Blanca de Anjou, esposa de Jaime II


Es probable que naciera en Nápoles el año 1280, era hija de Carlos de Anjou, rey de Nápoles, y de María de Hungría.. Desde 1282, tras las Vísperas Sicilianas, la Corona de Aragón mantenía un contencioso con el Papa y los angevinos. En el Tratado de Anagni de 1295, Jaime II de Aragón firmaba la paz, renunciando a la isla, aunque manteniendo su influencia a través de su hermano Federico. Mediante una cláusula secreta, el Papa accedía a que el monarca aragonés se encargara de la conquista, de Córcega y Cerdeña, como compensación por la pérdida de Sicilia, el rey de Francia renunciaba a la Corona de Aragón y el Papa anulaba la excomunión y el entredicho sobre su reino y su Monarca, a la vez el rey de Aragón era nombrado gonfaloniero de la Iglesia.

Todo esto, supuso el triunfo de Jaime II: la dinastía catalanoaragonesa controlaba todo el Mediterráneo occidental, y se convertía en defensora del partido güelfo. La paz le permitía también reemprender la política peninsular, tanto con Castilla, como en la lucha con los musulmanes, con vistas a ampliar sus territorios. Blanca de Anjou, tuvo un importante papel en todos esos proyectos ya que, en Anagni se firmó su matrimonio con el monarca aragonés. La boda, se celebraría en Vilabertrán el 29 de octubre de 1295, con doce años, llegará a Perpiñán con su padre y un brillante séquito. El rey de Aragón quedara prendado de ella, y es que, aunque el matrimonio era pactado, Blanca de Anjou ha pasado a la historia como la única esposa de Jaime II que le hizo feliz. Las muestras de cariño entre los monarcas, fueron constantes, lo cual tiene un cierto mérito, pues Jaime II, el Justo, fue un hombre duro y distante con sus hijos a los que utilizó para sus objetivos políticos.

La Reina llevaba una vida integrada en la de su marido y con frecuencia le acompañaba, tanto en las jornadas de caza como en las expediciones militares, como en la campaña siciliana, o la empresa de Almería. Pero la actividad que con más entusiasmo realizaba, era la planificación de matrimonios reales, así intervino en el de su hermano Roberto de Calabria con Isabel de Castilla, hija de Sancho IV y María de Molina. Blanca siempre mostró un especial interés por residir en Valencia.

El análisis de sus restos nos revela que Blanca era presumida, se teñía el cabello de rojo- y su afición al calzado estrecho y puntiagudo, le causó deformidades en los dedos de los pies, juanetes. Muy ligada a la espiritualidad franciscana, tuvo un mentor espiritual en la persona del médico de reyes, Arnau Vilanova, que le dedicaría el libro De oración.

Blanca de Anjou y Jaime II tuvieron diez hijos: Jaime, el primogénito, María, Alfonso, futuro Alfonso IV el Benigno, Constanza, Juan, Isabel, Pedro, Blanca, Ramón Berenguer y Violante. A esa prolífica prole legítima, el rey añadió tres bastardos: Sancho, Napoleón y Jaime, fruto de amores durante su estancia en Sicilia. Es de destacar el trato que recibió la Reina: tenía su propia Casa y cancillería, aunque no gozaba del poder de gestión, sólo podía elegir su capellán y confesor, en este caso el dominico Andreu de Albalat, al frente de la cancillería Ramón de Montayana y el tesorero Bernat d’Esplugues. Pero la felicidad de dar hijos al rey no impedía que, Blanca temiese por su vida cada vez que daba a luz, tras el nacimiento de su noveno hijo y con solo veinticinco años, Blanca escribió su testamento.

Dos años después, el martes 13 de octubre de 1310, moría la reina al dar a luz a su hija, la infanta Violante. La agonía de la reina fue sobrellevada con gran abnegación cristiana. El rey, al que sorprendió en la conquista de Almería, quedó tan afectado que no tardó en anunciar su intención de no volver a contraer matrimonio, promesa que no cumplió, pues casaría dos veces más, con María de Chipre y con Elisenda de Montcada. Pero ninguna de las dos le hicieron olvidar a su amada Blanca, que sería enterrada el 1 de octubre en el monasterio de Santes Creus, hospital de Vandellós, abadía que había sido dispensada con el real patrocinio. Y cuando el Rey falleció, diecisiete años más tarde, quiso ser enterrado con ella, tal y como estaba estipulado en su testamento.

Durante la primera guerra carlista, en 1835, la tumba del matrimonio fue profanada. La mayor parte de los restos de Jaime II fueron quemados mientras que la momia de Blanca fue arrojada a un pozo del que fue rescatada años después. En 2010 un equipo restauró las tumbas reales de Santes Creus, permitiendo conocer nuevos datos de la esposa predilecta de Jaime II.







Fuente Real Academia de la Historia
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