Catalina Parr, Sexta esposa de Enrique VIII
Nacida en 1512. Una vez anulado su matrimonio con Catalina Howard, Enrique tuvo intención de casarse de nuevo, depositando su interés sobre una bella treintañera, dos veces viuda, Catalina Parr, que era hija de una dama de honor de la primera Catalina. Resultaría ser la mejor de sus esposas, quizá porque, al no tener sus bríos juveniles, necesitaba más una nodriza que una amante. Ella lo cuidó en su vejez, soportando sus achaques y siendo su paciente enfermera.
Logró reconciliarlo con sus hijas, tras más de diez años de distanciamiento, y que ante el Parlamento, fueran reconocidas como legítimas, tanto Isabel como María, que hasta entonces eran consideradas bastardas. Se convirtió en una verdadera madre para Isabel y el príncipe Eduardo. El reconocimiento de legitimidad colocaba a María e Isabel como herederas respectivamente del trono tras el príncipe Eduardo. La amistad con María se había forjado antes del casamiento con el rey, su padre. A causa de esta temprana amistad, María no sólo aprobó este casamiento, sino que acompañó a los novios en una gira por el sur de Inglaterra. En la boda, fue una de las damas de honor y participante de los festejos y luego, compañera inseparable de la nueva reina. Eta amistad podía considerarse extraña por las diferentes creencias religiosas que ambas profesaban: Catalina era calvinista y María católica. Sin embargo, la estima que ambas se tenían superaba ampliamente cualquier diferencia, habían hecho una especie de pacto de no mentar sus respectivas religiones y atenerse a los gustos en común.
Catalina hizo aumentar la renta de María, al tiempo que le proporcionaba todo tipo de joyas y ropas suntuosas. Por el contrario, Isabel y Eduardo, eran luteranos, y sus rígidos principios le hacían desdeñar el lujo. Isabel, juzgaba pecador el comportamiento de las dos amigas, que gustaban de concurrir a fiestas y a bailes a los que ella rehusaba asistir. Si bien es cierto que el rey Enrique, a causa de su gota, no solía concurrir a esas fiestas palaciegas y, si lo hacía, no podía bailar, éstas distaban mucho de ser las reuniones orgiásticas que tanto atemorizaban al pequeño príncipe y a su hermana Isabel.
El hecho de que ambas eran muy jóvenes explicaría su necesidad de concurrir, sociabilizar con los cortesanos letrados o solamente divertirse. Para los luteranos este tipo de conducta se concebía como licenciosa o apartada de lo tolerable. Quizá Isabel exageraba su luteranismo, por sentirse relegada en la consideración cortesana, pues mientras a María la llamaban princesa, a ella sólo la denominaban Lady.
Hacia fines de 1546 el estado de salud del Rey empeoraba y, a pesar de los cuidados de su esposa, en enero de 1547 fallece. Se estima que María lo acompañó en su agonía, antes del suspiro final, su padre le había llegado a decir que moría triste por no haberla casado, y le había pedido que protegiera al pequeño Eduardo de las amenazas del Vaticano. Pero esto último no puede ser cierto, pues bien sabía Enrique cuán firmes eran las convicciones católicas de su hija y, en caso de solicitar tal cosa, lo hubiera hecho a su esposa Catalina, que era luterana.
De esta manera, Catalina Parr, se convirtió en la única reina que sobrevivió a los caprichos del rey Enrique VIII. Luego de su muerte, totalmente libre, no tardó en casarse con Eduardo Seymour, tío del rey Eduardo, nuevo monarca que había sido entronizado a la temprana edad de los nueve años. Falleciendo en 1548.
Fuentes consultadas: Wikipedia y Historia y Biografías
Imágenes: Pinterest
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