Toma de Madrid de 1808

 


            El día 1 de diciembre han llegado a Madrid, noticias de la derrota sufrida en la Batalla de Somosierra. La noticia recorre Madrid como la pólvora, y el pueblo madrileño se dispuso a realizar trabajos de defensa, al tiempo que solicitaba la entrega de armas. Con el fin de organizarse, se creó una Junta, que tendría su sede en la Casa de Correos, y encabezada por Infantado. A tal fin, se cavaron trincheras, se construyeron empalizadas y se fortificaron las puertas de la villa, al tiempo que se reforzaba la débil cerca que rodeaba la población. Se crearon pequeños almacenes para agilizar dichos trabajos, y se aceleró la producción de pan para evitar su escasez. Entre tanta actividad, pronto surge el drama: al repartir los cartuchos se detectó que la mayoría contenían tierra en vez de pólvora. Pronto surge el rumor de traición, cayendo las sospechas sobre el marqués de Perales, encargado por la Junta para suministrar las armas. Sin pensarlo más, la muchedumbre se encamina a la calle de la Magdalena, donde se encontraba su casa, y le dan muerte arrastrando, a continuación, su cadáver por las calles de Madrid.

    En la mañana del día 2, aparecieron sobre las alturas del norte de Madrid las divisiones de los generales La Tour-Maubourg y La Houssaie. Hasta ese momento solo habían aparecido pequeñas partidas sueltas de caballería. A las 12:00 horas, Napoleón mismo llegó a Chamartín, y se alojó en la casa de campo del duque del Infantado. El mariscal Bessières envió a un oficial para negociar la rendición de la villa, siendo recibido con desdén, y corriendo peligro de ser atropellado. Para hablar con Napoleón enviaron al marqués de Castelar, capitán-general de Castilla la Nueva, que entretuvo al emperador con evasivas mientras pudo, ya que Napoleón no era un hombre paciente. Ese mismo día llegó la infantería francesa, y el emperador, comenzó a recorrer los alrededores de la villa, planeando el ataque para el día siguiente. Por la tarde el mariscal Víctor instaló baterías contra el Retiro, comenzaba el bombardeo de Madrid.

    El 3 de diciembre, amaneció con niebla, que fue disipándose poco a poco, Napoleón dirigió su ataque para apoderarse del Retiro, mientras realizaba ataques de diversión contra las puertas del Pozo, Conde-Duque y Fuencarral, hasta la de Recoletos y Alcalá, y colocándose él cerca de la Fuente Castellana. Una batería española situada en lo alto de la escuela de la Veterinaria hizo algunos disparos que cayeron cerca del emperador. Treinta piezas de artillería, dirigidas por el general Senarmont, rompieron el fuego contra la tapia oriental del Retiro, en donde abrieron un ancho boquete, por donde entró la división del general Villatte. Los defensores se retiraron, y los franceses, entraron por el Prado, obligando a los defensores de las puertas de Recoletos, Alcalá y Atocha a replegarse. La pérdida del Retiro no causó desaliento, y en todos los puntos se mantuvieron firmes, sobre todo en la calle de Alcalá, en donde cayó muerto el general francés Bruyère. El marqués de Castelar respondió a una nueva petición de rendición, pidiendo la suspensión del fuego durante el resto del día 3, para consultar a las demás autoridades. Napoleón se lo concedió. El marqués de Castelar aprovechó para partir, esa misma noche, con la tropa, camino de Extremadura. También el vizconde de Gante, que mandaba la puerta de Segovia, salió por el lado de El Escorial, en busca de San Juan que estaba en Segovia.



    A las 06:00 horas del 4 de diciembre. Tomas de Morla y el gobernador Fernando de la Vera y Pantoja llegaron al cuartel general francés con la carta de la capitulación. Napoleón la aprobó en todos sus términos, seguramente a petición de su hermano José, que no deseaba entrar en una ciudad devastada y ganarse al amor de sus súbditos. El general Belliard sobre las 10:00 horas, entró en Madrid y tomó posesión de los puntos principales. Solo en el cuartel de guardias de Corps se reunieron algunos con ánimo de defenderse, pero el Corregidor les conminó para que se rindieran. Tomás de Morla, debido a sus escasos efectivos capituló. Napoleón pasó revista a sus tropas y visitó el Palacio Real, devolviendo a su hermano José al trono de España “Que es para Francia, pues yo la he conquistado.”

    Creía Napoleón que, una vez derrotado el ejército enemigo y capturada la capital, la guerra había terminado, igual que había sucedido en otros países de Europa. El 4 de diciembre lanzó los llamados Decretos de Chamartín, reformando la administración española. El primero suprimía todos los derechos feudales. El segundo abolía la Inquisición. El tercero suprimía dos tercios de los conventos existentes, confiscando sus bienes que serían utilizados para financiar la administración, el ejército e indemnizar a los damnificados por la guerra. El cuarto suprimía todas las aduanas interiores. José Bonaparte, indignado porque se le ninguneaba, escribió el día 8 a su hermano amenazándole con renunciar a la Corona española. Napoleón aparentó ceder, pero lo que en realidad pensaba lo revelaba en sus cartas: “Es preciso que España sea francesa. Es para Francia por lo que hemos conquistado España con su sangre, con sus brazos, con su oro. Soy francés por todos mis afectos, al igual que lo soy por deber. He destronado a los Borbones solo porque conviene a Francia y asegura mi dinastía. […] Míos son los derechos de conquista; no importa el título de quien gobierne: rey de España, virrey, gobernador general… España debe ser francesa”.

    Tras pasar varias semanas en Chamartín, el 22 de diciembre Napoleón partiría en busca del ejército británico del general John Moore, que intentaba escapar hacia la costa gallega.

Ramón Martín

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