La diosa Flora de Luca Giordano
La diosa aparece sobre unos escalones
portando una cornucopia repleta de flores que toma con su mano derecha y
distribuye entre las mujeres que las solicitan. Todas estas figuras aparecen en
el primer plano de la composición, situado delante de un fondo oscuro.
Como
suponen Ferrari y Scavizzi, se trata de una obra de colaboración entre el
propio Giordano y un pintor especialista en flores. Efectivamente, la pincelada
menuda y preciosista de estas es ajena por completo al estilo de Luca y obliga
a descartar sin ningún género de dudas su autoría. Por otra parte, la
radiografía confirma que la ejecución corresponde a dos manos distintas: una,
indudablemente la del propio Luca, de pincelada vigorosa y de largo recorrido,
que corresponde con la diosa y sus acompañantes y otra ajena por completo a la
práctica habitual de este artista, aplicada a las flores.
Por otra
parte, la colaboración de Luca con pintores especialistas está documentalmente
probada, al menos en el caso de Giuseppe Recco, Giovan Battista Ruoppolo, Giuseppe Ruoppolo, Abraham Brueghel y Nappi; más recientemente De Vito y un
cierto ≪monseñor Basorie≫ no identificado.
Además,
colaboró con el abate Andrea Belvedere (1652-1732),
que residió en España entre 1694 y 1700, al parecer llamado por el propio
Giordano, donde, siguiendo a De Dominici, pintó para el rey y para otros
notables de la corte. Tanto los términos de su relación con Giordano como la
actividad desplegada en España son aspectos poco conocidos, más allá del
reducido catálogo de obras que se le atribuyen y de la información incluida en
las biografías de Baldinucci y de De Dominici, los cuales reconocen en numerosas
ocasiones la deuda contraída con este artista, que les facilitó información de
primera mano sobre la presencia de Giordano en España. Su retorno a Nápoles en 1700, no sin antes ganar una generosa pensión de
Carlos II, pudo deberse a un desencuentro con Luca.
Fue
Giuseppe De Vito el primero en proponer que el autor de las flores de esta
pintura era Belvedere, opinión seguida por Ferrari y Scavizzi y que comparto
plenamente. La comparación con las dos obras de este artista conservadas en el Museo del Prado,
óleo sobre lienzo, 151 x 100 cm, y Florero,
1694-1700, óleo sobre lienzo, 151 x 100 cm; existe otra pintura en el Palacio del Pardo que
forma parte de este mismo grupo. Redin disipa cualquier duda sobre la autoría
de las flores presentes en La
diosa Flora.
Para
Ferrari y Scavizzi se trata de una pintura no totalmente autógrafa. Esta
opinión probablemente se justifica por ser obra conocida tradicionalmente a
través de fotografías de escasa calidad, debido a su largo depósito en una
estancia de representación del Ministerio de Asuntos Exteriores de difícil
acceso y, hasta su reciente restauración, oculta por numerosos repintes y
gruesos barnices amarillentos. Por otra parte, es pintura concebida para colgar
en un lugar alto, con una perspectiva muy forzada que se percibe en las gradas,
la niña del primer plano y la propia pierna de Flora. Fuera de su lugar
correspondiente, algunos elementos compositivos o anatómicos pueden ser
interpretados como incorrecciones del artista. Tanto el visible como la
radiografía revelan la técnica de Giordano y la presencia de dos manos que se
corresponden con las de Giordano y Belvedere. Por otra
parte, la técnica coincide con la advertida en otras pinturas estudiadas en
este catálogo, como es, por ejemplo, la reserva en los límites del contorno de
las figuras para lograr efectos de profundidad.
Este hecho
se pone de manifiesto en los brazos y piernas de los personajes, que así logran
distanciarse del fondo y pasar a un primer plano, gracias al espacio oscuro que
les rodea.
Ningún
elemento de esta obra permite sospechar la intervención de manos ajenas a Luca
y a Andrea Belvedere. Como tantas otras pinturas de su mano, La diosa Flora presenta un interés
eminentemente decorativo que, en este caso concreto, potencian las flores.
Las
expresiones de los personajes presentes carecen de vida, y las actitudes y
tipos físicos son los estereotipos mil veces vistos en sus pinturas. Pero, sin
duda, es de su mano.
Fuente: Museo del Prado de Madrid
Ramón Martín
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