Los Reinos de Taifas: Capitulo 3 y Final



Sugerencia de un plan para escribir la historia de esta época:

    El período de los Taifas fue una larga etapa que duró, más o menos, desde 1009 a 1090, es decir, casi todo el siglo XI. Representa una época tumultuosa y trágica, durante la cual se decidió virtualmente la muerte de un Al-Andalus y el nacimiento de otro. Doble acontecimiento de gran alcance y transcendencia, tanto para el mundo musulmán como para el cristiano, pero que no ocurrió repentinamente, sino que siguió un proceso -a veces lento- de transición, pasando, siempre en línea recta, de una fase a otra sin bruscos contrastes. Es cierto que la intervención de los Almorávides y su victoria en Sagrajas el 23 de octubre de 1086, detuvo la marcha del proceso momentáneamente, pero este acontecimiento tuvo lugar casi a finales de la época de los Taifas y fue el preludio de su fin.

    Durante esta época vemos a distintas Al-Andalus caminar hacia su trágico fin con diferente ritmo. En algunas de ellas, como Sevilla, Toledo y Valencia, la marcha de los acontecimientos fue acelerada y tormentosa. En otras, apenas cambió la situación: en Almería, el reinado de Muhammad ibn Man ibn Sumâdih, duró cuarenta años sin interrupción, desde 1041 a 1091, como si Almería no formase parte de la Al-Andalus de entonces. Igual ocurrió en Santa María de Albarracín, en donde Hudayl ibn Jalaf ibn Razîn y su hijo Abd al-Malik, reinaron casi cuarenta años cada uno (de 1010 a 1058 y de 1058 a 1102 respectivamente).

    Este desigual desarrollo histórico de los principados, representa la más ardua dificultad con que tropieza el historiador que se proponga ocuparse de la época de los Reyes de Taifas. El propósito se hace más espinoso aún al adentrarse en la complicadísima red de relaciones -tanto de guerra corno de paz- que los reyezuelos mantuvieron entre sí, por un lado, y con los reyes cristianos por otro. ¿Cómo se puede escribir esta historia, narrar los acontecimientos principales de cada principado y dividir el período en épocas? ¿Se pueden clasificar los reyezuelos según su filiación étnica: Taifas árabes, Taifas beréberes y Taifas eslavas?

    Ninguno de los métodos seguidos hasta ahora es aceptable ni resulta adecuado. Menéndez Pidal optó por escribir la historia de esta época en torno a la figura del Cid, e incluso incluye todo el siglo XI bajo el nombre de «La España del Cid», lo que representa un método más sentimental que histórico, al poner como eje de todos los acontecimientos a un personaje heroico, desde luego, pero no fundamental. Incluso su conquista de Valencia ni fue duradera ni de largo alcance. Alguna influencia sí tuvo el Cid para acelerar la desintegración del ala derecha de Al-Andalus, pues al inspirar terror en todo el Levante obligó a muchos musulmanes a huir de sus hogares facilitando así el avance cristiano.


Pero, ¿Cómo estudiar la época de los Taifas? Podríamos dividir esta época en tres pequeñas etapas:

1. - La primera, de 1009 a 1031, es la etapa de la lucha por el Califato. Durante aquellos veintidós años no había todavía ni reyes ni reinos de Taifas. La lucha entre los pretendientes y sus seguidores se desarrollaba en la capital o en sus alrededores, mientras que los gobernadores de las provincias se mantenían a la expectativa. Algunos seguían la marcha de la guerra fratricida, estupefacta y afligida, esperando superar la crisis y ver restablecida la paz, mientras que otros se preparaban para adueñarse del poder en sus provincias a la menor oportunidad. Pero ninguno de ellos intentó nada importante durante esta etapa. Por lo tanto, se puede escribir su historia en un sólo capítulo sin demasiada dificultad.


2. - Una vez suprimido el Califato, el 20 de noviembre de 1031, comienza la época de los Taifas propiamente dicha, pero Al-Andalus no estaba todavía dividida. Cada uno de los pretendientes se había lanzado a la ardua tarea de transformar su provincia, ciudad y a veces simple castillo, en un reino y ellos mismos en reyes. Las fronteras no estaban todavía delimitadas y el conflicto en torno a las ciudades o castillos era muy encarnizado. De vez en cuando, algunos vencidos en esta lucha en torno al califato, o en su carrera hacia las monarquías de provincias, se vieron eliminados o puestos fuera de combate o constreñidos a entregar un sitio para conseguir un nuevo lugar en donde hacerse dueños independientes o vasallos de otro. A veces, algunos de ellos se vieron obligados incluso a abandonar al-Andalus.

    A todos estos detalles, que son en realidad el preludio de la fundación de los reinos de Taifas, se les puede reservar un capítulo que estudie, al mismo tiempo, los orígenes de las dinastías de los Taifas y el desarrollo de los acontecimientos hasta establecer de un modo más o menos fijo el cuadro general de los reinos. Este período nos lleva hasta 1040 0 1045, ya que entre estos dos años quedó establecido, casi definitivamente, el cuadro general de la Al-Andalus de las Taifas, especialmente para los más importantes de ellos, es decir, Sevilla, Granada, Almería, Badajoz, Valencia, Denia y Zaragoza. Este capítulo puede empezar con los acontecimientos de Córdoba bajo los Banu Yahwar, y terminar con un estudio de conjunto del desarrollo de las posesiones cristiana hasta finales del reinado de Sancho el Grande.

3. - Luego viene la etapa de los Taifas propiamente dichos, que comprende hasta 1090. Aquí es preciso reservar un capítulo para cada uno de estos reinos, especialmente de los más importantes como Sevilla, Badajoz, Granada, Valencia, Denia y Zaragoza, Toda la epopeya del Cid se puede incluir en el capitulo de Valencia.

    El estudio se termina con la historia de la intervención de los Almorávides y la incorporación de los reinos de Taifas -menos el de Zaragoza- a su imperio. Aquí se puede incluir también un juicio general o conclusión sobre todo el panorama del siglo XI.


    Se entiende que el estudio en estos capítulos se limitará a la historia política. Para el resto y la más importante faceta, la historia de la civilización musulmana durante este siglo, hay que escribir un volumen aparte. Un volumen que abarque todos los aspectos de la historia de la cultura musulmana en aquel siglo que conoció la decadencia política y el apogeo cultural del mismo pueblo.

    Después de trazar este plan como mera sugerencia nada más, reanudamos nuestras observaciones generales sobre esta época.

    En unas breves líneas escritas por Lévi-Provenzal, como colofón al segundo volumen de su Historia de la España Musulmana, trata de buscar las causas del extraño acontecimiento de la desintegración de Al-Andalus. Dice: «Menos de un cuarto de siglo había bastado para que al-Andalus viese caer, como un castillo de naipes, el edificio que los Omeyas habían erigido tan trabajosamente sobre su suelo y apuntalado lo mejor que pudieron, siempre que una sacudida demasiado fuerte conmovía sus cimientos. Las causas que provocaron este súbito derrumbamiento se dejan adivinar, aunque estén apenas apuntadas en los relatos de los historiadores árabes. Fueron: la incapacidad de Hisham II y del tercer regente amirí, prolongada en la de los últimos representantes de la dinastía marwâní; la injerencia creciente y pronto desmesurada, en los negocios públicos, de los pretorianos beréberes y eslavos; la anarquía latente en la plebe de Córdoba; la culpable apatía de las clases burguesas y, sobre todo, la disociación progresiva del poco homogéneo conglomerado de las poblaciones andaluzas, con el despertar de los particularismos étnicos y la formación de partidos políticos fundados en afinidades de origen».

    «Pero aun apreciando todas estas causas, el vertiginoso derrumbamiento omeya sigue siendo un motivo de asombro. Nos explicaríamos mejor la catástrofe si hubiese sido menos rápida, y si algunas grietas no cerradas o algunas hendiduras mal separadas nos hubiesen predicho su próxima caída. Una vez que el califato cordobés llegó a la cima de su poderío, hubiéramos esperado que se abriese un largo período de progresiva decadencia delatada por un declive continuo de la autoridad real, por repetidos reveses militares o por graves usurpaciones hechas por el enemigo cristiano en el territorio musulmán. Nada de esto sucedió».

    Si la caída del califato es un acontecimiento asombroso y difícil de explicar, lo que siguió no fue menos extraño. Aquí se siente como si la lógica que rige la historia se hubiera confundido, igual a un reloj estropeado durante cierto tiempo. Ante tan extraña sucesión de acontecimientos no nos queda más remedio que contentarnos con seguir el paso de los mismos tal y como ocurrieron.

    El primer resultado de la caída del califato fue el desmembramiento de su territorio en principados hostiles unos a otros. Este hecho, no solamente asombra al lector árabe, sino que le entristece y llena de disgusto, por considerar a los llamados Reyes de Taifas como criminales que destruyeron la unidad del califato para nombrarse emires y reyes que sacrificaron el interés común por el propio, a fin de satisfacer su orgullo vano, egoísta y estéril. El historiador no árabe, califica su conducta, por lo menos, de estúpida, ya que la considera como indicio de falta de sentimiento nacional e islámico.

    Seguramente algo hubo de todo esto; pero consideremos el caso más detenidamente. Tomemos, por ejemplo, los dos casos de Ismail ibn Abbad y Yaish, ibn Muhammad ibn Yaish, que se declararon independientes, el primero en Sevilla y el segundo en Toledo. Ismail ibn Abbad, cuando estalló la guerra civil -a la muerte de Abd al-Rahman, hijo de ALMANZOR, en febrero de 1009 -era el hombre más destacado de Sevilla. Era juez de la ciudad y supo acumular inmensas riquezas. Por su cargo de juez y por su rica posición, resultaba la persona más adecuada para regir los destinos de su región a falta de un poder superior. Yaish ibn Muhammad ibn Yaish, era el más importante dignatario de Toledo. Además de rico era también juez. Cuando llegó la noticia de la revolución a las grandes capitales, Ibn Abbâd se hizo cargo del poder en la provincia de Sevilla con el consenso general.

    En Toledo se formó una Junta de dignatarios para mantener el orden hasta que pasase la crisis y se restableciese nuevamente el orden. Pero la crisis no terminó, y de repente llegó la noticia de la abolición del califato. De un golpe desapareció la unidad y su símbolo. Sin aspirar a la independencia ni pensar en hacerse príncipes en sus provincias, hombres como Ibn Abbâd, Ibn Yaîsh y demás jefes de las comunidades provinciales, se encontraron aislados de Córdoba y de las demás provincias del Califato. La situación en que se encontraban, después de aquel 30 de noviembre de 1031, debía de parecerles muy extraña, pues la costumbre era que se desintegrasen los reinos de fuera a dentro: se separaban las provincias una tras otra hasta la desintegración del Imperio. Acostumbraba a ocurrir tal desintegración lentamente; se predecía la caída por algunas grietas mal cerradas o por algunas hendiduras mal separadas, como dice Lévi ­Provengal. Los jefes, en las provincias, se acostumbraron poco a poco a la ausencia del poder central, se adaptaron con el correr de los años a la vida desamparada, y en todo caso, la dinastía caída fue sustituida por otra nacional o extranjera. Por la fuerza, por herencia, por traspaso legal, por previos acuerdos, por traiciones o por cualquier otro motivo, siempre había quien se hacía cargo del poder central y por lo menos subsistía un símbolo para reclamar la lealtad de las provincias. Pero aquí, de la noche a la mañana, los notables provincianos se veían obligados a ser independientes. No podían permanecer leales aunque lo hubiesen querido, puesto que no tenían a quién serlo.


    Así, por una de esas tristes ironías del destino, los jefes de las comunidades en las provincias no podían escapar de ser príncipes independientes en sus localidades. Tenían que transformarse de jueces, gobernadores provinciales, notables destacados, o jefes militares, en príncipes o reyes, según les convenía. El cetro estaba en sus manos y podían escoger el tipo de corona más de su agrado y empezar el aprendizaje del difícil arte de ser reyes.

    Los jueces seguían el ejemplo de Abú-l-Hazm ibn Yahwar, jefe de Córdoba, que suprimió el califato y asumió el poder en la capital y en su provincia, siguiendo el modelo trazado por ALMANZOR. El caso de al-Mansur Muhammad ibn Abi Amir, no fue único en al-Andalus solamente, sino en toda la historia musulmana. Desde luego, hubo muchos ministros que reinaron en nombre de reyes o califas, despojándolos de toda autoridad real, pero no como al-Mansur. Este, con una audacia sin límite, con ambición devoradora, con aguda inteligencia, pudo subir al poder desde la nada. Este hombre aparecía ante sus seguidores y admiradores como un modelo del perfecto político y administrador. Pero todos han olvidado que para este tipo de político no sirven los modelos. Son hombres «sui generis», a los que no se puede -a veces es peligroso- imitar.

    Todos aquellos jueces o jefes de comunidades no eran nada en relación con la administración del Estado y se encontraron, después de aquel 30 de noviembre de 1031, llamados a serlo todo. No tenían más modelo que el de aquél que ya había vivido esta experiencia.

    Este creo que fue el móvil inconsciente -o consciente- que empujó a Abú-l-Hazm ibn Yahwar a suprimir el califato. Este hombre, representante de una de las más nobles familias de la capital califal, gozaba de facultades excepcionales y disponía de inmensas riquezas. Podía erigirse en regente y haber conservado el califato hasta encontrar una personalidad capaz de revestirse de la dignidad de califa, en vez de suprimirlo totalmente, pero su objetivo no era el de salvar el régimen al que él mismo lo debía todo, sino transformarse en un pequeño Almanzor en Córdoba. Sus aspiraciones no pasaban de tales límites, y al lograrlos empezaron sus sufrimientos.

    Ibn Yahwar dominó Córdoba con su astucia e ingenuidad, así como con el nombre prestigioso de su familia. Ante todo le interesaba el dinero. Llegó a ser el hombre más rico de Córdoba y supo hacer reinar la paz y la tranquilidad en ella después de tantos años de disturbios, saqueos y miseria. Lo que escapó a la astucia de Ibn Yahwar fue el ver que era imposible vivir en una isla de paz rodeada de un mar agitado que la amenazaba constantemente. Pocos años después de su muerte, los dos hijos que le sucedieron intentaron seguir su camino; pero un día la ola de disturbios los sumergió.

    Ibn Abbâd de Sevilla hizo lo mismo. Siguió el mismo modelo de Almanzor, pero con más precisión, más crueldad y menos humanitarismo. Tuvo más suerte, ya que su hijo continuó la obra de dominación de Sevilla y su provincia. De pronto se convirtió Sevilla en un verdadero principado, con ejército, gobierno, atributos reales e incluso su corte de poetas. Pero todo ello era tan frágil, tan artificial, que se temía su desplome en cualquier momento.

    La causa de esta fragilidad latente en todos los reinos de Taifas, fue que el modelo de Almanzor no encajaba más que dentro del marco de un estado legítimo. ALMANZOR era un Hâÿib, digamos gran visir, primer ministro de un califa, de una monarquía sólidamente establecida. Ahí residió su fuerza: sin esto de nada le hubiera servido ni su inteligencia ni su astucia, porque el concepto de la autoridad basada en la pura fuerza no convenció jamás a la mentalidad musulmana medieval. No sirve en este sentido ni el apoyo de los alfaquíes (los faqihs, expertos en derecho islámico) ni un edicto (fatwá) de su colegio. La legalidad real de un estado musulmán, en aquel tiempo, se ganaba y se consagraba solamente por el esfuerzo en defensa del Islam. Los Omeyas de Oriente, que no eran al principio más que usurpadores, conquistaron la legalidad a través de las grandes campañas de expansión que dirigieron. Lo mismo ocurrió con los Omeyas de Occidente: conquistaron la legalidad mediante sus campañas anuales en defensa del Islam y sus tierras.

    Nadie entendió esto como ALMANZOR. Dirigió dos campañas anuales, no para extender precisamente el dominio de Al-Andalus, porque en realidad no lo hizo, sino para conquistar la legalidad de su régimen y, seguramente, si ALMANZOR hubiese tenido hijos capaces de continuar el trabajo emprendido por él, su dinastía hubiera suplantado a la casa Omeya, como los carolingios sucedieron a los merovingios surgiendo de su propio seno.

    Esta es la parte de la herencia de ALMANZOR que sus imitadores se olvidaron de captar. Le imitaron en todo menos en lo más importante, en lo fundamental. Grandes o pequeños, fuertes o débiles, estos reinos de Taifas, por su actitud cobarde frente a los enemigos del Islam y los musulmanes, se condenaron de antemano. Se apoderaron del poder, como hemos visto, de una manera lógica y casi legal: al desaparecer el poder central tenían que hacerse cargo del poder en sus territorios. Pero fracasaron en consagrar este poder, en conquistar su legitimidad, perdieron la vigencia indispensable para cualquier régimen que aspira a ser duradero.

    Todos fueron elogiados por hacerse cargo del pudor, y todos fueron condenados por su comportamiento después. Del fundador del emirato de los abbâdíes dice Ibn Hayyân: "Allah hizo aprovechar a sus súbditos de sus servicios". Pero su hijo y sucesor fue calificado por Ibn Bassâm como un hombre parado en mitad del camino después de haber reventado su montura.

    La semejanza no puede ser más acertada, ya que en realidad los reyes de Taifas fueron unos hombres desgraciados detenidos en mitad del camino. Sus reinos perdieron su razón de ser apenas nacidos. Estaban condenados a desaparecer, especialmente porque se encontraban en una zona disputada por dos frentes que se combatían: los cristianos por el norte y los musulmanes por el sur. Tarde o temprano la dirección del frente musulmán tenía que pasar a manos de los que combatían por el Islam. Esto es lo que trajo a los Almorávides a Al-Andalus. Mucho se ha dicho con respecto a la dominación de los Almorávides en Al-Andalus: la atracción hacia un país más civilizado, los deseos de apropiarse de las riquezas de Al-Andalus, el empuje natural de un imperio más allá de sus fronteras y otras muchas razones. Puede ser que hubiera algo de todo esto, pero ante todo estaba la llamada de la historia.

    Fatalmente fueron llamados los Almorávides a la Península Ibérica, como lo fueron los cristianos del norte al centro de la Península. En aquella zona existía un vacío político que atraía a las fuerzas del exterior. Allí también estaba el desafío al Islam y a las dos fuerzas que se sentían capaces de responder al mismo. Los reyes de Taifas, que vivían en el mismo campo de batalla, no estaban a la misma altura del desafío y por consiguiente tuvieron que desaparecer. Este es uno de los casos históricos en donde se aplica casi a la letra la ley del «challenge and response», de Arnold Tonybee.

    Algo semejante ocurrió en el Oriente musulmán a finales del mismo siglo once, cuando llegaron los cruzados a Siria. Ni los jefes de los emiratos sirios de aquel entonces, ni los Fatigares, estaban a la altura del desafío. Otros musulmanes, los atabeks, es decir los regentes de los Selÿûqíes del Irak, eran capaces de enfrentarse al desafío, y en consecuencia se encontraron llamados a responder, por lo que, en la lucha, desaparecieron los principados sirios y el imperio fatimí.

Comentarios

Entradas populares