Felipe González Márquez. 199º Presidente en 1982-1986, 200º en 1986-1989, 201º en 1989-1993, y 202º en 1996-1996.
Durante el reinado de don Juan Carlos I (1975-2014) fue el séptimo Presidente del Gobierno desde el 3 de diciembre de 1982 al 26 de julio de 1986; octavo desde el 26 de julio de 1986 al 7 de diciembre de 1989; noveno desde el 7 de diciembre de 1989 al 14 de julio de 1993; y décimo desde el 14 de julio de 1993 al 6 de mayo de 1996.
Nacido en Sevilla,
el 5 de marzo de 1942, la desahogada situación económica de su
familia le permitió cursar el bachillerato en el colegio de los Padres
Claretianos de Sevilla y el preuniversitario en el Instituto de San Isidoro. Posteriormente
estudió Derecho en la Universidad de Sevilla y en 1965, un año antes de
licenciarse, asistió a un curso de Economía en la Universidad Católica de
Lovaina (Bélgica). A su vuelta a España abrió un bufete especializado en
litigios laborales.
Fue
militante de las Juventudes Universitarias de Acción Católica y de las
Juventudes Obreras Católicas. En 1962 se afilió a las Juventudes Socialistas y
dos años después ingresó en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que
operaba en el exilio. Su actividad se desarrolló, por tanto, en la
clandestinidad, siendo detenido en 1971, por haber participado en
manifestaciones contrarias al régimen de Franco. Durante un tiempo combinó la
práctica legal con la docencia en la Facultad de Derecho de la Universidad de
Sevilla.
Entre 1965 y
1969 fue miembro del comité provincial del PSOE en Sevilla, pasando desde él al
Comité Nacional y a partir de 1970 figuró en la Comisión Ejecutiva. Participó
en el XXV Congreso del Partido, de Toulouse en agosto de 1972, como miembro de
la Ejecutiva en el interior (existía una Ejecutiva en el exilio). En octubre de
1974 en el XXVI Congreso celebrado en Suresnes fue elegido primer secretario
del Partido en sustitución de Rodolfo Llopis. En esa ocasión el sector
histórico del Partido, fue arrinconado por los renovadores encabezados por el
joven González (conocido como Isidoro), quien se presentó con el apoyo de la
mayoría de los militantes residentes en España y el patrocinio de las máximas
figuras de la socialdemocracia europea, como el italiano Pietro Nenni, el sueco
Olof Palme y el alemán Willy Brandt.
Tras la
muerte de Franco, González pasó a liderar una parte de la oposición democrática
al frente de la Plataforma de Convergencia Democrática, que en marzo de 1976 se
fusionó con la Junta Democrática de España que animaba el comunista Santiago Carrillo. Legalizado en febrero de 1977, el PSOE concurrió a las primeras
elecciones democráticas, constituyentes, del 15 de junio de 1977 y se colocó,
con el 29,2% de los votos y 118 escaños, como segunda fuerza política por
delante del Partido Comunista, su rival por la izquierda, en un sorpasso que
sería definitivo.
En estos
años como líder de la oposición González presentó un discurso antiatlantista y
su antagonismo parlamentario al gobierno de Adolfo Suarez, que no gozaba de la
mayoría absoluta, fue muy duro y contribuyó a su erosión. Insistió en la
necesidad de eliminar la doctrina marxista del PSOE y su conversión en un
partido moderno e interclasista, homologable con la socialdemocracia europea,
la cual le respaldó nombrándole vicepresidente de la Internacional Socialista
el 7 de noviembre de 1978. Derrotada su ponencia en el XXVIII Congreso del
Partido el 16 de mayo de 1979, González presentó la dimisión, pero en
septiembre del mismo año un Congreso extraordinario le eligió secretario
general con el 85´9% de los votos.
Consolidado
como alternativa en las legislativas del 1 de marzo de 1979, el PSOE obtuvo una
victoria arrolladora en la edición del 28 de octubre de 1982. El vuelco del panorama
político español, pues nunca antes un partido de izquierda había recibido
tantos votos en solitario, supuso para el PSOE el regreso al poder ejecutivo.
González fue investido por el Congreso de Diputados el 1 de diciembre, el día 2
presentó juramento ante el rey y el 3 formó su gabinete.
La llegada
de los socialistas despertó esperanzas de cambios a todos los niveles en un
país en que algunos aspectos permanecían atrasados, pero también temores entre
los conservadores por las decisiones radicales que pudieran adoptar. No
obstante, González moderó considerablemente su discurso, tanto en las formas
como en el contenido. Pasó a defender la permanencia en la OTAN; necesaria para
su proyecto de inserción del país en las estructuras europeas, para la que obtuvo
el voto afirmativo en el referéndum del 12 de marzo de 1986, el cual polarizó a
la opinión pública y corrió el riesgo de convertirse en un plebiscito sobre su
Gobierno.
De hecho,
años después consideraría esta consulta como “el mayor error” en su etapa presidencial.
Una labor de gran importancia, fue la reforma del Ejército, conducida por el
ministro de Defensa, Narcís Serra. Iniciada en la etapa ucedista y facilitada
ahora por la moderación ideológica del PSOE y de González, el apoliticismo y la
profesionalización de los mandos alejó definitivamente el espectro golpista.
En el campo
social el país experimentó grandes progresos, como la multiplicación de oportunidades
educativas y la dotación de un amplio sistema de seguridad social, teniendo
como referencia el modelo del Estado del bienestar. En el económico, como ya
venían haciendo los socialistas franceses, González se decantó por el
pragmatismo liberal y acometió una dolorosa reconversión industrial y otras
reformas estructurales, ineludibles para la modernización del país. La
reducción de la inflación, de dos dígitos en 1982, constituyó un objetivo
declarado desde el primer momento. Si bien la macroeconomía funcionaba, pasando
el quinquenio 1985-1989 por una fase de crecimiento expansivo y de entrada
masiva de capitales extranjeros, atraídos por los altos tipos de interés, los
sindicatos entendieron que aquello se hacía a costa del bolsillo del
trabajador, además de poner en cuestión observadores terceros el carácter
verdaderamente productivo de ese crecimiento. En esta situación de descontento
laboral, el 14 de diciembre de 1988 González afrontó la primera huelga general
desde su llegada al poder.
En el
exterior, los gobiernos de González confirieron un nuevo impulso a la apertura
iniciada por los primeros gobiernos democráticos. Su Gobierno buscó la
normalidad y rechazó el unilateralismo. Se establecieron relaciones
diplomáticas con Israel, el 17 de enero de 1986, con todo el simbolismo que
ello entrañaba, pero sin mermar la tradicional simpatía por la causa árabe.
Esta dualidad fue reconocida con la celebración en Madrid, del 30 de octubre al
1 de noviembre de 1991, de la Conferencia que puso en marcha el proceso de paz
en Oriente Próximo.
También se
fortalecieron los vínculos con Marruecos (Tratado de Amistad del 4 de julio de
1991) y con América Latina, puesta en marcha de las Cumbres Iberoamericanas
anuales, y se renegociaron los tratados militares con Estados Unidos, que
disminuyó su presencia militar en España. Durante la crisis del Golfo, González
se reveló como un aliado sólido de aquel país, si bien no dejó de objetar
determinados episodios de la ofensiva aérea contra Irak.
Además,
España participó por vez primera en operaciones militares en el exterior con
carácter humanitario y pacificador: Angola, Centroamérica, Kurdistán,
Bosnia-Herzegovina; asumiendo responsabilidades y aumentando el número de
tropas implicadas. Además, de con los países vecinos: Francia, Marruecos y
Portugal, los gobiernos socialistas institucionalizaron las relaciones con
Italia y Alemania, cuyo canciller, Helmut Kohl, agradeció el gesto de González
de apostar por la unificación después del derrumbe del Muro de Berlín con un
respaldo económico decisivo a la hora de negociar el reparto de ayudas y
subvenciones de la CEE.
El gran hito
en la política exterior de González fue el ingreso de España en las Comunidades
Europeas (CEE) el 1 de enero de 1986. Desde la primera presidencia semestral
española en 1989 hasta la segunda en 1995, el peso específico del país y la
influencia de González en la Comunidad fueron parejos a su adscripción a las
tesis más europeístas. A finales de 1995, en el último tramo de su mandato,
brilló especialmente el protagonismo de González: Madrid fue escenario de la
firma de la Nueva Agenda Transatlántica con Estados Unidos, del Congreso
Europeo que aprobó el nombre de euro para la futura moneda única europea y del
Acuerdo Interregional con el MERCOSUR, mientras que Barcelona acogió la Iª
Conferencia Euromediterránea.
A la
progresiva erosión electoral del PSOE, natural por el desgate del ejercicio del
poder, se añadió desde 1990 una sucesión de escándalos de corrupción
protagonizados por conocidas figuras pertenecientes o vinculadas al PSOE. El
clima político se enrareció extraordinariamente en el trienio 1993-1995. A los
presuntos o probados delitos de financiación ilegal del Partido y otros de
enriquecimiento personal, se sumaron diversas revelaciones que apuntaban a
altos cargos públicos del PSOE como responsables de los Grupos Antiterroristas
de Liberación (GAL), al parecer estrechamente relacionados con las fuerzas de
seguridad del Estado, que entre 1983 y 1987, años de la ofensiva terrorista de
ETA, cometió diversos atentados mortales contra individuos sospechosos de
pertenecer a la citada organización independentista vasca, lo que dio lugar en
su momento a actuaciones judiciales y detenciones.
González,
acosado desde múltiples frentes, rechazó las imputaciones y exigencias de
dimisión y adoptó una postura de resistencia a ultranza, pero sobre su actuación
en los escándalos continuaron gravitando serias sospechas. Por otro lado, en
1990 salieron a la luz sus diferencias con el número dos del Partido y
vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, también estrecho colaborador y
amigo desde los años sesenta, por cuestiones ideológicas y de organización
interna. A la
crispación política se añadió la social, desde que en 1992 el país se
sumergiera en una grave crisis económica por la fatal conjunción de una moneda
débil, un crecimiento estancado o negativo y el aumento desbocado del
desempleo, si bien 1994 se cerró con una recuperación del PIB. Tras perder la
mayoría absoluta en las elecciones del 6 de junio de 1993 y verse obligado a
pactar con los partidos nacionalistas, el PSOE fue finalmente derrotado por el
conservador Partido Popular en la elección del 3 de marzo de 1996, si bien sus
resultados no constituyeron el hundimiento que se había augurado, demostrando
que pese a los desastres vividos, González conservaba una parte apreciable de
su carisma en el electorado socialista. El 5 de mayo tomó posesión como
Presidente del Gobierno el dirigente popular José María Aznar.
En su nueva
condición de líder de la oposición, González ofreció un bajo perfil y pareció
confirmar a quienes sostenían que al líder socialista le aburrían las querellas
políticas domésticas y prefería la vida internacional, un área en la que se
desenvuelve con total seguridad y cuenta con más unanimidad de criterio sobre
su valoración como estadista. En tal sentido, en 1994, había un elevado consenso
entre sus colegas comunitarios sobre su idoneidad para sustituir a Jaques
Delors al frente de la Comisión Europea, pero González descartó esta
posibilidad. A finales de 1998 sucedió lo mismo a la hora del relevo de Jaques
Santer, y a pesar de ser propuesto por los portugueses Antonio Gueterres y
Mario Soares y por el propio Delors, González declinó el ofrecimiento
insistiendo en que no tenía ambiciones internacionales. En diciembre de 1996
González encabezó en Belgrado el equipo de la Organización para la Seguridad y
la Cooperación en Europa (OSCE) que investigó las denunciadas irregularidades
en las elecciones municipales serbias y asumió también labores de mediación
entre el Gobierno y la oposición. El Grupo de
Contacto para Kósovo le designó en marzo de 1998 como mediador en nombre de la
OSCE y la Unión Europea, pero las autoridades de Belgrado le vetaron.
Después de
varias advertencias de retirada nunca materializadas, anunció su renuncia a la
Secretaría General del PSOE en el XXXIV Congreso el 20 de junio de 1997. Le
sustituyó el portavoz del grupo parlamentario socialista, Joaquín Almunia.
González no figuró ni en la Ejecutiva ni en el Comité Federal salidos del
Congreso, si bien mantuvo el acta de diputado por Madrid. El 29 de enero de
1998 rechazó definitivamente ser el candidato del PSOE a la Presidencia del
Gobierno en las próximas elecciones y postuló a Almunia. No obstante, en las
elecciones primarias del 24 de abril de 1998 venció José Borrell, partidario de
superar el felipismo.
La crisis
interna del partido por las dimisiones sucesivas de Borrell como candidato el
14 de mayo de 1999, por la investigación judicial contra un colaborador en su
etapa de ministro, y de su sustituto Almunia como Secretario General el 12 de
marzo de 2000, por el fracaso electoral en las legislativas, confirmó que el
retiro de González en 1997 había creado indefiniciones en el liderazgo por la
falta de un sucesor reconocido, además del deseo del propio ex secretario de
seguir haciéndose oír en las decisiones de la nueva Ejecutiva, pese a no
pertenecer a ella.
De cara al XXXV
Congreso, en julio de 2000, González rechazó el puesto honorífico de presidente
del Partido, que le ofreció el candidato a la Secretaría General, José Luis Rodriguez Zapatero. Antes y durante el cónclave, considerado decisivo para la
recuperación del Partido, permaneció en un discreto segundo plano, sin apoyar
explícitamente a ningún candidato a la secretaría general.
Por otro
lado, la condena en julio de 1998 a 13 años de prisión del ex ministro del
Interior, José Barrionuevo, y del ex secretario de Estado para la Seguridad,
Rafael Vera, por su implicación en un secuestro de los GAL, revivió la cuestión
de la responsabilidad de González un año después de que el Tribunal Supremo
concluyera que no existían evidencias para incriminarle. González se aprestó a
solidarizarse con los condenados y asumió su asistencia legal en calidad de abogado,
suscribiendo los dos recursos de apelación. El ex Presidente denunció la
existencia de un complot judicial y político contra los socialistas, con él
como supremo objetivo.
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