Batalla de Somosierra en 1808

 

Batalla de Somosierra-01 por Wojciech Kossak

 
    El general Benito San Juan llegó al puerto de Somosierra con 12000 hombres, enviando a 3.000 de ellos, junto a 6 cañones a Sepúlveda, para cerrar el acceso a Segovia. En Cerezo de Abajo, estableció un puesto avanzado con 200 voluntarios madrileños y algunos milicianos. En el camino ascendente a Somosierra, situó 3 baterías de 2×12 cañones cada una, para batir a la infantería francesa, cuando ascendieran hacia el puerto. La primera batería estaba detrás de un puente de piedra. A unos 700 metros detrás, estaba la segunda batería. Unos 1.000 milicianos tomaron posiciones a ambos lados de la carretera. Quedaban en reserva, en la cumbre, unos 2.000 milicianos y una Batería de cañones. Mientras 9.000 infantes, se desplegaron lo largo del camino y en las laderas de las montañas que dominan el paso.

    La intención de Napoleón consistía en efectuar un rápido avance, apoderarse de Madrid y restaurar a su hermano en el trono, y restablecer el orden. La rapidez le era vital, puesto que, cuanto más tiempo permaneciera Madrid en manos españolas, más se fortalecería la insurrección. Así pues, Napoleón avanzó sobre Madrid con 45.000 hombres. Salió de Burgos con el Primer Cuerpo de Ejército de Víctor y parte de la Guardia Imperial al mando del mariscal Bessières. Envió exploradores para obtener información sobre el enemigo, los cuales constataron el día 21 de noviembre de 1808, que más de 6.000 hombres se atrincheraban en el desfiladero de las montañas. Pensó que dos días deberían ser suficientes para hacerse con el paso. Lasalle le informó que el enemigo tenía 25000 hombres en Somosierra, a pesar de lo cual siguió pensando que dos días serían suficientes para capturar el paso.

    En la madrugada del 28 de noviembre de 1808, 4.000 infantes, 1.000 jinetes y 4 piezas de artillería de la Guardia Imperial, mandados por general Anne-Jean Marie René Savary, duque de Rovigo, se dirigió a Sepúlveda, donde se encontraba el destacamento español bajo el mando del brigadier Sardigne, el cual, enterado de la llegada de los franceses, desplegó sus 3.000 efectivos y esperó el ataque, apoyado en el cauce del río Duratón. Savary, estableció contacto con la infantería española al Este de Sepúlveda, todavía en la orilla derecha del Duratón. Los fusileros imperiales comenzaban así, el único combate en el que participó la Guardia Imperial. Las avanzadas españolas cedieron terreno cruzando el río. Aunque la superioridad numérica de los franceses era notable, a partir de allí empezó a cambiar la situación. Los españoles apoyados por sus cañones se impuso a los 2.400 fusileros de Savary.



    Ante el fracaso de la infantería, Lasalle reunió la caballería y atacó el ala derecha española. Los escuadrones de Alcántara, Montesa y los Carabineros Reales fueron arrollados por los cazadores y dragones franceses, y la caballería francesa entró en la meseta por la vertiente Sur. La caballería española perdió diversos efectivos; la infantería española se vio superada. El momento era crítico y Sardigne se retiró hacia Sepúlveda. Ante la insuficiencia de medios para intentar el asalto de la ciudad, los francesas que se vieron obligadas a retirarse. Savary y Lasalle informaron a Napoleón de su fracaso y de las bajas. Esta acción supuso el retraso del avance hacia Madrid. Los españoles se retiraron, al día siguiente, hacia Segovia sin ser molestados. El 29 de noviembre un escuadrón de cazadores a caballo de la Guardia atacó en Cerezo de Abajo, aunque no pudieron avanzar más, ante lo cual, el emperador envió refuerzos. Como necesitaba más información sobre las posiciones españolas, ordenó capturar a un prisionero. Los guardias lo hicieron, y pronto fue interrogado.

    A las 05:00 horas, Napoleón junto a su escolta y el mariscal Víctor se dirigieron hacia el paso de Somosierra, donde el emperador examinó el escenario. A las 07:00 horas llegaron elementos de infantería, junto con una batería de seis cañones de la Guardia. Napoleón envió a unos cazadores de la Guardia a lo largo de la carretera. Descubiertos, recibieron varios disparos de los dos cañones de la primera batería española y se retiraron rápidamente. Un regimiento de infantería ligera avanzó a pesar de no ver a más de cincuenta pasos. La milicia y la artillería españolas lanzaron una lluvia de proyectiles contra los franceses y detuvieron su avance. Varias elementos avanzaron contra los flancos españoles, que, sin embargo, se mantuvieron firmes, y los franceses no pudieron seguir avanzando. Napoleón envió a la maravillosa infantería francesa que no retrocedía jamás. Pero se encontraron que los españoles estaban preparados. El ataque comenzó por el centro, pero no pudo resistir el fuego de los tiradores españoles y, ante las numerosas bajas, tuvieron que retirarse en las posiciones de partida. Al mismo tiempo, continuaba el ataque por los flancos, pero el progreso fue lento, y el emperador se vio obligado a retirarlos.




    Comenzaba el segundo ataque francés. El mayor problema era la artillería española, que les causaba muchas bajas. Si conseguían eliminar los cañones, la batalla sería suya, y la mejor manera consistía en utilizar su propia artillería. Así que adelantó sus cañones. Pero en el duelo artillero volvieron a ganar los españoles, ya que disponían de cañones de 12 libras, mientras los franceses disponían de piezas de 4 y 6 libras, aunque confiaban en la superioridad numérica, pero una falta de precisión o mala suerte apuntando, hizo que este plan fracasara.

    Comenzaba el tercer ataque de Napoleón. Al no poder pasar por ese cuello de botella, había que encontrar otro camino. Envolver al enemigo, flanquearlo, atacar por otra ruta, y acabar con esa maldita artillería, por lo que, repitió el ataque reforzado con más medios e infantería ligera por los flancos y una carga de caballería de frente, contra la primera batería. De nuevo, la artillería española causó estragos, y las tropas francesas fueron rechazadas. Pire, exasperado, regresó donde estaba Napoleón, para comunicarle que era imposible forzar el paso. Napoleón, enfurecido por la noticia, se golpeó la bota con la fusta y exclamó: “¿Imposible? No sé el significado de esa palabra”. Cabalgó hacia la caballería ligera polaca de la Guardia Imperial y les ordenó cargar, mientras les gritaba: «Polacos, tomen los cañones». El ataque fue realizado por 216 efectivos, todos novatos, ya que era su primera batalla.

    La primera etapa de la carga de caballería se realizó en una columna de a 4 al paso. Cuando las primeras balas atravesaron el aire, los jinetes comenzaron a caer, y se ordenó al trote. A unos 400 metros de las líneas españolas, recibieron una descarga que destrozó la vanguardia de la columna. Inmediatamente, los artilleros españoles, cargaron sus cañones con balas de cañón sólidas. Proyectiles que atravesaron la columna. Los caballos y los hombres heridos cayeron y todo el escuadrón se convirtió en una masa destrozada y desordenada. Después de una lucha cuerpo a cuerpo se tomó la primera batería. Algunos de los artilleros y las tropas que los apoyaban fueron abatidos y algunos huyeron.

    La niebla y el humo cubrían la carretera, cuando el escuadrón de Kozietulski avanzó contra la segunda batería, situada a cientos de metros de distancia, detrás de la intersección de la carretera. Constaba de dos cañones, colocados fuera de la carretera, frente a la curva, para poder disparar a lo largo del eje de esta, apoyados por la tercera batería que estaba cerca. Los españoles lanzaron una descarga de fusilería y la segunda batería abrió fuego. La descarga causó terribles estragos, los hombres y los caballos caían. A pesar de las pérdidas no hubo pausa y la segunda batería fue tomada. Luego, los polacos siguieron avanzando por la carretera hacia la tercera batería, los cañones abrieron fuego, pero los polacos, consiguieron tomar la batería, aunque el escuadrón estaba desarticulado.

    Un pelotón de 38 jinetes tomó la delantera y se lanzó al ataque de la cuarta batería, de 8×12 cañones colocados a la izquierda de la carretera. El ala derecha española se encontraba en una colina que dominaba la zona y era visible desde la posición inferior frente a la entrada del desfiladero. La infantería española tomó posición junto a unos pequeños edificios y una capilla. Los restos del tercer escuadrón polaco, se dirigió hacia ella, pero el fuego de artillería y los disparos de infantería, detuvieron el ataque. Los artilleros españoles defendieron sus piezas hasta el final antes de ser abatidos. Los polacos capturaron la batería, pero eran muy pocos los supervivientes. El grupo hizo retroceder a un grupo de infantería y milicianos españoles, aunque otros grupos continuaron disparando y consiguieron retomaron la cuarta batería, haciendo retirarse a los polacos, hasta la tercera batería. Sin embargo, el éxito español duró poco.

    Napoleón había observado el ataque, y cuando vio a los franceses subir a la cima del paso, dio la orden de ataque general, al mando el mariscal Bessières, jefe de la Guardia Imperial. Los refuerzos avanzaron apresuradamente y pasaron junto a las tres baterías capturadas. Juntas. las tropas asaltantes, estaban preparadas para el ataque. El mando recayó en Tomasz Lubienski. Corrieron hacia delante, silenciando los cañones, pero la infantería española estaba por todas partes y se hacía más fuerte. Los polacos y franceses cargaron y dispersaron al enemigo. La cuarta batería fue recapturada. El propio emperador llegó al paso, donde, entre los escombros de la tercera batería española, encontró al teniente Andrzej Niegolewski, que había sido herido once veces en el curso de la carga, sentado en el suelo y apoyado contra uno de los cañones capturados. El emperador llamó a un cirujano, desmontó, se arrodilló junto a Niegolewski, le estrechó la mano y le agradeció el valor que había demostrado ese día. A continuación, se quitó la Legión de Honor de su propio pecho y se la puso a Niegolewski.




Secuelas del combate


    Los polacos sufrieron numerosas bajas, 57 murieron o resultaron heridos, aunque según otros fueron 100. Muchos de los heridos fueron trasladados a un hospital de Madrid. De los ocho oficiales que cargaron ese día, cuatro murieron en combate, mientras que los otros cuatro resultaron heridos. El general San Juan, aunque hasta entonces había logrado lo imposible, no consiguió reorganizar a sus hombres, y se vio forzado a huir, como el resto de sus hombres, hacia Segovia. Moriría poco después, en Talavera en un motín.

    El camino hacia Madrid estaba expedito.


Ramón Martín

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