Bóveda con la Apoteosis de la Monarquía Española de Luca Giordano
Realizado hacia 1697
Pintura al fresco, Pintura al seco (falso fresco o a la
cal) sobre revestimiento mural de 1400 X 2100 cm
Bóveda del antiguo
Salón de Embajadores del palacio del Buen Retiro, realizado junto al antiguo
Cuarto Real de San Jerónimo y mandado levantar por orden del Conde Duque, como
residencia real, lugar de esparcimiento y de recepción pública y oficial de los
monarcas. Dentro de este conjunto, en la parte oriental, se levantó un pequeño
edificio, encargado después de la inauguración del Palacio del Buen Retiro (1632)
a Alonso Carbonel, aunque el remate final de las obras parece que se realizó en
1692 (Palomino). Los restos que actualmente se conservan corresponden
al Casón del Buen Retiro, donde se ubica la Biblioteca del Museo
Nacional del Prado. Su primitiva
estructura ha sido sucesivamente alterada, de modo que solamente se ha
respetado del primitivo edificio el techo pintado por Luca
Giordano si bien restaurado en varias ocasiones y
transformadas o perdidas algunas de sus partes. La decoración de la bóveda
representa la apoteosis de la monarquía española. Giordano desarrolla una compleja iconografía repleta de símbolos, personajes
históricos, mitológicos o alegóricos, todos ellos relacionados con la monarquía
hispánica, que mostraba así su antigüedad, potencia militar y preeminencia
entre las casas reales europeas. En el testero oriental se sitúa la escena más
celebrada y que da nombre al conjunto: la entrega del vellocino al duque de
Borgoña, Felipe el Bueno, de manos de Hércules, remontándose así al origen
mítico de la Orden del Toisón de Oro tradicionalmente asociada a los monarcas
españoles. Con ello Giordano se permitió la licencia de sustituir al adúltero Jasón
por Hércules. Detrás aparece la proa del Argos, la nave que permitió a los
argonautas, con Jasón a la cabeza,
conquistar el mítico vellocino de oro, premio con el que esperaba recuperar su
reino. Detrás, el mar, representado por Neptuno, Anfitrite y unas ninfas. En
los extremos de la bóveda aparecen otros asuntos protagonizados por Hércules: a
la izquierda, la Gigantomaquia y, a la derecha, su lucha con Anteo. La
reiterada presencia de Hércules lo convierte en el indiscutible protagonista de
la decoración, sin duda por su carácter virtuoso, que vence allí donde el resto
habían fracasado, aspectos ambos que justifican su tradicional vinculación con
la Monarquía española. El grupo de Hércules entregando a Felipe el Bueno el
vellocino para que lo coloque en el collar de la orden se completa en su parte
superior con el elegantísimo escudo de los territorios sometidos a la Casa de
Austria: los reinos de Castilla y León, Aragón, Sicilia y Granada y, más abajo,
Austria, Borgoña (antigua y moderna), Brabante, Flandes y Tirol. Todos ellos
cobijados por la corona real, que acoge al sol en su interior. A ambos lados
aparecen ninfas portando la diadema -signo de la Realeza- y el olivo -la Paz-.
Continúa la bóveda celeste, en la que aparecen claramente las constelaciones de
Géminis, Argos, Tauro, Leo, Draco, etc. A continuación, Giordano dispuso el Parnaso
con los dioses del Olimpo presididos por Júpiter, sobre el que vuela el águila
con la que habitualmente se asocia. En el extremo opuesto de la bóveda situó la
representación alegórica de España a través de una figura femenina que porta en
su mano derecha los cuatro cetros de sus reinos, sobre la que Giordano dispuso
una serie de figuras que aluden a sus virtudes. A sus pies, a la derecha,
pueblos de diverso origen y religión que se someten mansamente a la autoridad.
La herejía -dragón-, el Furor Bélico, el Poder Temporal -león con cetro-, así
como los reinos sometidos -armiños y coronas- y las riquezas ganadas en las
campañas militares -monedas, joyas y objetos de oro y plata-, completan el
significado del conjunto. A la derecha de España se encuentra un niño que
despliega una cartela en la que puede leerse OMNIBUS UNUS, sentencia
latina que puede traducirse como Uno para todos. En las esquinas de la
bóveda aparecen las Cuatro Edades de la Humanidad: la Edad de Oro, la Edad de
Plata, la Edad de Bronce y la Edad de Hierro, en cuya representación Giordano siguió
muy de cerca el relato de las Metamorfosis de Ovidio y las imágenes
creadas por Cesare Ripa (1560-1645) en su Iconología. La primera de
ellas, junto a la Gigantomaquia, corresponde al periodo ideal de la humanidad,
sin guerras ni enfermedades, en una permanente primavera que producía trigo sin
necesidad de sembrarlo. La figura principal del grupo encarna a la propia Edad
de Oro, mujer cubierta con un manto dorado y cobijada por una encina, el árbol
de Júpiter, que vuelve su rostro hacia el escudo de la Monarquía española. A la
izquierda se sitúa Céfiro, el viento del este, suave y benéfico, que precede a
un cortejo de figuras que refuerzan su significado: un amorcillo con un
molinete, un águila y una mujer que coloca unas alas a un segundo niño. Sobre
ellos aparece Flora portando un cuerno que contiene los frutos de este benéfico
periodo, precediendo a otras ninfas con espigas y frutos. La Edad de Plata está
presentada por otra matrona con un manto de ese color, que porta en sus manos
espigas y un arado, puesto que los frutos ya no brotan espontáneamente. A la
derecha, las cuatro estaciones señalan la llegada de un clima menos benigno y,
sobre ellas, el Tiempo, -una de las figuras más castigadas del conjunto-, que
rige el ciclo de las estaciones. Junto a los pueblos sometidos por España
aparece la Edad de Bronce, de índole más violenta y más proclive al uso de
las salvajes armas, pero sin llegar a la depravación. Fiel a la propuesta
de Ripa, nos muestra a una mujer cubierta con un manto color malaquita, yelmo
con fauces de león y una lanza en las manos. A la derecha, Giordano representó
un grupo de muy difícil identificación presidido por la imponente Minerva, una
de las figuras más soberbias de todo el conjunto, que aparece en la bóveda por
segunda vez, después de su decisivo combate contra los gigantes. Representa
esta diosa la forma más positiva de entender la guerra, protectora de
importantes personajes del ciclo argonáutico, como Jasón o el propio Hércules,
y encarnación de la prudencia y la sabiduría. La acompañan en un plano inferior
las dos aves con las que habitualmente se asocia: la corneja, por su capacidad
de adivinar el futuro, y la lechuza, por su habilidad para ver en la oscuridad,
que le permite ver lo que otros ignoran. Detrás aparece la amenazante figura de
Marte, la otra cara de la moneda, representación del carácter destructivo de la
guerra, al que acompañan el Terror -con cabeza de león y látigo- y la Ira -con
antorcha, espada y yelmo que arroja llamaradas de fuego-. Delante del grupo,
niños y jóvenes aladas portan armas en dirección a la Edad de Bronce, puesto
que esta Edad ya conoce la guerra. Y, finalmente, la Edad de Hierro, la más
destructiva y temible, aparece representada por una figura de aspecto
herrumbroso con casco en forma de cabeza de lobo y que porta en sus manos
guadaña y escudo con la representación del Fraude, personaje de aspecto humano
y cola de serpiente. A la izquierda, y sin que aparezca clara la relación entre
ambos, el carro de Cibeles, que habitualmente representa la Tierra y, como
también ocurre con Minerva -situada justo enfrente-, se tenía por protectora de
las ciudades, que coronan su cabeza. Otros atributos que se asocian a este
personaje son la llave, el carro tirado por leones, el cetro y el orbe,
portados por un niño que precede el cortejo, así como el personaje barbado con
casco y lanza, sacerdote de la diosa. Debajo de todo ello, Giordano situó una
balaustrada a la altura de los lunetos, en cuyos vértices dispuso parejas de
filósofos en grisallas y, en la base de la bóveda, las nueve musas -con la
desaparecida Erato-, en cuya representación siguió muy de cerca las
recomendaciones de Ripa. A todas ellas acompañó, como corresponde, Apolo, el
cual fue inexplicablemente sustituido en fecha incierta por el libidinoso fauno
que ahora existe. Como diosas de las artes y las ciencias, y junto con las
parejas de filósofos que coronan los lunetos, sostienen la historia del mundo,
que se narra en la bóveda y adornan a la Monarquía española. La balaustrada
constituye un hábil recurso retórico utilizado por Giordano para diferenciar el
mundo alegórico-mitológico del real, que aparece representado por pequeñas
figuras que se asoman para contemplar, asombradas, el prodigio que aparece ante
sus ojos.
TEXTO: Web del Museo de El Prado
Ramón
Martín
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