La Gloria del Pueblo de Antonio Fillol Granell


Realizado en 1895, es un óleo sobre lienzo, de 144,7 X 189,5 cm. No expuesto 

    Lienzo galardonado con medalla de segunda en la Exposición Nacional de 1895, año de realización del cuadro. A sus veinticinco años, era la primera vez que concurría a este certamen, lo mismo que otros artistas más o menos de su generación como Manuel Benedito, José Pinazo Martínez, Julio Romero de Torres, Isidro Nonell y Ricardo Baroja, entre otros. Sorprende un poco que no hubiese sido antes, pero en su proyección primera había acudido a probar fortuna en la capital catalana. No era desde luego despreciable el galardón de Fillol si pensamos que ese mismo reconocimiento de segunda clase habían tenido Pinazo Camarlench que llevó un retrato de un militar, que la crítica más avanzada consideró como una pieza maestra y el mejor lienzo de la exposición; Cecilio Pla con su obra Lazo de unión, que era una de sus más ambiciosas obras, y Santiago Rusiñol con Santo Sepulcro. Así pues, el joven Fillol quedaba en segunda línea junto a artistas mayores que ya tenían un labrado prestigio. 

    El naturalismo de Fillol y su fidelidad a la representación del mundo exterior triunfan de pleno en esta obra. El asunto del lienzo es el recibimiento o despedida dispensado en una pequeña localidad a un paisano, que se ha convertido en un personaje célebre, quizás un triunfador en el terreno político, que acaba de llegar en un carruaje negro parado delante de la comitiva que lo aguarda. El homenajeado va vestido elegantemente de negro, la cabeza cubierta con una brillante chistera, símbolo de su transformación como hombre de ciudad. El sombrero refuerza su diferencia con los lugareños, y su pertenencia a un mundo reservado a unos pocos privilegiados. El hombre abraza a sus emocionados padres que mantienen sus usos habituales. La ascensión del hijo apenas ha supuesto cambio alguno en sus vidas y vestimentas. El pantalón del padre, ancho y un tanto desaliñado, así como su pañuelo anudado a la cabeza, subrayan su pertenencia al mundo rural. La madre lleva mantón negro con flecos y bordado con flores, que en este caso sí se diferencia de las pañoletas de las restantes mujeres, mucho más simples y económicas. La mujer que hay detrás, es posible que se trate de la hermana o un familiar que va a enseñar su hijo al recién llegado. A la izquierda se agrupan las que deben ser las autoridades del pueblo o personalidades más representativas. Van cubiertos con capa, excepto el anciano de la izquierda que va con gabardina y bastón. Tras ellos se sitúa la banda de música con trajes de gala, sus gorras van enriquecidas con penachos. En el extremo izquierdo dos jóvenes huertanos subidos a los peldaños de la cruz visualizan desde un punto más alto el recibimiento, mientras uno de ellos parece aclamar. Al igual que en el lienzo ¡A ese!, el artista se coloca en un plano distante para captar la imagen en perspectiva. Entre el espectador y el grupo principal se sitúan personajes aislados, como el hombre que aparece de espaldas con el cuerpo cortado en la composición. Delante dos mujeres de espaldas, una de ellas con un cesto o pequeño fardo de cebollas. Los niños curiosean y observan, destacando entre ellos el que hay en primer plano con una niña a sus espaldas. De nuevo, como sucede en el lienzo ¡A ese!, Fillol otorga más importancia y presencia al público secundario que al protagonista, pues éste para él es un elemento más que sólo tiene valor como aglutinante de la escena que le interesa realmente, que no es otra que la movilización oficial y popular ante un recibimiento y el espacio en el que el acto trascurre. 

    El lugar de la escena es la entrada del pueblo, como puede apreciarse en la fusión con el paisaje que se hace más patente en la vegetación de la derecha. Las ramas peladas, sin apenas hojas, reflejan una estación otoñal o invernal. El huertano de la izquierda que regresa del trabajo, pisa un área de hierbas y matorral sobre un suelo sin ningún tipo de empedrado. Todos estos detalles vienen a incidir en una localización concreta, la entrada del pueblo, donde se ha desplazado la comitiva para recibir al que consideran la gloria y el orgullo local. Quizás un político que terminará pidiendo el apoyo de los lugareños a cambio de promesas y beneficios en una época en la que el caciquismo era comportamiento dominante. Si fuera una escena ambientada en el norte de España podría interpretarse como un indiano el homenajeado, pero en Valencia el significado es otro. El día está en consonancia con la estación del año, cubierto y con nubes grises que preludian una posible lluvia. Los claros entre las nubes dan mayor luz a la escena, una luz matizada y sin contrastes que apenas proyecta sombras. La sombra que hay debajo de la falda de la mujer de la cesta es la más pronunciada. Las arquitecturas de las casas de este pueblo de agricultores están reflejadas con la misma fidelidad que el resto del conjunto: amplias viviendas de gruesos muros y ventanas asimétricas. La medianera de la casa de la izquierda, manchada y desconchada, es fiel reflejo del efecto del paso del tiempo y el abandono, de la permanencia de la vida tradicional en un apacible lugar donde el hombre recién llegado de la ciudad es el único elemento exótico y de contraste. 

    Fillol es un artista profundamente identificado con el ámbito popular, un pintor de la vida tradicional que evoluciona al socaire de su época. No es un artista interesado por la representación de la vida moderna, pero cuando la aborda la ve desde el punto de vista social; la existencia moderna que Fillol plasma conlleva una consideración política e ideológica 


Texto: Museo del Prado 
Imagen: Museo del Prado 

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