Castillo-palacio de Altamira en Elche

RUTA DE LOS CASTILLOS DEL VINALOPÓ

La primera referencia escrita de Elche procede del Pacto de Tudmir, del 713, entre el gobernador musulmán Abd al-Azīz y el noble visigodo Teodomiro. Esta población se identifica con La Alcudia, que quedaría deshabitada en el siglo VIII. La llegada de los musulmanes supuso la ocupación de ciudades y el establecimiento en alquerías o poblados fortificados. Este pudo ser el caso del yacimiento de la sierra del Castellar. Su carácter estratégico podría deberse al convulso final del califato y el advenimiento de las taifas. En todo caso, los primeros indicios de ocupación de la madīna se remontan a la segunda mitad del siglo X. Los baños y el resto de las edificaciones se edificaron en este momento y generaron, lo que hoy conocemos como el centro de la ciudad de Elche y que, con la llegada del poder almohade, a mediados del siglo XII, le permitió erigirse como uno de los principales centros urbanos de Sarq al-Andalus.


De estos primeros años de principios del siglo XI, proceden los restos de viviendas hallados en el palacio de Altamira. En el año 1147, el poeta ibn Bassīn copia un relato de 1061 de Muhammad ibn Muslin en el que se nombra Elche, definiéndola como un “campamento”, lo que hace pensar que ya tenía un recinto amurallado. Los datos arqueológicos confirman que, en el primer tercio del siglo XI, aparece ya construida la muralla, consistente en una cerca realizada con tapial sobre la arcilla base del terreno y provista de pequeñas torres.

En época almorávide, se produce una importante remodelación del sistema defensivo de la ciudad: se construye una torre exenta (denominada de homenaje), dos torreones en la muralla y una entrada en codo, junto a la torre del homenaje, que da paso a la medina desde el rio. La puerta estaba defendida desde el este por la torre, con un aljibe en su planta baja. Solo esta planta es islámica, ya que fue reconstruida con dos alturas más en época cristiana. En origen la torre debía de tener, veintisiete metros de altura. Desde ella se accedía a la parte superior de la puerta para el mejor control y defensa de la entrada en esta zona junto al río. Las torres se situaban en lugares estratégicos, inmediatas una serie de puertas: la Calahorra en la zona oriental, junto al camino de Alicante; la de Guardamar, en la zona sur, y la entrada desde el río, que se hacía por la puerta citada.

También en esta época se procedería a la construcción de una nueva línea de muralla que engloba la alineación anterior, mediante el relleno del espacio intermedio. En las excavaciones realizadas en las Cases de la Mare de Déu, se descubrieron setenta metros de muralla, que hoy se pueden observar desde el museo. Además, se descubrió, un foso paralelo a dicha muralla, con una anchura media de veintiún metros y una profundidad total cercana a los cinco metros y medio. Relacionada con el sistema de muralla y foso se encuentra la torre de la Cova, llamada así porque su consistente relleno interno de tierra fue horadado para construir una vivienda que estuvo habitada hasta los años sesenta del siglo XX. Debió de construirse en el mismo momento que la muralla.


En esos momentos, también se refuerza la muralla frente al camino de Alicante, adelantando la línea de muralla y englobando la anterior, que queda como lienzo trasero, formando una plataforma de considerable anchura (aproximadamente ocho metros). También en esta zona se documenta la existencia de foso y en ella se encuentra el elemento más destacado de la muralla: la torre de la Calahorra. En su lugar habría anteriormente, en época califal-taifal, un torreón sobre cuyos cimientos se alzaría la torre. Originariamente, era más alta, pero los terremotos de 1648 y 1829 derribaron dos alturas.

En la Baja Edad Media se sigue utilizando el mismo sistema defensivo, la puerta del río ya había sido inutilizada, anulación llevada a cabo en época almohade. Es una novedad entre la segunda mitad del siglo XIII y el siglo XIV, el alzado de una muralla de encofrado de cal y guijarros con una orientación norte-sur, que se adosa a la torre del Homenaje. Parece tratarse de un primer cerramiento de las defensas intramuros, origen del alcázar, ya reseñado en la documentación en los primeros años del siglo XIV. Se debe señalar que la presencia de la denominada torre del Duque en el interior de la muralla islámica podría explicarse si su cronología fuese bajomedieval y su erección fruto de la construcción del nuevo alcázar.

En estos años bajomedievales, el alcázar fue utilizado como residencia eventual de los titulares del señorío o como lugar de reunión del gobierno municipal; además de su función de vigilancia y defensiva, atestiguada por las disposiciones del municipio, que, en 1451, tras la toma de Molina (Murcia) por las huestes granadinas, ordenan la constitución de cuadrillas, una de ellas apostada en el alcázar. A lo largo de los años, la edificación sufriría importantes transformaciones. Una se produjo tras la entrega de la ciudad al noble castellano Gutierre de Cárdenas, Comendador de León, que recibió, en recompensa por su apoyo al casamiento de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, las villas de Elche y Crevillente, con sus términos y habitantes, dando lugar a la creación de un señorío, convertido en marquesado tras las Germanías, con una extensión similar a la actual comarca del Baix Vinalopó. La toma de posesión no se llevaría a efecto, por oposición de la villa a ser enajenada del patrimonio real, hasta 1481, cuando a los enviados de Cárdenas les fueron entregadas las llaves del alcázar y de la Calahorra.

Buena parte de la edificación que hoy observamos fue alzada en el siglo XVI: se recrece la torre del Homenaje y se construye lo que hoy podemos calificar como un castillo señorial gótico. Todo ello levantado en mampostería con las esquinas de sillería. La entrada se realizaba por un acceso, constituido por un arco gótico dovelado de medio punto. Hace pocos años se añadió a este acceso un escudo nobiliario de la segunda mitad del siglo XVIII, posiblemente de los Condes de Luna y, por lo tanto, extraño a la historia del castillo. En el suelo de acceso al palacio se ha colocado una moderna reproducción del rosetón central de un mosaico helenístico de La Alcudia.


El resultado de estas actuaciones es la conformación de un castillo señorial, constituido dentro de la villa amurallada como centro de poder del señorío, que también incluiría Aspe, desde su compra en 1497. Y es este carácter de representación del poder feudal el que se puso de manifiesto en las revueltas populares de las Germanías y en el denominado motín de Esquilache, conflictos ambos que suponen hitos de la lucha antiseñorial en Elche. Según Martín de Viciana, una de las primeras acciones de los agermanados ilicitanos fue la toma del alcázar del señor, al grito de “Viva el rey don Carlos y fuera Cárdenas y libertad”, facilitada por la huida del gobernador y del resto de funcionarios señoriales. Más de dos siglos después, Pedro Fernando de Ara, teniente coronel de ingenieros dirige una carta al conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla: “El lunes por la mañana hizieron ir a dicho alcalde al palacio -siempre con la turba-, a tomar posesión de él y de los papeles, en nombre del rey, teniendo todos las escopetas amartilladas por si havía resistencia. Pero este alcalde, que es muy hombre de bien y los va contemporizando para evitar desgracias, pudo conseguir de éstos el entrar solo a tomar dicha posehessión y las llaves y los papeles de la administración. Oy han picado las armas del duque en todas las puertas y han puesto las de su majestad de papel pintado, gritando viva el rey nuestro señor y fuera el duque de Arcos”.

Pero el señor raramente habitaría su castillo de Elche, ya que los Cárdenas tuvieron su residencia en el Castillo de Maqueda, y, posteriormente, tras la compra de Torrijos al cabildo de la catedral de Toledo en 1482, en dicha villa, donde se construyó su palacio residencia, hoy desaparecido. Hacia 1758 se realiza otra importante reforma en el alcázar, consistente en el alzado en la fachada sur de una casa señorial barroca, ocupando parte de la plaza preexistente. En ella se puede observar hoy en día el escudo de los condes de Altamira, familia que heredó el señorío al morir sin descendencia, en 1780, el último representante de la casa de Arcos. Durante todo este período, es difícil averiguar la forma interior del castillo, dado el sistemático proceso de destrucción a que fue sometida la fortaleza a partir del siglo XVIII. De las descripciones existentes se puede deducir la existencia de un conjunto arquitectónico centrado alrededor de un patio, al que se abrirían construcciones a una y dos alturas en los lados oeste, norte y este.

A finales del siglo XVIII, por las malas condiciones de las cárceles de la villa, se decide utilizar la torre del homenaje como cárcel, función que cumpliría hasta 1959, cuando el avanzado deterioro del edificio y el derrumbe del paso a la torre imposibilitaron seguir con este uso. En el archivo municipal se custodiaba un documento, fechado en 1860, en el que se informaba de que en la torre del Homenaje existía por esos años una dependencia para cárcel de mujeres y tres piezas para hombres, denominadas Pozo, “del Medio”. También en uno de los dos patios en que se hallaba dividido el patio de armas se encontraban tres calabozos, denominados la Pajera, de los Amigos y la Carbonera.

El palacio en 1829, albergaba la residencia del procurador, máxima autoridad en la administración del señorío, la oficina de cobranza de los tributos señoriales, la escribanía y el archivo señorial, la vivienda del alcaide y del caballero de la sierra, cuya misión era recorrer a caballo el término para proteger los montes y los pastos y evitar roturaciones sin permiso; así como grandes contenedores de almacenaje del aceite y del grano procedente de la parte que correspondía al señor en el diezmo eclesiástico.

Una serie de hechos propiciaron la desaparición de la administración señorial en Elche. En 1811 se decretó la abolición de los señoríos jurisdiccionales. A principios de 1812 se cesaba a los empleados del conde de Altamira. En 1835 se suprimió la Universitat de Sant Joan, bajo dependencia directa del señor. En estos años se irían anulando también todas las rentas señoriales. Por fin, en 1837, se abolía definitivamente el régimen señorial y en 1840 se suprimía el diezmo. Todos estos hechos llevarían a un desinterés creciente por el mantenimiento del palacio, lo que llevaría finalmente a su venta a un particular en 1897.


En 1908, al desprenderse piedras del remate de la torre del Homenaje, llevó a la eliminación de dicho remate, quedando la atalaya con un aspecto de torre desmochada. Tanto la corsera como los matacanes que observamos hoy en lo alto de la torre son de una actuación de los años ochenta del siglo XX. En 1913 el industrial ilicitano Diego Ferrández, montó en el actual patio de Armas, una factoría de tejidos para la industria alpargatera. Él mismo logrará restaurar el ruinoso alcázar, salvándole de una inmediata destrucción.

Por estos años, el palacio de Altamira se encontraba rodeado por el llamado barrio de “Filadors”, era una zona de casas populares y calles estrechas, que serían derruidas en los años sesenta del siglo XX en una gran operación urbanística, no exenta de un carácter especulativo, y que dio lugar a una nueva vía de comunicación que desembocaría en el puente de Altamira, abierto en 1968. Su denominación hacía referencia a la labor del hilado del cáñamo a la que se dedicaban buena parte de los vecinos.

La última intervención en el palacio ha permitido, conocer aspectos de la historia del edificio y de la ciudad. De este modo, además de la apertura del patio de armas y de la torre del homenaje, se ha dado uso a una puerta adintelada, situada en el paño norte de la construcción, posiblemente construida en el siglo XVII, y por la que actualmente se entra al palacio desde la Sección de Arqueología, situada ésta en una nueva construcción. Dicha puerta se encuentra en el área denominada “Traspalacio”, donde se puede apreciar un tramo de muralla islámica. También en este espacio se puede observar una canalización de agua, que salva el desnivel que quedaba delante de la muralla. El acueducto podría datar del siglo XVII, a tenor de la existencia de un pavimento de cal que enlaza con la línea inferior de la cimentación de la estructura, dejándola enterrada. Es decir, la canalización sería construida una vez el municipio dio permiso a los vecinos para ocupar el foso, considerado ya inútil, lo que sucedió en el último tercio del siglo citado. Posteriormente, la estructura se reutilizó como pared para una almazara o molino de aceite, que se edificó en este lugar hacia la segunda mitad del siglo XVIII.

Ya dentro del palacio, en la sala hoy dedicada al Elche islámico, se pueden observar dos brocales del gran aljibe que garantizaba el suministro a la fortaleza. Sus bocas tienen forma cilíndrica y rectangular respectivamente, con una media luna lateral, construidas en sillería. El aljibe, por su parte, está encofrado con cal y piedra y enlucido con argamasa de cal y presenta planta rectangular, dividida en tres naves separadas por arcos de medio punto. La alimentación se realizaba a través de canalillos a lo largo del palacio.

En estas salas podemos contemplar un fragmento del antiguo pavimento, realizado con guijarros de río, unidos con cal con una disposición de spicatum. La remodelación del antiguo edificio del museo ha dado lugar a las salas dedicadas al período de la historia ilicitana que abarca desde el periodo andalusí hasta la época contemporánea.

También se debe señalar que actualmente el patio de armas del palacio alberga la antigua cruz de término del camino de Alicante. Por la documentación del Archivo Histórico Municipal, sabemos que su construcción fue aprobada por el gobierno municipal el 21 de junio del año 1400. El fuste es de granito procedente de las ruinas de La Alcudia. En la base se alternan ángeles sosteniendo el antiguo escudo de la ciudad, con otros portadores de los símbolos de la pasión de Cristo.  En el anverso de la cruz aparece un Cristo crucificado y, a sus pies, la Virgen y San Juan; en los brazos dos ángeles portando el cáliz y otro, sobre el crucificado, portando el título, en el que, en su día, figuraría la inscripción Inri, hoy desaparecida. En el reverso, una Virgen coronada con el niño y a los lados Santa Catalina y Santa Bárbara, portando los atributos del martirio; sobre la Virgen y en los brazos, ángeles con instrumentos musicales.


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