El pintor Aureliano de Beruete de Joaquín Sorolla y Bastida


Fechado en 1902, es un óleo sobre lienzo de 115,5 x 110,5 cm. 

    Este retrato, que reúne la inspiración velazqueña característica de este periodo del artista, la captación directa y rigurosa del natural, y la interpretación afectiva y profunda de la sobresaliente personalidad del efigiado, es el más destacado de cuantos realizó su autor. Sorolla, muy dotado para el retrato por su facilidad de captación de las fisonomías, especialmente de las masculinas, representó aquí a un personaje que unía a su excepcional conocimiento de la pintura, que coleccionó, apreció y estudió, su condición de destacado pintor y la de amigo íntimo, todo lo cual supuso un estímulo extraordinario para conseguir una obra maestra. Aureliano de Beruete era el hijo menor de los cuatro que tuvieron el senador Aureliano de Beruete y Larrinaga, de origen navarro, y de María de los Ángeles Moret y Quintana, de origen catalán. 

    Aunque se doctoró en Derecho en Madrid, se dedicó a la pintura, en la que sobresalió como paisajista. Su patrimonio, consolidado tras su enlace en 1875 con su prima María Teresa Moret y Remisa, nieta de banqueros, y retratada un año antes por Sorolla, le dio una total independencia. Como revelan su correspondencia y la misma dedicatoria del retrato ambos pintores tuvieron un trato cordial y frecuente. Dada su amplia y sólida formación humanística y la mayor edad que tenía con respecto a Sorolla, Beruete ejerció sin duda una notable influencia sobre su amigo, cuyo compromiso con los objetivos del regeneracionismo se debe, en buena parte, al ideario del paisajista, uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza. Además, por sus buenas relaciones sociales pudo introducir a Sorolla como pintor de retratos en los círculos de la nobleza y la alta burguesía madrileñas. 

    Beruete se retrató con la madurez de sus cincuenta y siete años, publicado ya su excelente libro sobre Velázquez cuatro años antes en París, y en un momento como artista en el que había comenzado a definir su estilo en su fase de mayor interés, a través de largas pinceladas de color puro. Aparece sentado en una butaca enfundada sobre su abrigo, con los guantes y con su sombrero de copa en la mano, como si acabara de entrar de la calle, en una pose de carácter momentáneo frecuente en los retratos de Sorolla. También lo es la actitud del modelo, sentado de perfil, con la cabeza vuelta hacia el espectador. Conseguía así una sensación de inmediata instantaneidad muy característica y, al tiempo, seguía rigurosamente la misma disposición que en el retrato de su esposa, pintado un año antes, del que es pareja. Con todo, la roseta de la Legión de honor que luce en la solapa y, sobre todo, la presencia de un paisaje sobre un caballete de campo, muestran que el artista incluyó con intención aspectos que ampliaran el mero reflejo físico de personalidad de Beruete. 

    El paisaje parece representar el puente de San Martín de Toledo, motivo que el retratado había tratado en diferentes óleos, entre ellos uno que había presentado a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1901. El pintor sintió por Toledo verdadera predilección y pintó allí a menudo ente 1875 y 1911, con frecuencia durante el mes de octubre. En su campaña de 1906 le acompañó Sorolla y quizá bajo la sugestión de los cuadros toledanos de su amigo, que volvió a ver en la amplia exposición organizada en su casa estudio tras su muerte, en 1912, regresaría el artista valenciano ese mismo año a aquella ciudad para pintarla de nuevo. La extraordinaria calidad colorista en la ajustada gama de grises y negros conviene muy bien a la refinada y sobria elegancia del retratado, presentado con la mayor naturalidad. Como señalaba el poeta Juan Ramón Jiménez cuando se expuso el retrato en 1904, la sombra de los viejos maestros no abandona a Sorolla y en sus retratos comprende la malicia de los ambientes engañosos que tuvieron El Greco y Goya; el de Beruete, decía, vale bien un retrato de Whistler. 

    La obra, que participó en diferentes exposiciones europeas, fue admirada en Londres en 1908 por Archer Milton Huntington, fundador de The Hispanic Society of América, que quiso adquirirla con destino a la iconoteca de españoles ilustres de su tiempo que proyectaba formar. Sorolla consultó entonces a Beruete, propietario del cuadro, que respondió, en carta fechada en Madrid el 16 de mayo de 1908, lo siguiente: Lo destino, con el de M. Teresa, y V. lo sabe, al Museo Moderno. Ya sé que V. me haría otro y que sería aún mejor que ya es, pero este lienzo tiene para mí un mérito inmenso: pertenece a una época que ya pasó; tiene algo que dudo pudiera darse en otro, aun cuando fuera mejor como arte. Ya V. sabe que desde que fue conocido obtuvo un éxito grande: ha sido la envidia de muchos. Todo ello hace que, con gran sentimiento por el interés hacia V., me haya visto privado de complacerle en esta ocasión. Beruete le propuso a Sorolla que hiciera en la propia exposición, ante el retrato, una réplica, pero el artista, de modo más acorde con su talante esencialmente naturalista, prefirió pintar un nuevo retrato de su amigo. Lo realizó sin demora en ese mismo año de 1908 y resultó, como preveía Beruete, muy distinto. 

    De todos modos, el retratado ofreció con generosidad la obra de 1902 a la exposición monográfica del artista que se celebró en Valencia en 1909 en la que, en efecto, figuró. En 1912, tras la muerte de Beruete, se colocó sobre un caballete, con el marco enguirnaldado, en la gran exposición de obras del artista que se realizó en las salas de los estudios de Sorolla en su casa de Madrid, cedidas por éste como tributo de cariño a la memoria de su antiguo amigo, según reza el final del catálogo editado para la ocasión. Aún tuvo presente Sorolla este retrato cuando hubo de representar su efigie en el cuadro de La Junta del Patronato de la Casa Museo del Greco en Toledo, de la que formaba parte Beruete junto con el propio Sorolla. Es significativo que en esta ocasión el artista representase a su amigo en la misma actitud con que lo había pintado en 1902, que juzgaría más esencial y suya que la del retrato de 1908. Hay algo en la desvanecida imagen del ya maduro caballero que evoca la elegancia de los retratos del Greco, cuya figura convocaba aquella destacada reunión, y no deja de ser significativo que el propio Sorolla parezca representarse en una postura parecida a la de Beruete, a cuya memoria asociaría la afectuosa amistad que les unió.


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