Emilio Mola Vidal
MILITARES DEL EJÉRCITO SUBLEVADO
Nació en
Plantas, Santa Clara, Cuba, 1887, era hijo de un capitán de la Guardia Civil
destinado en Cuba. Con 17 años ingresó en la Academia de Infantería de Toledo,
de la que salió tres años después con el grado de segundo teniente. Fue destinado
a Marruecos, donde realizó una brillante carrera. En junio de 1924, con el
grado de teniente coronel de Regulares, participó en las operaciones
de Dar-Akobba, donde reforzó su prestigio. En 1926, ascendió, y un año
después a general, gracias a la defensa de la atalaya marroquí de Beni-Hassan.
En 1928, fue nombrado comandante militar de Larache y, posteriormente, director
general de Seguridad en el gobierno del general Dámaso Berenguer, cargo en el que desarrolló una gran actividad antisubversiva y contra los
elementos republicanos, pese a no ser un ferviente defensor de la Monarquía.
La frase “Fusilad
a Mola” se convirtió en un grito frecuente entre los radicales. Tras proclamarse
la República, en 1931, fue separado del servicio, detenido y encarcelado siendo Azaña ministro
de la Guerra, como presunto responsable de la represión de una manifestación de
estudiantes durante su gestión como director general de Seguridad. Ese castigo
engendró en él una gran inquina contra el ministro de la Guerra republicano.
Amnistiado en 1934 por el Gobierno Lerroux, se
reincorporó al Ejército y poco después, el entonces ministro de la
Guerra, José María Gil Robles, lo destinó a Larache y le encomendó el
mando de las tropas de Marruecos.
El 16 de
febrero de 1936, el Frente Popular triunfa en las elecciones, y Mola es destituido
y trasladado a Pamplona como comandante militar de la plaza y jefe de una
brigada de infantería, posiblemente para abortar sus planes golpistas. Pero el
efecto fue contrario, ya que se convirtió en el auténtico cerebro de la
conspiración, dirigiendo la sublevación desde Pamplona, donde llegó a un
entendimiento con los carlistas. En esta labor, contó con la colaboración de
los coroneles José Solchaga y García Escámez, que le sirvieron
de enlaces con otros militares.
En todo
momento, se le consideró el director de la sublevación militar, aunque actuando
siempre como delegado del general José Sanjurjo. En abril de 1936 puso en
marcha sus planes y escribió su primera instrucción reservada, en la que
abogó por la instauración de una dictadura militar que tendrá como primera
misión, restablecer el orden público, imponer el imperio de la ley y reforzar
convenientemente al Ejército, para consolidar la situación de hecho, que pasará
a ser de derecho. Firmó esta y otras proclamas como el director. El
27 de mayo recibió una carta de José Antonio Primo de Rivera apoyándole en sus propósitos
golpistas.
Los planes
de rebelión se fueron concretando, además designó a los militares que debían
encabezarla en las distintas capitales de provincia. El 5 de junio envió a los
conspiradores un documento político en el que hablaba de un directorio militar
para dirigir el alzamiento. Todo estaba a punto a principios de julio, pero la
fecha se aplazó al menos en dos ocasiones debido a la falta de coordinación y
algunos incidentes menores. El asesinato de Calvo Sotelo por un grupo
de guardias de asalto, el 13 de julio de 1936 terminó con las dudas de algunos
conjurados, entre ellos Francisco Franco, y el 15 de julio, Mola recibió la adhesión definitiva de la Comunión
Tradicionalista.
Tras el 18
de julio, dirigió la acción de los insurrectos y asumió el mando de la VI
División, con sede en Burgos, del que había sido despojado el
general Domingo Batet, que sería fusilado tras ser juzgado por un tribunal
militar el 18 de febrero de 1937.
En la
madrugada del 18 al 19 de julio, triunfante el alzamiento en la capital
navarra, habló por teléfono con Diego Martínez Barrio, al ser éste encargado de formar gobierno, pero la
conversación resultó infructuosa. Parece ser que, Martínez Barrio llegó a
ofrecerle la cartera de Guerra, pero la rechazó, y le dijo que era tarde para
detener la rebelión. La desaparición en accidente aéreo, el 20 de julio, cuando
se dirigía a Pamplona, del general José Sanjurjo, que era el
jefe nominal de la sublevación, reforzó su autoridad entre los sediciosos.
Miembro de
la Junta de Defensa Nacional, constituida en Burgos el 24 de julio de 1936,
presidida por Miguel Cabanellas, asumió la jefatura del Ejército del Norte. Aunque en un principio se
mostraba reticente, cambió de parecer y se unió al general Kindelán como
uno de los principales valedores de la candidatura del general Franco al mando
supremo y único de los ejércitos. Participó en las reuniones celebradas en Salamanca
el 21 y el 28 de septiembre, apoyando a Franco porque creía que era el mejor
visto en el exterior, según le comentó a Cabanellas. En cualquier caso, su
propia candidatura contaba con muy pocas posibilidades debido a los recelos que
concitaba. De haber nombrado a Mola, habríamos perdido la guerra, es la
sentencia que se atribuye al general Queipo de Llano.
A principios
de octubre trasladó su cuartel general a Ávila, con la esperanza de poder
entrar en Madrid. Sus imprudentes comentarios a un periodista extranjero sobre
la quinta columna, existente en Madrid, que sería la primera en conquistar
la capital, tuvo como consecuencia una oleada represiva. Se convirtió así en
uno de los máximos responsables de los desmanes cometidos.
Centró entonces
sus esfuerzos en la conquista del País Vasco, cosa que no pudo lograr, al morir
el 3 de junio de 1937 en un accidente de aviación, al estrellarse su aparato
contra el cerro Alcocero, probablemente a causa de la niebla, cuando se dirigía
de Vitoria a Burgos. El mismo día del accidente, Franco le concedió la Cruz
Laureada de San Fernando, a título póstumo, en reconocimiento a los grandes
servicios prestados a la causa nacionalista. El 18 de julio de 1948 le fue otorgado
el título de duque de Mola.
Para la realización de
este artículo se han utilizado diversas fuentes, como WikipediA y Nubeluz.
Mientras que las imágenes son de WikipediA y Pinterest.
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