargo para él. A la
creciente impopularidad por el despliegue militar en Irak se sumó la falta de
celeridad en la respuesta oficial a la devastación originada por el huracán
Katrina, la catástrofe natural más grave en la historia del país desde el
terremoto de San Francisco. Las autoridades de Luisiana, Alabama y Misisipí,
los Estados más afectados por la catástrofe, denunciaron la pasividad inicial
de Washington y la desorganización en las labores de evacuación de la población
atrapada en Nueva Orleans, donde perecieron varios centenares de personas. En
el otoño, un escándalo sobre desvío de fondos electorales y lavado de dinero
salpicó directamente a Tom De Lay, líder republicano en la Cámara de
Representantes, que dimitió del cargo en enero de 2006 y tres meses después
abandonó la política, pero que añadió dinamita a la inestable línea de
flotación de la Casa Blanca.
El capital político
del presidente se redujo algunos enteros más antes de acabar el año. Su
debilidad en el Partido Republicano quedó en evidencia tras la retirada
de su candidata, ampliamente rechazada por los ultraconservadores, a la
presidencia del Supremo al tiempo que su equipo directo de colaboradores sufría
un golpe demoledor por el «caso Plame». El 28 de octubre de 2005 Lewis
Libby, jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney, presentó su dimisión
tras conocer la decisión de un gran jurado de Washington de procesarle por
perjurio, falso testimonio y obstrucción a la justicia. El fiscal independiente
Patrick Fitzgerald había iniciado la investigación dos años antes para
averiguar la implicación de altos cargos de la Administración en la filtración
del nombre de una agente secreta de la CIA, Valerie Plame, como represalia a
las críticas vertidas por su marido, el diplomático Joe Wilson, que denunció la
falsedad de algunas de las pruebas que la Casa Blanca utilizó para justificar
la guerra contra Sadam Hussein. Karl Rove, principal asesor político del presidente
Bush, fue otro de los altos funcionarios investigados por el fiscal.
Posteriormente, acusado de perjurio, el 20 de marzo de 2008 le retiran a Lewis
Libby la licencia de abogado para ejercer en Washington.
El temor a sufrir
un descalabro electoral en las presidenciales animó al equipo de Gobierno a
planear algunos reajustes en la Casa Blanca y en abril de 2006, el
propio Rove abandonó su cargo de adjunto del jefe de Gabinete para ocuparse de
la dirección de la campaña electoral republicana. El mismo día, el portavoz
Scott McClellan anunció su dimisión. El 5 de mayo, y por sorpresa, el presidente
también anunció el relevo del director de la CIA, Porter Goss, cuando aún no se
habían cumplido dos años desde que accedió al cargo. Aunque Bush no aportó
motivos para el relevo, el cese del jefe de los servicios secretos llegaba en
pleno debate sobre el escándalo de presuntos vuelos organizados por la Agencia
para secuestrar a sospechosos de terrorismo en territorio europeo y
trasladarlos a países árabes donde se les practicaban torturas. George Bush
prometió a lo largo de su mandato la creación de un estado palestino en 20
ocasiones; al igual que varios de sus funcionarios, tales como la secretaria de
Estado, Condoleezza Rice o el vicepresidente Dick Cheney. La primera vez que
Bush habló de la creación de un Estado palestino fue el 2 de octubre de 2001:
tres semanas después del atentado a las Torres Gemelas. En junio de 2003, en la
Cumbre de Aqaba, Bush reactivó el proceso de paz conocido como «Hoja
de Ruta», una iniciativa apoyada también por Rusia, Europa y la ONU, que
preveía la creación de un Estado palestino para el 2005. Aunque dos semanas
después ya no establecía una fecha cierta. Era la 13ª vez que pedía un Estado
palestino en dos años. La siguiente vez que lo mencionó fue en junio de 2007,
luego la palabra sobre el tema la retoma Dick Cheney en su gira por Oriente Medio
en marzo de 2008, declarando que: …el Estado palestino debía haberse creado
hace años. En abril de 2008 George Bush logró aprobar en Asamblea de la
OTAN, su proyecto de defensa mediante el empleo de escudos antimisiles
instalados en Europa, a pesar de la resistencia de Rusia.
George Bush, se
casó en noviembre de 1977 con Laura Welch, una bibliotecaria de Midland
(Texas), el matrimonio tuvo dos hijas gemelas: Bárbara y Jenna.
El 10 de enero de
2009, al pronunciar el discurso de despedida, tras 8 años al mando de las
fuerzas armadas y políticas de Estados Unidos, el presidente George Bush reivindicó
entre sus acciones la guerra que emprendió contra Irak. El 20 de enero de 2009,
George Walker Bush dejó su cargo en la Casa Blanca, para dar paso a la
investidura del 44º presidente de Estados Unidos, Barack Hussein Obama.
Bibliografía
- WikipediA,
CNN en español y Biografías MCN.
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Ramón Martín
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