Hisham III, Califa de Córdoba desde 1027 a 1031


Corre el mes de junio del 1026, cuando los señores de Almería y Denia, respectivamente, en connivencia con los cordobeses, expulsaron de la ciudad califal a su representante, el visir Abu Chafar. Pero estos, ante la imposibilidad de restaurar un poder estable, se marcharon con sus tropas, dejando la ciudad sumida en la anarquía. Era tan grave la situación que, una parte de la alta burguesía, que hasta entonces había permanecido pasiva, decidió, aprovechando la perdida de influencia de los elementos subversivos de la ciudad, llamar a un príncipe omeya para ofrecerle el califato. Encabezaba esta minoría Abu l-Hazm Yahwar que, antes del ofrecimiento, fue reconocido por todos los señores de los diferentes territorios, incluidos los cordobeses.

Tras muchas consultas, eligieron a Hisham ben Muhammad ben Abd al-Malik, que era el hermano mayor de Abderramán IV al-Murtada, el que fuera califa opositor al hamudí Alí ben Hammud. Hisham, que vivía refugiado en la taifa de Alpuente, al noroeste de Valencia, hospedado en su castillo por el señor de la taifa. Fue proclamado califa en junio de 1027 y adoptó el título de al-Mutadd bi-llah (el que confía en Allah), pero como no tenía prisa en tomar posesión del trono, continuó viviendo en Alpuente. Presentándose en Córdoba en diciembre de 1029, con una impedimenta tan sencilla que causó una pobre impresión en los cordobeses.


Hisham al-Mutadd se mostró tan incapaz como sus predecesores. Nombró como chambelán, con plenos poderes, a un personaje ambicioso e intrigante, antiguo tejedor, llamado Hakam ben Saíd. Así, el nuevo califa, se dedicó a disfrutar de todos los placeres que le ofrecía su nueva vida, placeres suministrados por su chambelán. Además, Hakam ocupó los empleos de la administración del califato, con jóvenes libertinos e incompetentes. Con el fin de resolver el problema de escasez del Tesoro, Hakam recurrió a expedientes ilegales, con grandes protestas de los juristas, pero el chambelán los acalló con graves amenazas.

Su impopularidad fue creciendo y los intentos de la alta burguesía de privarlo de los apoyos que había buscado, no surtieron efecto, ya que eran descubiertos y sancionados sus inductores. Finalmente, Abu l-Hazm Yahwar y los representantes de las grandes familias recurrieron a promover un levantamiento de la población, con el objeto de entronizar a un joven perteneciente a la familia omeya, llamado Umayya ben Abderramán. A este joven se le había prometido subir al poder si destronaba a Hisham al-Mutadd y se libraba de Hakam.


Umayya reclutó a sus secuaces de entre la tropa, que estaba descontenta por no haber recibido su soldada, y con ellos tendió una emboscada al chambelán cuando se dirigía a palacio. Hakam resultó muerto y su cabeza, clavada en una pica, fue paseada por toda Córdoba, en los últimos días de noviembre de 1031. A continuación, Umayya con sus sicarios y la plebe asaltaron el palacio para saquearlo. Pero Abu l-Hazm Yahwar consiguió detener el saqueo, imponiendo su autoridad. Convenciendo a la muchedumbre, de que entregar el poder a otro omeya sería nuevamente su desgracia. Con ello, logró acabar con el levantamiento, sin derramamiento de sangre. El chasqueado Umayya fue conminado a desaparecer bajo amenaza de muerte.

Al día siguiente, Abu l-Hazm y los notables comunicaron al destronado califa que tenía que abandonar Córdoba. Hisham al-Mutadd, después de leves protestas, salió de la ciudad y se refugió en Lérida, donde murió en 1036.

Hisham III al-Mutadd fue el último califa de Córdoba y con él desaparece el califato.
Ramón Martín

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