Clara Campoamor Rodríguez
Nació
el 12 de febrero de 1888 en Madrid. Era hija de Pilar Rodríguez Martínez y
Manuel Campoamor Martínez. En la pila bautismal, le pusieron el nombre de
Carmen Eulalia. La familia paterna procedía de Cantabria y Asturias, y la
materna de Madrid y Toledo. Tuvo dos hermanos más, de los que sólo sobrevivió Ignacio,
que ocuparía puestos de responsabilidad política durante la Segunda República.
En
1898, cuando contaba diez años, la muerte de su padre hizo que tuviera que
abandonar sus primeros estudios, a fin de colaborar en la economía familiar. Trabajó
de modista, dependienta y telefonista, consiguiendo en las oposiciones de
junio de 1909, una plaza como auxiliar femenina de segunda clase del cuerpo
auxiliar de Telégrafos, dependiente del Ministerio de Gobernación, con
sucesivos destinos en Zaragoza y San Sebastián. En 1914, ganó plaza en el Ministerio
de Instrucción Pública, obteniendo el primer puesto en la consiguiente
oposición, lo que le permitió regresar a Madrid, siendo destinada, como
profesora de taquigrafía y mecanografía en las Escuelas de Adultas. Los
años siguientes alternó este trabajo con los de traductora de francés, auxiliar
mecanógrafa en el Servicio de Construcciones Civiles del propio Ministerio, y
secretaria de Salvador Cánovas Cervantes, que era el directos del periodico
conservador maurista La Tribuna, donde comenzó a interesarse por la
política.
En
1920 inició sus estudios de bachillerato, y una vez conseguido el título, se
matriculó en la Facultad de Derecho, donde se licenció el 19 de diciembre de
1924, no sin dejar de participar en algunas asociaciones, al tiempo que
impartía conferencias. Con 36 años, se convirtió en una de las pocas abogadas
españolas de la época, pasando a ejercer su profesión. En 1925, fue la segunda
mujer en incorporarse al Colegio de Abogados de Madrid, tan sólo un mes después
de que lo hiciera Victoria Kent.
Sus
ideas sobre la igualdad de las mujeres la acercaron al PSOE, pero nunca llegó a
afiliarse a dicho partido, aunque si perteneció, en 1929, al comité organizador
de la Agrupación Liberal Socialista, que desapareció al poco tiempo.
Clara y Matilde Huici, que eran republicanas y enemigas del régimen de Primo
de Rivera,
propusieron —sin éxito y probablemente fue el motivo por el que la abandonaron
poco— que dicha Agrupación se desmarcara de la dictadura. Trabajó con Enrique
Martí, amigo de Manuel
Azaña en
el embrión de Acción Republicana. Tras de la rebelión de Jaca, asumió la
defensa de algunos de los implicados, entre los que se encontraba su hermano
Ignacio.
Proclamada
la Segunda República, fue elegida diputada por Madrid en las elecciones 1931
─en ella las mujeres podían ser elegidas, pero no votar─, por el Partido
Radical, al que se había afiliado por ser un Partido republicano, liberal,
laico y democrático, lo que formaba parte de su propio ideario político.
Durante el periodo de las Cortes Constituyentes de 1931, contribuyó en el
proyecto de Constitución de la nueva República, junto a veintiún diputados,
allí luchó por la no discriminación por sexo, además de la igualdad jurídica de
los hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y el
sufragio universal. Consiguió todo, excepto lo relativo al voto.
La
izquierda no quería que la mujer votase, ya que pensaban que estaba muy
influida por la iglesia y votaría por la derecha. Razón por la que se
enfrentó con otra reconocida diputada, Victoria Kent, que era contraria
al voto de las mujeres. El debate celebrado fue un acontecimiento. Clara
fue considerada como vencedora y la aprobación del artículo 34 que posibilitó
el sufragio femenino se logró con 161 votos a favor por 121 en contra. Ni ella
ni Victoria Kent consiguieron renovar sus escaños en las elecciones
de 1933, por lo que en 1934, Campoamor abandonó el Partido Radical. Cuando ese
mismo año, intentó unirse a Izquierda Republicana, apoyada por Santiago
Casares Quiroga, su admisión fue denegada. En esa época publicó, en
mayo de 1936, Mi pecado mortal. El voto femenino y yo, todo un
testimonio de sus luchas parlamentarias.
Al estallar la Guerra Civil se exilió en Ginebra y en
1937 publicó La revolución española vista por una republicana, donde
narra sus experiencias, mostrándose crítica con el comportamiento de los
republicanos. Vivió en Buenos Aires, traduciendo, dando conferencias y escribiendo
biografías. Intentó regresar a España a finales de la década de 1940, pero no
tuvo más remedio que desistir al conocer que estaba procesada por pertenecer a
una logia masónica. En 1955, se instaló en Lausana, trabajando en un bufete de
abogados hasta que perdió la vista.
Murió de cáncer en Lausana, el 30 de abril de 1972. Sus restos
fueron trasladados al cementerio de Polloe en San Sebastián, conservándose en
el panteón de la familia Monsó Riu por ser madrina de la familia.
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