La Taifa de Córdoba


Hasta 1031, Córdoba había continuado siendo la capital de los distintos califas que reinaban sobre un al-Ándalus anárquico y dividido, en ese año, los notables de la capital decidieron abolir el califato, que había derivado en una ruina política, y deponer al último califa omeya Hisham III al-Mutaad. El vacío de poder que provocó esta acción fue resuelto por aquellos notables, constituyendo una especie de corporación municipal (yamaa), que decidió dar el poder a la personalidad más destacada de la capital, Abú l-Hazm Yahwar.

Abú l-Hazm Yahwar,  pertenecía al clan árabe de los Banu Yahwar integrado en la gran familia de los Banu Abi Abda, que habían llegado a la Península a mediados del siglo VIII. Instalados en Córdoba, de entre sus miembros salieron visires y mandatarios de varios califas. El mismo Abú l-Hazm había sido secretario de Abd al-Rahman ben Abi Amir, Sanchuelo y visir con Sulaymán al-Mustaín, por lo cual el califa bereber Alí ben Hammud lo había encarcelado. En 1023 encabezó la rebelión de los cordobeses que consiguió expulsar al califa hamudí al-Qasim ben Hammud.

En 1031 recibió de la yamaa el mandato de gobernar la nueva taifa, y lo hizo con la condición de que actuaría en triunvirato con Muhammad ben Abbas y con Abd al-Aziz ben Hasan, elegidos por él mismo entre sus parientes y allegados. Era un hombre ingenioso, reservado y muy capaz en la gestión. Restableció el orden cívico, enderezó la economía, regularizó los impuestos y licenció las tropas bereberes para reemplazarlas por una milicia ciudadana.

En 1035 reconoció al falso califa Hisham II encumbrado por Muhammad ben Ismail ben Abbad, régulo de Sevilla, a pesar de que debía saber que Hisham II había muerto en 1013. Pero cuando el régulo sevillano quiso que el falso califa se instalara en el alcázar cordobés, Abú l-Hazm no lo consintió. Envió una embajada a Sevilla con el encargo de comprobar la veracidad del pretendido califa. Cuando la delegación regresó sin pruebas de la autenticidad de Hisham II, Abú l-Hazm retiró su reconocimiento en 1039.

Abú l-Hazm realizó una abundante labor de mediación para resolver los conflictos entre algunos reinos de taifas: entre otros, en 1038, intercedió por los prisioneros que tomó Badis de Granada en su enfrentamiento con Zuhayr de Almería; medió con éxito en las confrontaciones entre los reinos de Sevilla y Badajoz; y favoreció que su capital recibiera refugiados de otros reinos. Murió en 1043 y no designó heredero haciendo honor al carácter no monárquico de su gobierno.

Abú l-Walid Muhammad al-Rasid, era hijo de Abú l-Hazm y obtuvo el poder por mandato de la yamaa. Tomó el título honorífico de al-Rasid y continuó la política de su antecesor. Anuló la confiscación de propiedades de los que habían tenido que huir de Córdoba durante la guerra civil y las devolvió a sus antiguos dueños; redujo el poder de la policía y protegió a algunos destacados intelectuales de su tiempo. Nombró canciller al historiador Ibn Hayyan, gracias a lo cual éste tuvo acceso a documentos que le permitieron redactar gran parte de sus obras, fundamentales para el conocimiento de la historia de al-Ándalus. Durante su mandato, la seguridad interior estuvo amenazada por partidarios de resucitar el califato omeya. Estos intentaron encumbrar a un hijo del efímero califa al-Murtada, al que Abú al-Rasid se vio obligado a expulsar de Córdoba. En el exterior, la amenaza venía de las apetencias expansivas de los reinos de Sevilla y de Toledo.

Abú al-Rasid nombró visir a Abú l-Hasan ben al-Saqqa, persona de origen humilde que llegó a acaparar casi todo el poder, y que fue asesinado en 1062 por Abd al-Malik, hijo y sucesor de Abú al-Rasid, seguramente instigado por al-Mutadid de Sevilla que ambicionaba apoderarse de la taifa de Córdoba. Continuó los esfuerzos iniciados por su padre para mediar en las disputas entre algunos reyes de taifas, siendo destacable la paz que consiguió restablecer, tras una larga guerra, entre Sevilla y Badajoz en 1051. También al-Rasid, como su padre, acogió en Córdoba a distintos reyes destronados de al-Ándalus, generalmente víctimas del expansivo reino de Sevilla, como: Muhammad ben Yahya y Fath ben Jalaf de Niebla, Abd al-Aziz de Huelva y Saltés y al-Qasim ben Hammud de Algeciras, entre otros.

Tenía dos hijos que rivalizaban en sucederlo. Para suavizar el enfrentamiento entre ambos, encargo al primogénito, Abd al-Rahman, los asuntos financieros y al menor, Abd al-Malik, los militares. Éste, desde su situación de fuerza, y contando con la preferencia de su padre, accedió al poder a pesar de sus escasas cualidades. En 1063, Abú al-Rasid enfermó y se retiró del poder. Fue sucedido por su hijo Abd al-Malik. Se desconoce la fecha exacta de la muerte de Abú al-Rasid, aunque la más probable sea la de 1065.

Abd al-Malik al-Mansur, era hijo de Abú al-Rasid y fue su sucesor en el mandato de la taifa. Había conseguido el poder, disputándoselo a su hermano mayor Abd al-Rahman, gracias a disponer del control del ejército y a la complacencia de su padre. Contrariamente a la costumbre de sus antecesores, tomó varios títulos honoríficos: du l-Siyadatayn (el de las dos soberanías), al-Mansur bi-llah (el victorioso por Dios) y al-Zafir bi-fadl Allah (el triunfador por el favor de Dios). Los cronistas describen que actuó como un tirano y un opresor, se rodeó de gentes sin escrúpulos y descuidó la gobernación de la taifa. Con él cundió la corrupción, los desmanes y la inseguridad.

Rompió la neutralidad que mantuvieron sus antecesores ante los conflictos de otros reinos, envió tropas para ayudar a los reinos de Carmona y de Ronda contra el de Arcos; y avivó las apetencias de Toledo y Sevilla por ocupar Córdoba. En 1066, al-Mamun de Toledo hizo un pacto con al-Mutadid de Sevilla por el cual el toledano entregaba al sevillano el reino de Carmona, que le había sido cedido anteriormente por su régulo, a cambio de ayuda para tomar Córdoba. La cesión se hizo, pero al-Mutadid no cumplió, ni tampoco lo hizo su sucesor al-Mutamid. Al-Mamun decidió, entonces, tomar Córdoba y se presentó ante sus murallas con un ejército. Abd al-Malik tuvo que pedir auxilio a al-Mutamid. Éste le envió tropas que rechazaron a los toledanos, pero cuando las tropas sevillanas se percataron de la debilidad de Abd al-Malik, lo depusieron y proclamaron la soberanía de al-Mutamid de Sevilla. Éste entregó el gobierno de la ciudad a su hijo y hayib Abbad Siray al-Dawla. Abd al-Malik y su familia fueron desterrados a la isla de Saltés, donde solo sobrevivió un mes, muriendo en julio de 1070.

Desde 1070 a 1075, Córdoba estuvo bajo el dominio del reino de Sevilla, y desde 1075 a 1078 bajo el poder de Toledo. En ese año, Sevilla recuperó Córdoba para perderla más tarde, en 1091, ante los almorávides.
Ramón Martín

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