Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos de Norteamérica entre 1913 y 1921

 


Nació el 28 de diciembre de 1856, en Staunton (estado de Virginia), hijo y nieto de pastores presbiterianos, su padre le inculcó desde pequeño una educación basada en los métodos pedagógicos del filósofo ilustrado francés Rousseau. Tras graduarse en el Davidson College de Carolina del Norte, en el año 1875 ingresó en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey), donde se licenció, cuatro años más tarde, en Derecho, para, a continuación, iniciar su especialización en la Universidad de Virginia. En 1882, abrió su propio bufete en Atlanta (Georgia), pero, al no irle bien las cosas, decidió reemprender sus estudios en la John Hopkins University de Baltimore, en donde, por aquel entonces enseñaban los mejores especialistas en Ciencias Políticas. Allí fue condiscípulo de Frederick J. Turner, doctorándose en 1886. Gracias a sus excelentes cualidades, Wilson, comenzó un largo periplo como docente: primero, entre 1885 a 1888, en el Bryan Mawr College de Pennsylvania, continuando, hasta 1890, en la Westeyan University de Middletown de Connecticut, fecha en la que entró a formar parte del profesorado de la Universidad de Princeton, como profesor de Jurisprudencia de Economía Política.

Durante sus doce años de docencia, su reputación académica se extendió a toda la costa Este a raíz de la publicación de varios artículos y libros sobre el sistema político y la historia de los Estados Unidos. En 1902, se convirtió en el rector de la universidad, desde donde puso en marcha una serie de cambios en su organización educativa y social, encaminados a la desaparición de las tremendas diferencias sociales que había entre los estudiantes ricos y los de clase media y pobre. Chocando con fuertes resistencias, por lo que se formó un ambiente hostil hacia él, que le obligó a abandonar el cargo en el año 1910. Aprovechando su cese como rector y estando vacante el puesto de gobernador del estado de Nueva Jersey, ese mismo año el Partido Demócrata le postuló como candidato para el cargo, siendo elegido. Una vez en el cargo, demostró su talento político a la hora de conjugar un gobierno fuerte y decidido con una serie de reformas de talante social y moral. Sus primeras actuaciones se caracterizaron por colocar los principios por delante de los hombres, por defender el interés general frente al particular, en contra de lo que pretendían los jefes locales que le auparon en el puesto. Consiguió restar poder e influencia a los clanes del partido. Llevó a cabo una completa reorganización administrativa: aprobó una nueva ley electoral, suprimió los constantes casos de fraudes electorales y de corrupción sistemática en la administración, aprobó una ley sobre seguros laborales y de accidentes, reglamentó los servicios públicos y creó un organismo dedicado exclusivamente a controlar a los grandes grupos financieros.

Su ascensión dentro de las filas del Partido Demócrata fue fulgurante y providencial para la formación, que se encontraba privada del poder desde 1897. Las cualidades políticas de Wilson al frente del estado de Nueva Jersey hicieron que la Convención Nacional del partido, celebrada en Baltimore a mediados de 1912, le eligiera como candidato a la presidencia en detrimento del portavoz de la Cámara de Representantes, Champ Clark. La división republicana y la candidatura del antiguo presidente Theodore Roosevelt encabezando al nuevo Partido Progresista, junto con la candidatura republicana oficialista del presidente William H. Taft, allanaron su ascenso a la Casa Blanca. La campaña de 1912 fue, en realidad, un duelo entre Wilson y Roosevelt, en la que el primero apabulló a su contrincante, mientras que Taft tan sólo consiguió 8 votos. La victoria se debió al novedoso programa presentado por Wilson, Nueva Libertad, en el que, entre otras cosas, proponía: llevar a la práctica las reivindicaciones de la clase media del país, el control de los grandes trust financieros, una reducción verdadera de los aranceles e impulsar la igualdad de oportunidades.

El 5 de noviembre de 1912, Thomas W. Wilson juró su cargo como presidente de los Estados Unidos de América. Por primera vez desde la finalización de la Guerra de Secesión, un sudista ocupaba la Casa Blanca. Una vez investido presidente, dejó bien claro su intención de usar el poder que su cargo le confería, demostrando que era posible llevar a cabo una dirección presidencial fuerte sin lesionar la Constitución ni la autonomía de gobierno de los estados.

Fiel a su partido y a los dictados liberales de su campaña, Wilson comenzó muy pronto a aplicar su programa reformista. El Congreso aprobó un proyecto de ley que derogaba los derechos de más de 100 artículos, a la par que introducía un impuesto sobre la renta para paliar las lógicas pérdidas de ingresos, la Underwood-Simons Tarif Act, del año 1913. Su siguiente objetivo consistió en establecer un nuevo sistema para respaldar las finanzas, la banca y el sistema monetario. Para lo cual, hizo aprobar, en diciembre de 1913, la Ley de Reserva Federal, por la que se crearon doce bancos de Reserva Federal en otros tantos puntos del país, confiando la supervisión del sistema a un nuevo organismo, el Consejo de Administración de la Reserva Federal. Dicha ley también creó un nuevo tipo de moneda: los billetes. La ley no logró prevenir fracasos bancarios, ni evitó pánicos y depresiones periódicas, pero sí hizo posible movilizar los recursos bancarios del país, creó una moneda nueva y más flexible y aflojó el dominio de unos cuantos gigantes financieros. En lucha permanente contra los poderosos trust financieros del país, Wilson luchó con dureza por sacar adelante, en octubre de 1914, la Clayton Act, concebida para fortalecer la Antitrust Sherman Act. La ley prohibía ciertas prácticas comerciales como la discriminación de precios tendiente a aminorar la competencia y promover el monopolio, a la vez que ofrecía una serie de descuentos otorgados con la condición de que los compradores se abstuvieran de comprar a otros proveedores y, sobre todo, beneficiar a los sindicatos y a los trabajadores.


Con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, en el año 1916 Wilson volvió a aplicar nuevas reformas, esta vez en el sector agrario, con la Ley Federal sobre Préstamos a la Agricultura, del mes de julio, que establecía otros doce Bancos de Crédito Agrícola para proporcionar créditos rurales a largo plazo. En septiembre, evitó la amenaza de una huelga de ferrocarriles con la Adamson Act, que instauraba una jornada laboral de ocho horas y penaba severamente el empleo de menores en los trabajos. Sin embargo, aunque aplicó unas medidas audaces, no fue capaz de suprimir ciertos males endémicos de la sociedad estadounidense: se negó a reconocer el derecho de voto de las mujeres, las minorías negras sufrieron una mayor presión y discriminación y los obreros especializados fueron relegados de los programas sociales estatales. Wilson dirigió conscientemente su política interior en favor de los granjeros, obreros y reformistas, los cuales le concedieron, nuevamente, el triunfo en las elecciones presidenciales de finales de 1916, en las que desbancó al candidato republicano Charles E. Hughes.

En contra de su criterio, las circunstancias le obligaron a concentrar su atención en las relaciones con el exterior. Asesorado por su secretario de Estado, William J. Bryan, propuso a treinta naciones la firma de un tratado bilateral de colaboración, anuló las tarifas preferentes que Estados Unidos se había hechos otorgar en la administración y control del Canal de Panamá y consolidó la presencia estadounidense en el área del Pacífico ante el empuje japonés, al reconocer diplomáticamente el liderazgo en China de Sam Yan Tsen. Al mismo tiempo, también intervino en América Latina para defender los intereses estadounidenses y proteger la ruta económica del Canal de Panamá, de vital importancia para el país, por lo que ocupó militarmente Haití, en 1915, y Santo Domingo, en 1916. Las injerencias no se quedaron ahí, ya que, al estallar la Guerra Civil mejicana, en el año 1913, trató de influir en el conflicto llevando a cabo la ocupación militar de Veracruz, en 1914, y una serie de expediciones de castigo, con escaso resultado, en contra del general Huerta y del líder revolucionario Pancho Villa.

Wilson, reelegido bajo un programa de paz, se vio obligado a romper el tradicional aislacionismo estadounidense y arrastrar a su país a la Primera Guerra Mundial. No obstante, durante los tres primeros años del conflicto permaneció neutral, pese al perjuicio que originaba para la economía del país el bloqueo marítimo impuesto por las naciones beligerantes y la guerra submarina tan agresiva que desarrolló Alemania. A partir de 1916, los acontecimientos fueron desfavorables para sus deseos de no intervención, máxime por la, cada vez mayor, presión de los grandes financieros y de un gran número de políticos para que Wilson se decidiera a intervenir junto a los aliados. Empeñado en conseguir la reconciliación, se ofreció como mediador en el conflicto para establecer un plan de paz, para lo cual comenzó a hacer contactos con los gobiernos de las naciones en lucha. En enero de 1917, Wilson propuso públicamente una paz sin victoria para nadie.

El recrudecimiento de los ataques submarinos contra navíos neutrales, en febrero de 1917, y los lazos económicos y afectivos entre Estados Unidos y las democracias occidentales, presionaron de tal manera que, tras un último intento fallido por encontrar una solución pacífica, pidió al Congreso, el 2 de abril de 1917, la entrada en la guerra y el cese de las relaciones diplomáticas con Alemania y el Imperio Austrohúngaro. Los primeros meses de la guerra, se limitó a enviar material bélico, materias primas y víveres al frente europeo, mientras, en el interior del país, se creaban varios organismos para canalizar y organizar la nueva situación de guerra que vivía el país de una manera coherente. Wilson creó el War Industries Bureau (Comité de Industrias de Guerra) y el Committe on Public Information (Comité de Información Pública). Gracias a un nuevo sistema de reclutamiento, en la primavera de 1918 fueron enviados al frente francés los primeros contingentes de tropas, al mando del general John Pershing.

Fiel a su educación presbiteriana y al respeto por las tradiciones, no cejó en su empeño por encontrar una justificación válida para la intervención estadounidense en la guerra que se adecuara a su ideología pacifista y demócrata. Estados Unidos participó como asociado y no como aliado. Lo hizo saber en el discurso que pronunció en el Congreso, en enero de 1918, en el que esbozó su programa de paz conocido como Catorce Puntos, en el que pedía, entre otras cosas, la libertad de navegación, igualdad de comercio, la reducción del armamento, la atención a las reclamaciones coloniales, la autodeterminación nacional y la creación de un organismo internacional como garante del mantenimiento de la paz. Esa alianza de naciones que proponía Wilson acabó plasmándose en la creación de la Sociedad de Naciones, organización débil, sobre todo, por la negativa de Estados Unidos a formar parte de ella, debido a la corriente aislacionista instalada entre la clase política tras la finalización de la guerra.

El mismo año de su viaje a Europa para participar en la Conferencia de Paz de Versalles, el Partido Demócrata de Wilson, perdió la mayoría en las dos Cámaras del Congreso. Durante los más de seis meses que duraron las sesiones negociadoras, tuvo que hacer frente a las peticiones, tanto territoriales como económicas de los países vencedores, lo que provocó que los diferentes tratados firmados con cada uno de los países vencidos apenas respondieron a las tesis planteadas en los Catorce Puntos. Tras este fracaso, Wilson regresó a su país, a mediados de 1919, para sufrir una derrota política aún mayor. El Congreso, dominado por los republicanos partidarios del regreso al aislacionismo, rechazó la petición presidencial de la entrada de Estados Unidos en la Sociedad de Naciones y la ratificación de los tratados firmados en París, alegando que el nuevo organismo internacional no era más que un instrumento del imperialismo francés y británico, el cual acabaría arrastrando de nuevo al país en nuevos conflictos internacionales, con la consiguiente pérdida de la autonomía política. Esta reacción, opuesta a su política, motivó que emprendiera una campaña de opinión por el país que tuvo que abandonar, en septiembre de 1919, al sufrir una embolia cerebral en Pueblo (estado de Colorado), que le dejó paralítico. Física y moralmente agotado, Wilson pudo sufrir su fracaso político antes de morir. El 3 de marzo de 1921, Wilson traspasó la presidencia al republicano Warren G. Harding.


Bibliografía

  • WikipediA, CNN en español y Biografías MCN.





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Ramón Martín

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