La Guardia Civil dubitativa
La Guardia
Civil creada en tiempos de ISABEL II, impulsada por el
Gobierno moderado de GONZÁLEZ BRAVO, ante la necesidad
de crear un cuerpo de policía que abarcara todo el territorio nacional y
acabara con los enormes problemas de seguridad que, se venía produciendo desde
la Guerra de la Independencia. Era también necesario sustituir la actividad
desarrollada por las milicias ciudadanas, que, aparecidas durante las
primeras revoluciones liberales, habían defendido el estado liberal contra los
carlistas. La Guardia Civil defendería el Estado ante cualquier eventualidad.
Siendo un Cuerpo de Seguridad del Estado creado por la oligarquía de la época,
con Gobiernos que siempre tendían a defender sus intereses, su historia siempre
estuvo ligada a la represión de manifestaciones obreras y a la defensa del
mundo rural, de los propietarios y caciques contra bandoleros y peones
díscolos.
Por todo esto, muchos braceros y
agricultores asumieron un odio secular hacia este Instituto Armado, al que
veían como el instrumento defensor de los propietarios frente a los no
propietarios.
Durante la Segunda República, la Guardia Civil reprimió duramente los muchos altercados producidos en los pueblos. Casos como el de Castilblanco, en 1931, reprimiendo, duramente, una reunión socialista que tuvo como respuesta el asesinato de cuatro guardias civiles. En el pueblo valenciano de Xeresa, un pelotón de la Guardia Civil, mató a tiros a cuatro jornaleros el 9 de enero de 1932. Estos dos casos son ejemplo de los muchos enfrentamientos producidos a lo largo de diferentes Gobiernos de la República, ello provocó una animadversión total de obreros y jornaleros hacia la Guardia Civil.
Al
producirse el alzamiento militar del 17 y 18 de julio de 1936, los militares
golpistas, pensaron que en los momentos posteriores, y junto a los voluntarios
civiles de la Falange y el tradicionalismo, la Guardia Civil se ocuparía
de mantener el orden en todo el territorio. Pero estos planes no se cumplieron
por diversas razones.
Los generales golpistas supeditaban a las diferentes Fuerzas de Seguridad del Estado, al mando de la autoridad militar. Fue este uno de los grandes fallos de la planificación de los insurgentes, sobre todo del general MOLA, que había descuidado lo referente al posible apoyo de la Guardia Civil, además de no tener en cuenta que los otros dos cuerpos, el de Carabineros y el de Asalto, eran inferiores y más republicanos. La Guardia Civil, al estar regida por las ordenanzas militares, hubiera sido más factible su apoyo a los rebeldes. Era necesario tener informados a los mandos de la Guardia Civil, ya que sería de su competencia mantener el orden, proteger los puntos estratégicos en las ciudades y encargarse de la represión de cualquiera que se opusiera al levantamiento militar.
En Barcelona, el general Aranguren, que comandaba los efectivos de la Guardia Civil, se puso, de inmediato, al lado del Gobierno, lo que provocó el fracaso del levantamiento dirigido por el general Goded.
En
Pamplona, el jefe de la Guardia Civil, José Rodríguez Medel, que era
contrario a la sublevación, fue asesinado por sus propios subordinados, que se
pusieron de inmediato a las órdenes de MOLA.
En
Oviedo la Guardia Civil, se puso de inmediato, al lado del coronel
Aranda, que sublevó la ciudad, una vez que 4.000 mineros salieran hacia Madrid.
En
Burgos, los mandos del Instituto Armado no dudaron en ponerse bajo las órdenes
de los rebeldes.
En
Teruel, ante la estupefacción del Frente Popular, el comandante Aguado, con
siete soldados proclamó el Estado de Guerra, inmediatamente se le sumaron los
guardias civiles y los de asalto.
En
Valladolid, la Guardia Civil se puso del lado de los rebeldes,
ayudándoles junto a los falangistas, en su lucha contra los obreros del Frente
Popular.
Albacete
cayó en manos de los insurgentes, gracias a la Guardia Civil, aunque la
situación se resolvió a favor del bando republicano, gracias a una columna
enviada desde Alicante.
En
Valencia, las fuerzas de la Guardia Civil, formaban el Quinto Tercio,
que estaba dividido en dos comandancias, a cargo de dos tenientes coroneles. La
comandancia Exterior agrupaba a todos los pueblos de la provincia, mientras que
la Interior, estaba compuesta por los guardias de la ciudad. En esta última
había tres compañías, mientras que en la Exterior había cinco, con cabeceras en
los pueblos más grandes, como Llíria, Requena, Ontinyent o Alzira, mandada por
el teniente coronel Ricardo Argomariz, el cual ante los acontecimientos, optó
con concentrar a todos los guardias en el cuartel de Algirós, dentro de la
ciudad de Valencia.
El
general Luis Grijalbo Celaya, máximo responsable de ambas comandancia, se
mantuvo acuartelado en Arrancapinos, en las afueras de la ciudad, sin decidirse
entre apoyar a los sublevados o mantenerse fiel al Gobierno Republicano. Así se
mantuvo hasta ser destituido el 31 de julio, justo en el momento en que las
fuerzas milicianas iniciaran el asalto a los cuarteles de la Alameda, ayudadas
ya, por elementos de la Guardia Civil. En estos primeros días los
guardias civiles aún realizaron servicios de vigilancia por las calles, sin
ofrecer ninguna confianza al Comité Ejecutivo Popular, que veía la actitud tibia
ante los llamamientos del Gobierno Central para defender la legalidad
republicana.
La
falta de actitud durante estos días se repitió en las otras capitales de la
Comunidad, Castellón y Alicante, manteniéndose expectantes ante la decisión de
la máxima autoridad. Uno de los mandos superiores del Instituto Armado, afirmó
que nada sabían de lo que los militares estaban preparando. Cuando se enteraron
de la próxima llegada del general González Carrasco, el general que debía
sublevar la Tercera División Orgánica, ordenaron que lo detuvieran cuando
estaba llegando en coche a la ciudad. Algo que no llegó a producirse, pero que,
de haber ocurrido, habría descabezado el golpe en la importantísima División
Orgánica valenciana.
Un episodio protagonizado por la Guardia
Civil en Valencia
Un elemento de la Benemérita, el capitán Tito, formaba parte de la Junta valenciana de la UME, encargada de organizar el golpe militar en la Tercera División Orgánica, por lo que resulta difícil de creer que los mandos superiores del Instituto Armado no tuvieran noticias de la organización del golpe, una cosa diferente es que decidieran dar apoyo al mismo.
El día 19, los mandos de la UME valenciana, se
decidieron a buscar el apoyo de las fuerzas de la Guardia Civil. El
general González Carrasco, ya en la ciudad, intentaba aunar todos los
esfuerzos, por lo que, los comandantes Cañada y Arredondo se trasladaron al
cuartel de Arrancapinos, donde se encontraba el general Luis Grijalbo, para
convencerle para que aceptara el plan del general González Carrasco, mientras
otros oficiales de la UME hacían lo mismo en los diferentes regimientos de la
ciudad. Era de vital importancia que los distintos jefes y oficiales de los
distintos regimientos: uno de Caballería, dos de Infantería y uno de Artillería,
junto a las fuerzas de la Guardia Civil, se pusieran bajo sus órdenes.
La entrevista con Grijalbo no fue nada
esperanzadora, ya que él consideraba que debían ser los militares quienes
tomaran la iniciativa. Cuando el general González Carrasco dominara la
situación, la Guardia Civil, acudiría en apoyo de los militares
golpistas.
Pasaban los días y González Carrasco no conseguía
hacerse con el mando de la División Orgánica, lo que no demuestra la poca
preparación de los golpistas en ella. A su vez los mandos de Alicante y
Castellón estaban expectantes ante el triunfo en Valencia. El general jefe de
la Tercera División Orgánica permaneció fiel al Gobierno desde el primer
momento, haciendo que los planes golpistas se desbarataran.
En estos primeros días ya se observaron patrullas
de milicianos junto a guardias que controlaban los puntos neurálgicos de la
ciudad; situación que hizo mas incomodo el desenvolvimiento de los golpistas
por la ciudad. Algunos oficiales del Regimiento de Infantería Otumba 9, cuyo coronel
era un ferviente defensor de la legalidad republicana, se dirigieron al cuartel
de Algirós, y allí convencer a la oficialidad para unirse a la sublevación.
Estando en la reunión, hubo una llamada telefónica y los oficiales del Ejército
fueron detenidos. El coronel que mandaba el cuartel de Algirós era Ricardo
Argomariz, que al finalizar la guerra fue condenado a doce años de prisión tras
un juicio militar.
La oficialidad de la Guardia Civil, en
Valencia, se mantuvo expectante ante lo que hicieran los oficiales del Ejército,
aunque la mayoría de los mandos superiores, si simpatizaban con los sublevados,
aunque se vieron acorralados. Esto causó desaliento en los implicados, pues
confiaban que se pusieran, decididamente, a favor del golpe.
En lo que respecta a Castellón, los guardias, unos
200 hombres al mando del teniente coronel José Estarás que, en un principio
habían sido acuartelados en la capital, pronto emprendieron la marcha hacia
Teruel, uniéndose allí a una columna integrada por voluntarios del Frente
Popular y guardias civiles. En Puebla de Valverde, se sublevaron contra los
mandos, enfrentándose a los milicianos que componían la columna. Al verse
superados, emprendieron la huida, pasándose en masa a las fuerzas rebeldes de
Teruel.
En Alicante, las tres compañías tenían sus
cabeceras en Alicante, Alcoy y Denia. Su pasividad fue, como en Valencia y
Castellón, la nota predominante. Aunque pudieran simpatizar con los rebeldes,
actuaron de manera cautelosa. En Alicante como en Castellón se esperaba el
desarrollo de los acontecimientos en Valencia.
La Guardia Civil, tras las primeras semanas
revolucionarias, fue transformada por el Gobierno de la República en Guardia
Nacional Republicana, en un intento de unificar a todos los elementos
que habían permanecido leales en un cuerpo militar y de seguridad netamente
republicano. Este cuerpo, después de la Guerra Civil, fue reestructurado. El general
FRANCISCO FRANCO pensó incluso en disolverlo,
por su dubitativa actuación en los primeros días de la sublevación.
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