Eduardo VII, rey de Reino Unido desde 1901 a 1910

 


CASA DE WINDSOR

Nacimiento: El 9 de noviembre de 1841 en el palacio de Buckingham (Londres)

Fallecimiento: El 6 de mayo de 1910 en el palacio de Buckingham (Londres)

Padres: Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha y su esposa Victoria I reina del Reino Unido.

Reinado: Desde el 22 de enero de 1901 al 6 de mayo de 1910.

 


Segundo hijo de la reina Victoria I y del príncipe consorte Alberto. El príncipe decepcionó a sus progenitores por el escaso interés puesto en los estudios. Creció bajo la tutela materna. Amante de las aventuras, pronto acompañó a sus padres en algunos viajes oficiales al exterior, como el realizado en 1856 a París a la Corte del emperador Napoleón III, donde quedó impresionado por la sociedad parisina y la refinada cultura francesa. Acabada su primera formación académica en Edimburgo, adquirió una ligera instrucción militar sirviendo en el 16º Regimiento de Húsares, ingresando en 1858 en la Universidad de Oxford, en donde sólo estuvo dos años, debido a los pésimos resultados obtenidos en todas las asignaturas. En 1860, fue enviado al Canadá, representando a la Corona, acompañado por el ministro para las Colonias, el duque de Newcastle, con el objetivo de introducirle en los asuntos de Estado e iniciar su formación política para cuando accediera al trono. Durante su estancia americana, Eduardo se limitó a realizar un viaje de placer invitado por el presidente James Buchanan. A su regreso, en noviembre, reinició sus estudios en Cambridge. Los malos resultados obtenidos en Oxford fueron superados, y se fugó del centro para dirigirse a Londres, donde fue descubierto en la estación de Cadington, siendo conducido, de nuevo, a Cambridge.

La prematura muerte del príncipe Alberto, el 14 de diciembre de 1861, produjo un tremendo dolor a la reina,  y como consecuencia un riguroso alejamiento de Eduardo de los asuntos de Estado, lo que le sumió en una profunda depresión moral. En un intento de liberarse de la opresión materna y de la asfixia que sentía en palacio, en febrero de 1862 emprendió un viaje de placer que le llevó a Egipto y a Tierra Santa. A su regreso, el 10 de marzo de 1863 contrajo matrimonio con la princesa Alejandra de Dinamarca, hija mayor del futuro rey Cristian IX. De esta unión nacieron, entre otros: Alberto Víctor, duque de Clarence y heredero a la Corona, pero que murió en 1892; el duque de York, futuro rey Jorge V; y una hija, Maud, reina de Noruega por su matrimonio con Haakon VII.

Condenado por la reina a la inacción política, Eduardo se volcó hacia la actividad mundana, a la que era tan aficionado; estableció su residencia en el palacio de Marlborough House. A pesar de su gordura, se convirtió en el árbitro de la elegancia. Los bailes y fiestas que organizaba se hicieron famosos, contrastando con la sobriedad palaciega impuestas por su madre en Buckingham Palace. Eduardo y su esposa realizaron numerosos de viajes al extranjero —a pesar de las críticas de la reina Victoria, pero que, a la postre, prestaron una labor diplomática de primer orden, en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Aunque consagrado a los placeres, nunca dejó de lado sus labores como príncipe de Gales. Ferviente imperialista y apasionado por la grandeza nacional, visitó los territorios del Imperio y en particular la India, donde viajó en 1875. Dos años antes representó a su madre en la Exposición Universal de Viena. En 1885 Eduardo visitó Irlanda y en 1889 viajó hasta San Petersburgo, donde representó a la Corona a las exequias del zar Alejandro III de Rusia.

En 1894, viajó junto a su madre a Alemania, con la que las relaciones —pese al parentesco de ambas coronas—, habían entrado en una fase crítica. El 25 de junio de 1901, con cincuenta y nueve años, Eduardo fue proclamado rey de Gran Bretaña, en contra de la opinión de la clase política debido a su pasado. Desde un principio, su mayor preocupación fue devolver a la realeza británica su esplendor, reafirmando sus prerrogativas, e insistiendo en que, las ceremonias de su coronación, postergadas al 9 de agosto de 1902, por una grave recaída de su salud, fueran suntuosas. Nada más subir al trono, manifestó su deseo de ser respetuoso con la Constitución y las leyes acordadas en el Parlamento. Nunca llegó sintonizar correctamente con sus primeros ministros, especialmente con Arthur James Balfour, que lo fue entre 1902 y 1905, o con el marqués de Lansdowne, jefe del Foreign Office; lo que provocó que dejara la política interior en manos de sus ministros.


Uno de los dos campos en los que Eduardo VII mostró su absoluta predilección fue en las cuestiones militares y, sobre todo, navales,


donde aportó todo su apoyo a las reformas llevadas a cabo por Richard Burton, vizconde de Cloan. Gracias a la colaboración de John Arbuthnot Fisher, primer lord del Almirantazgo, el rey, logró imponerse a la mayoría de los miembros del Parlamento, los cuales se oponían a la modernización de la flota; Eduardo mandó a Fisher adoptar la flota a las nuevas perspectivas de lucha contra la marina alemana. Fisher reconstruyó todos los puertos importante de la isla y concentró en ellos todos los barcos de guerra que se encontraban desperdigados por todos los océanos. Se construyeron más potentes acorazados, los famosos Dreagnoughts, que disponían de un colosal tonelaje y de los avances más modernos en artillería naval.

Su otra gran pasión se desarrolló en el plano diplomático y las relaciones con el exterior. Durante los nueve años de su reinado, intentó llevar la dirección de la política exterior de su país, empeño por el cual mantuvo serios encontronazos con el Parlamento. Nada más ser nombrado rey, Eduardo forzó al Gobierno para que firmara la paz con el Transvaal que puso fin a la Guerra de los Boers. También jugó un destacado papel en el estrechamiento de las relaciones con Japón, Estados Unidos y España, monarquía con la que también estaban emparentados los Windsor.

Como consecuencia de su visita oficial a Francia, en 1903, Eduardo VII contribuyó, decisivamente, a la firma de la alianza conocida como Entente Cordial, viaje en el que se produjo el deshielo preciso para que ambos países se unieran ante una posible agresión por parte de Alemania. También hizo saber su deseo de acercarse a la Rusia zarista. Eduardo VII cayó gravemente enfermo a finales de abril de 1910, y falleció repentinamente el 6 de mayo siguiente.

Ramón Martín

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