Alfonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo


Alfonso Carrillo de Acuña, nació en Carrascosa del Campo, Cuenca en 1410, de familia noble de origen portugués, era hijo de Lope Vázquez de Acuña, máxima autoridad en el Concejo de la Mesta, ofició que vinculó a su familia. Su madre, Dª Teresa Carrillo de Albornoz, pertenecía a la poderosa familia del cardenal don Gil Álvarez de Albornoz, además de ser sobrino del cardenal don Alfonso Carrillo, a cuyo lado se formó desde la temprana edad de once años.

Fue uno de los que más figuraron en la revuelta historia de Castilla durante la segunda mitad del siglo XV. En el año 1434 murió su tío, y Alfonso fue nombrado protonotario apostólico del papa Eugenio IV. Desde este puesto accedió a formar parte del Consejo Real del rey castellano Juan II, a la vez que era enviado como embajador al Concilio de Basilea. Un año después fue nombrado administrador y obispo de la sede de Sigüenza, por lo que regresó a Castilla, tras dieciséis años de ausencia. En su etapa como obispo de Sigüenza dio muestras de su gran capacidad de gobierno y favoreció notablemente a su propio cabildo catedralicio, el cual se vio muy enriquecido.

Con treinta y cuatro años fue nombrado arzobispo de Toledo, cargo que ejerció desde 1446 hasta su muerte en 1482. Al recibir dicho cargo, que llevaba implícito ser el Cardenal Primado de Castilla, tuvo especial relevancia dentro de la compleja política castellana. Alfonso Carrillo de Acuña apoyó con decisión la tendencia pro-aragonesa de cierta nobleza castellana. En la línea política, Alfonso Carrillo mantuvo diversos cambios de posturas, en función de lo que mandaran las circunstancias. Tras la desaparición de su pariente, Don Álvaro de Luna, poderoso valido caído en desgracia, se volcaría en apoyar a su sobrino Don Juan Pacheco, marqués de Villena.


Avaló la política del rey Enrique IV. En los primeros años del reinado de este monarca siguió ocupando cargos importantes: en el año 1454 fue nombrado regente del reino durante la ausencia del rey, que estaba realizando incursiones en el reino nazarí de Granada; en 1463 fue nombrado embajador del rey ante la corte francesa. Durante esa época, Alfonso Carrillo obtuvo un inmenso poderío, siendo un auténtico señor de vasallos, detentador de varios castillos y grandes riquezas, y llegando incluso a superar a los grandes linajes nobiliarios de la corte. Parecía más un auténtico señor feudal que el Primado de Castilla. Pocos años después tendría ocasión de poner en movimiento todo su poder militar contra el mismo rey.

Alfonso Carrillo tenía un carácter ambicioso, tenaz e impulsivo, esto, unido a su gran poder, le hizo ponerse en contra del rey y apoyar la rebelión nobiliar contra Enrique IV. Los nobles pretendían destituir al monarca y poner en su lugar al primogénito, el infante Don Alfonso. Todo esto ocurrió en la llamada Farsa de Ávila del año 1465, donde se quemó públicamente y en efigie la figura del rey depuesto. Carrillo abanderó abiertamente la rebelión, con la consiguiente guerra civil entre las facciones pronobiliares y promonárquicas.

Al morir repentinamente en el año 1468, el infante Alfonso, los nobles apoyaron a la hermana del rey, Dª Isabel. Carrillo la apoyó denodadamente, llevando a buen puerto las negociaciones entre ambos hermanos que cristalizaron con el llamado Pacto de los Toros de Guisando, de 1468, por el cual Enrique IV reconocía a su hermana como heredera legítima al trono de Castilla, en detrimento de su hija natural, Dª Juana, apodada la Beltraneja. Alfonso Carrillo siguió prestando una gran labor a los intereses de la futura reina con las gestiones secretas para acordar la boda entre Isabel y Fernando, príncipe heredero de Aragón.

Este año significó la cumbre política de Alfonso Carrillo, quien, debido a sus gestiones y al valioso apoyo prestado a los futuros monarcas, parecía estar llamado a ser el privado indiscutible de Castilla-Aragón. Pero estos proyectos se desvanecieron en el año 1470. Los nuevos monarcas traían un nuevo concepto político, tan autoritarios como el propio Alfonso Carrillo, hecho éste que provocó un choque frontal entre ambos. Carrillo, imbuido de una mentalidad todavía muy medieval, no podía tolerar con gusto el afán autoritario y dirigista de los futuros monarcas. A este hecho se le sumó el nombramiento como cardenal de Dº Pedro González de Mendoza, cargo al que aspiraba el propio Alfonso Carrillo. Lleno de resentimiento y traicionado, en el año 1874, Alfonso Carrillo apoyó las pretensiones de Dª Juana a la Corona de Castilla.



En el año 1476, Alfonso Carrillo, al mando de sus propios ejércitos, se enfrentó a un ejército comandado precisamente por su rival Dº Pedro González de Mendoza. Alfonso Carrillo fue derrotado y obligado a pedir perdón a la reina, quien se lo concedió y le conservó en su puesto. Se retiró a su villa favorita, Alcalá de Henares, ciudad en la que había fundado el convento de franciscanos, donde murió el 1 de julio de 1482. Siendo enterrado en el monasterio de Santa María de Jesús en Alcalá de Henares.




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