Carlos de Austria, príncipe de Asturias
Nacido en Valladolid, en la madrugada del 8 y 9 de julio de 1545, es el primer hijo de Felipe II y de su primera esposa María Manuela de Portugal. Su nacimiento supuso una gran alegría para su padre, en aquel momento príncipe de Asturias, ya que el nacimiento de un hijo varón suponía que la continuidad de la dinastía estaba asegurada. Pero la alegría duró poco en la Corte, pues cuatro días después falleció la princesa de Asturias, María Manuela, como consecuencia del parto.
Desde los primeros momentos de su vida, su salud fue muy frágil, apenas podía moverse y los médicos detectaron una malformación, posiblemente provocada por la consanguinidad que había entre sus progenitores, como consecuencia tuvo problemas para caminar erguido, sufriendo una notoria cojera. Además de estos problemas físicos, Carlos tuvo otros problemas que dificultaron su aprendizaje, así hasta los tres años no pronunció sus primeras palabras y durante toda su vida tartamudeó al hablar, como consecuencia siempre se mostró tímido y huraño con los que le rodeaban y especialmente con su padre. La situación no mejoraba y sus profesores, Juan de Mañatones y Honorato de Juan, tuvieron serias dificultades para que aprendiera a leer y a escribir.
Al fallecer su madre y quedar huérfano, su padre decidió que estuviera al cuidado de una de las damas de la difunta emperatriz Isabel, Leonor de Mascareñas, la cual había sido su niñera. Cuando Carlos pudo caminar pasó al cuidado de las hermanas de su padre, María y Juana de Austria, las cuales le rodearon de atenciones. Tras casarse María con el archiduque Maximiliano II, Juana de Austria quedó sola al cuidado de su sobrino, convirtiéndose en su compañera de juegos, hasta que ella contrajo matrimonio con el heredero al trono de Portugal, el infante Juan Manuel. Era su ayo, Antonio de Rojas, el cual todas las semanas mantenía informado a Felipe II sobre los progresos del príncipe y sobre sus actividades cotidianas. Pero a pesar de todo el carácter de Carlos empeoró con los años, cada vez se hacía más desagradable y violento, siendo muchas las quejas de sus sirvientes, sólo sentía una especial predilección por su tía Juana, a la que consideró como una segunda madre, pero a la que no le perdonó que le abandonara para contraer matrimonio.
Las Cortes de Castilla le reconocieron como heredero en el año 1560, pero su estado de salud empeoró, durante este año comenzó a tener sucesivos ataques de fiebres que le obligaron a permanecer postrado en la cama. Felipe II tuvo que posponer su viaje a Aragón, donde debían celebrarse también Cortes, ya que los médicos recomendaron que éste no realizara el largo viaje a Monzón. Carlos se negó a seguir las indicaciones de sus médicos que le instaban a vigilar su alimentación, ya que era propenso a los excesos, y a que realizara ejercicios que contribuyeran al fortalecimiento de sus piernas. Cada vez se mostraba más violento y altivo ante el monarca, aunque Felipe II le disculpaba y confiaba en que llegado el momento su hijo estaría a la altura de las circunstancias. Tras sufrir una nueva recaída, su padre comenzó a estudiar su posible traslado al reino de Valencia, donde el clima podría favorecer su recuperación, pero se descartó esta opción por estar demasiado lejos de la Corte, así tras algunas deliberaciones se pensó en Alcalá de Henares, donde el infante estaría vigilado por don Juan de Austria y por Alejandro Farnesio, ambos estudiando en la universidad.
Carlos llegó a Alcalá en el año 1561 instalándose junto a su tío y su primo en el palacio que el arzobispo de Toledo poseía en esta localidad. Apenas prestaba atención a sus estudios y cometía cada vez más excesos, que empeoraban su estado de salud, aunque aparentemente se encontraba mejor. Pero el 19 de abril de 1562 sufrió un grave accidente tras caer por las escaleras cuando iba en persecución de la hija de uno de los empleados del palacio. Su estado, considerado muy grave hizo que muchos pensaran que no sobreviviría, así su padre comenzó a realizar los preparativos para su funeral. Carlos atendido por los mejores médicos no experimentaba ninguna mejoría y tras la falta de recursos de éstos, que llegaron incluso a practicarle una trepanación, Felipe II decidió recurrir a un prestigioso médico valenciano, Pinterete, que debido a sus conocimientos de medicina árabe, logró la recuperación del príncipe. Tras su restablecimiento Felipe II decidió vigilar personalmente a su hijo para lo que le trasladó de regreso a Madrid.
Los choques entre padre e hijo fueron constantes desde 1562 hasta 1564, ya que Felipe II no entendía el comportamiento de su hijo y su falta de control, en numerosas ocasiones tuvo que reprenderle en público, lo cual aumentó el resentimiento de Carlos. La situación empeoró a partir del año 1564, ya que Carlos, que tenía casi veinte años, empezó a protestar por no ocupar ningún puesto destacado en la administración del reino. Su padre se mostraba indeciso debido a las dudas de la capacidad de su hijo, años antes, en 1559, había prometido a sus súbditos de Flandes enviar a Carlos como gobernador, pero finalmente decidió enviar a Luis de Requesens. Carlos se enfurecía cada día más y reprochaba a su padre su falta de confianza. Finalmente Felipe II le nombró consejero de Estado, esta decisión aumentó la ira de su hijo, que muy pronto fue consciente de que las decisiones importantes eran tomadas directamente por su padre y que el Consejo era un órgano consultivo, casi sin ninguna autoridad.
Felipe II realizó ese mismo año un viaje a Aragón donde no consiguió que las Cortes reconocieran a Carlos como heredero al trono, ya que los nobles consideraban una afrenta que no hubiese ido personalmente, aumentó la distancia entre Felipe II y su hijo. Carlos culpó directamente a su padre de no haber obtenido la confirmación de las mencionadas Cortes, a pesar de que el monarca había intentado justificar su ausencia, alegando su delicado estado de salud. Felipe II dudaba que la situación de Carlos mejorase y decidió paralizar las negociaciones matrimoniales iniciadas con su primo Maximiliano II, para que su hijo contrajera matrimonio con la hija de éste, Ana de Austria. El rey fue consciente del problema sucesorio, no consideraba que Carlos pudiera hacerse responsable del gobierno de sus reinos a su muerte. Carlos tras conocer esta situación, comenzó a conspirar en contra de su padre, pero su mente era cada vez menos lúcida y sus planes para derribar a Felipe II del poder eran totalmente descabellados.
La inestabilidad mental de Carlos aumentaba por momentos y cada vez se hacía más desconfiado, así ordenó instalar un dispositivo de seguridad en sus aposentos del Alcázar para evitar ser asesinado mientras dormía. Sufría continuos ataques de ansiedad y en ocasiones tendencias maniaco-depresivas. A finales de 1567 la situación se hizo insostenible, Carlos comentó con el príncipe de Éboli su plan para hacerse con el poder. La situación suponía un grave peligro para la estabilidad de la monarquía, ya que parece que también había sostenido conversaciones con los rebeldes de Flandes, los cuales le habían ofrecido el gobierno del territorio. Así cuando Carlos comenzó a pedir dinero a destacados nobles para escaparse de España, Felipe II que conocía punto por punto sus planes, decidió poner freno a la locura de su hijo. Así tras comunicar al Consejo de Estado la grave situación, el 18 de enero de 1568, decidió encerrar a Carlos en sus aposentos para evitar que cometiera un error irreparable. El príncipe, durante los meses que duró su encierro, se mostró cada vez más desequilibrado e intentó en varias ocasiones suicidarse, lo que llevó a su padre a extremar las precauciones, además sufrió de graves trastornos alimenticios y poco a poco su salud se fue degradando. Finalmente Carlos murió el 29 de julio de 1568, a la edad de veintitrés años. Se desconocen las causas de su muerte, aunque según la versión oficial, emitida por el propio monarca, su hijo había fallecido por causas naturales debido a su delicado estado de salud.
La detención del príncipe en el Alcázar suscitó multitud de teorías en todas las Cortes de Europa, nadie podía o quería entender las razones de Felipe II. La muerte del infante en estas circunstancias desató una dura campaña de desprestigio hacia el monarca, fueron muchos los que pensaron que Carlos había sido asesinado por su padre, y esto dio origen a la llamada leyenda negra. De este modo los protestantes, con Guillermo de Orange a la cabeza, afirmaron que la verdadera causa de la muerte del heredero habían sido los celos del rey, ya que éste había sorprendido a su esposa, Isabel de Valois, con Carlos y no había podido perdonar la infidelidad de ambos. Felipe II también fue acusado por alguno de sus más destacados enemigos, entre los que se encontraba su antiguo secretario Antonio Pérez, que respaldaron la teoría del asesinato por envenenamiento. Finalmente hay que añadir que los historiadores del siglo XVII lanzaron la teoría de la muerte de Carlos por motivos de Estado, el sentido del deber del monarca le impediría dejar el gobierno de sus reinos en manos de un demente.
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