Carlota Joaquina de Borbón, esposa de Juan VI
Nacida en Madrid en 1775 en Madrid,
era hermana de Fernando
VII y pretendió representar los intereses de la Corona española en América
durante la crisis dinástica originada por la invasión napoleónica.
Hija de Carlos
IV y de María
Luisa de Parma, contrajo matrimonio con Joao de Braganza, heredero de
la corona de Portugal, luego regente, y finalmente rey como Joao VI de Portugal. Fue madre de una
numerosa prole: don Pedro, futuro Emperador
de Brasil y rey de Portugal; don Miguel,
rey consorte de Portugal; María Teresa,
princesa de Beira; María Isabel,
reina de España por su matrimonio con Fernando
VII; y María Francisca,
primera esposa de don Carlos. No fue una mujer muy agraciada, aunque protagonizó
varios sucesos escandalosos con sus amantes.
Su figura es muy controvertida por
haber intervenido en numerosos problemas políticos de comienzos del siglo XIX.
La monarquía portuguesa atravesó entonces situaciones muy complejas como consecuencia
de la incapacidad de la reina madre doña María
I, por lo que se nombró regente al príncipe Joao, contra el que conspiró
doña Carlota en 1806 para declararle igualmente incapacitado por enfermedad. A
partir de entonces el matrimonio fue un desastre, aunque mantuvo las apariencias.
Otra circunstancia que moduló su vida fue la tradicional amistad portuguesa a Inglaterra,
que motivó la invasión francesa a Portugal en 1807, realizada con la aquiescencia
de su padre Carlos
IV, lo que la colocó en una tesitura muy difícil ante los portugueses.
Doña Carlota tuvo que aceptar el exilio a Brasil propuesto por Londres a la Corona
lusitana y llegó a Bahía el 22 de enero de 1808, desde donde pasó en marzo a
Río de Janeiro. A las incomodidades del viaje se añadieron las de tener que
instalar a la familia real en el improvisado palacio de Boa Vista, situado en
los suburbios capitalinos.
Los acontecimientos españoles de
1808 la obligaron a intervenir en política. La invasión napoleónica a España,
el exilio de la monarquía peninsular a Francia y los tumultos independentistas
americanos la convencieron de que debía actuar en las colonias españolas
presentándose como la auténtica representante de la corona, ya que no se había
publicado la Ley Sálica y todos los miembros restantes de la familia real
estaban presos de Napoleón. Así lo
hizo el 21 de marzo del mismo año 1808 en una carta dirigida al Cabildo de
Buenos Aires. La reina deseaba evitar movimientos independentistas en los territorios
limítrofes con Brasil, y contó con el respaldo de algunos militares y administradores
españoles, a los que se unieron algunos patriotas, dispuestos a aprovechar su
intervención en pro de la causa independentista. Los criollos realistas no siguieron
sus directrices por ser reina de Portugal, país del que recelaban. Así, Goyeneche,
enviado por la soberana, puso en marcha la insurrección nacionalista. Los criollos
liberales eran enemigos de las monarquías, española y portuguesa, por lo que tampoco
la apoyaban. En cuanto a su marido, Joao de Braganza, utilizó sus pretensiones
para su política expansiva en América, ya que deseaba imponer el dominio portugués
en el Río de la Plata, Paraguay y el Alto Perú, a lo que se oponía el embajador
inglés en Río de Janeiro, partidario de la independencia de tales territorios
para el librecambismo británico.
Todo esto ha tejido un cúmulo de falsedades
sobre las intrigas de doña Carlota Joaquina, consideradas fruto de sus
intereses personales. La realidad es que la soberana actuó de buena fe,
tratando de salvaguardar para España sus territorios ultramarinos, como lo
demostró con su apoyo a los realistas Elío
y Vigodet en Uruguay contra los
independentistas. Llegó al extremo de vender todas sus joyas para ayudarles, pero
sus buenas intenciones fueron puestas en duda hasta por la propia Regencia española,
que ordenó a las autoridades indianas negarle toda colaboración. Los acontecimientos
revolucionarios en la América española complicaron además las presiones que venían
de Río de Janeiro. Los patriotas porteños intentaron ocupar Paraguay, donde
surgió la reacción patriota de Artigas.
El gobernador Velasco y el
general porteño Belgrano pidieron la
intervención portuguesa a doña Carlota, pero el Paraguay se encaminó hacia su
propia independencia. En cuando a Uruguay, la Junta de Buenos Aires se alarmó
por las pretensiones lusitanas y retrotrajo la cuestión al orden colonial.
Intervino Strangford y en 1812 se
negoció la retirada de los brasileños.
Doña Carlota se vio también envuelta
en los complejos problemas de la monarquía portuguesa; dejó de intervenir en
los hispanoamericanos a partir de 1812, cuando las Cortes de Cádiz reconocieron
sus derechos al trono español en tercer lugar. El posterior regreso de su
hermano Fernando
VII al trono español le permitió descargarse de todas las responsabilidades.
En su propia corte de Río vivió los acontecimientos de la creación del Reino
Unido de Brasil y Portugal y al año siguiente intervino activamente para lograr
el matrimonio de sus hijas con don Fernando y Carlos, que se celebraron en España.
El 16 de marzo de 1816 falleció doña María
I a los 81 años y su marido fue proclamado como rey Joao VI, si bien no
fue coronado hasta 1818. Tras esto vino la ocupación portuguesa de Uruguay.
En 1820 triunfó el levantamiento liberal
en Portugal y se formaron las Cortes Constituyentes, las cuales pidieron el
regreso del Rey. Doña Carlota Joaquina tuvo que organizar nuevamente el
traslado de la familia real y volver a cruzar el océano Atlántico, esta vez de
regreso a Lisboa. Una vez en Lisboa se negó a jurar la Constitución de 1822,
por lo que estuvo a punto de ser desterrada. Se convirtió entonces en cabeza de
la facción absolutista portuguesa, desde donde promovió todo tipo de conspiraciones
antiliberales, como la famosa Villafrancada, de 1823, que coincidió con la invasión
de los Cien Mil Hijos de San Luis a España. La ejecutó en realidad su hijo don
Miguel, pero doña Carlota Joaquina fue obligada a salir del país al año siguiente.
En 1826 quedó viuda. Su hijo, el emperador Pedro I de Brasil, fue reconocido como
Pedro IV de Portugal. Se constituyó un Consejo de Regencia con la infanta
Isabel María y se dio una nueva Constitución a Portugal. Don Pedro prefirió seguir
en Brasil como Emperador y abdicó sus derechos a la corona portuguesa en su
hija doña María da Gloria, que tenía siete años y debía casarse con su tío el
infante don Miguel, dirigente de la causa absolutista. La Corte era un nido de
intrigas y en 1828 don Miguel desembarcó en Lisboa y anuló la Constitución. Ese
año murió doña Carlota Joaquina en el palacio de Queluz.
Fuentes; WikipediA,
Mcnbiografias
Imagen:
Pinterest
Comentarios
Publicar un comentario