José Gutiérrez de los Ríos de Vicente López Portaña


Realizado en 1849, es un óleo sobre lienzo de 127 x 93 cm. 

    Está retratado hasta las rodillas a sus sesenta y nueve años, sentado en un sillón. Viste traje y corbata negros, chaleco marfil y un bello broche en la pechera de la camisa. En la solapa luce la venera de caballero de Montesa y de la botonadura del chaleco pende la leontina de su reloj. Apoya el brazo derecho en un libro sobre varias cartas, en una de las cuales se lee la dedicatoria, sobre un velador cubierto con un tapete. En esa mano luce un espléndido anillo, sujetando en la derecha los lentes. Detrás, un cortinaje parcialmente descorrido deja ver el ventanal que ilumina el interior de la estancia. 

    José Gutiérrez de los Ríos y Sarmiento de Sotomayor nació en Lisboa en 1780, siendo el segundo hijo de Carlos José Gutiérrez de los Ríos, VI conde de Fernán Núñez, y de María de la Esclavitud Sarmiento, V marquesa de Castel Moncayo, nobles bien conocidos a través de los soberbios retratos pintados por Goya. Caballero de la orden de Montesa desde 1808, año en que todavía residía en Lisboa, fue coronel de la división mandada por el marqués de la Romana durante la guerra de la Independencia, ostentando además los puestos de brigadier general y chambelán del rey Fernando VII. Su sobrina a la que se refiere la dedicatoria era Carolina Gutiérrez de los Ríos y Rodríguez de Luna, marquesa de Miravalles

    Se trata indudablemente de una de las mejores efigies masculinas de la última producción de López, que la pintó con setenta y siete años, pocos meses antes de su muerte, intentando traducir en ella el nuevo lenguaje íntimo y elegante del retrato romántico, que había impuesto desde hacía años en la Corte de Isabel II el joven Federico de Madrazo. Así, junto a su ambientación luminosa, que envuelve al personaje en la atmósfera cálida del gabinete en el que posa con una elegancia natural y serena, resulta verdaderamente asombrosa la firmeza de su dibujo y la extraordinaria riqueza de sus infinitos matices, resueltos con una factura minuciosamente atenta y jugosa, de cuya calidad son pruebas bien elocuentes detalles como el broche del breviario sobre la mesa, la descripción de las lentes o la mano que reposa aristocráticamente sobre el libro, verdadera lección académica del arte de pintar 


Fuente: Museo del Prado 
Imagen: Museo del Prado

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