La pérdida de Manila en 1762



Al fallecer el capitán general de Filipinas, el mariscal de campo don Manuel de Arandia, recayó el cargo interinamente en el arzobispo de Manila, don Manuel Alonso Rojo, que resultó ser un mal gobernante en tiempos de guerra. La guarnición de Manila se reducía a 550 hombres del Regimiento del Rey y 80 artilleros, que operaban con piezas anticuadas y de pequeño calibre. Las fuerzas navales se reducían a unas cuantas embarcaciones de remo y vela dedicadas a combatir a los piratas malayos. El pequeño Arsenal de Cavite apenas bastaba para mantenerlas, y reparar el gran mercante que cada año ponía en comunicación las islas con Acapulco.


Arsenal de Cavite

Filipinas se daba por protegida, basándose en su aislamiento. De hecho declarada la guerra, nueve meses después no había llegado la noticia. Las condiciones eran ideales para que los ingleses dieran allí un buen golpe. Y mira por donde, en Cantón se reponía de la campaña de la India, el coronel William Draper, que recogió toda la información necesaria de las defensas de Manila, y preparó un plan de ataque, que fue aprobado por el Almirantazgo.

Coronel William Draper

En realidad se necesitaba poco para la empresa, con 14 buques, entre navíos, fragatas y transporte, con el Regimiento núm. 79, un batallón de cipayos, indígenas, una compañía de artilleros, otra de ingenieros y varias de zapadores indígenas, se dirigieron a Manila, avistada el 22 de septiembre de 1762. La población ignorante de la declaración de guerra, pensó que era un convoy mercante.
    Los ingleses pensaron en atacar primero Cavite, pero en vista de las circunstancias, cambiaron de planes dirigiéndose a la desprevenida ciudad. Propusieron su rendición, cosa que no fue aceptada, comenzando el desembarco bajo el fuego de las fragatas. Ante la completa desorganización de los defensores, se apoderaron del Reducto del Polvorista y de las iglesias de San Juan, la Ermita y Santiago, que se encontraban extramuros. La noche del 24, 50 soldados europeos apoyados por 800 indígenas, al mando del oficial Fallet, suizo al servicio de España, intentaron desalojarlos, pero fue un rotundo fracaso.
    Nueva exigencia de rendición y nuevo rechazo. En vista de lo cual, los ingleses comenzaron sus trabajos de aproche y bombardeo, utilizando piezas de a 24 libras, demoliendo pronto varios reductos. En la mañana del 27, espontáneamente, un gran número de filipinos atacó las trincheras inglesas, defendidas por los cipayos, sembrando la confusión, pero la rápida intervención de fuerzas regulares, restableció la situación.
    Con la llegada de unos 2.000 milicianos de Pampanga, se planteó una nueva salida el 3 de octubre, contra la iglesia de Santiago y las trincheras de Malate y la Ermita, en un principio se consiguió tomar la iglesia, pero de nuevos las reservas británicas repelieron el ataque. El constante bombardeo inglés consiguió, el día 4, abrir brecha en el Baluarte de la Fundación. Se convocó a la junta de defensa, donde sorpresivamente, los militares votaron la capitulación, mientras que los civiles optaban por la defensa a ultranza. Mandaba la defensa de la brecha el suizo Fallet, pero al amanecer del día 5 el asalto inglés no encontró oposición. El arzobispo calló de rodillas ante los vencedores, que prometieron respetar la religión católica y a las leyes y autoridades locales, a cambio de la entrega de Cavite, de todas las armas y pertrechos y cuatro millones, a cambio de no destruir la ciudad, la cual ya había sido saqueada por los atacantes y los presos liberados.
    Parecía que los ingleses se podían quedar con toda la isla de Luzón, cosa que se evitó gracias a don Simón de Anda y Salazar, un magistrado civil que no contaba con medios. Fue tal su celo y energía, que en poco tiempo organizó un ejército de 8.000 hombres y 600 caballos, armados solamente con armas blancas, pero con los que consiguió aislar Manila del interior, impidiendo el abastecimiento y sometiendo a los atacantes a una durísima guerra de guerrillas. La ocupación inglesa quedaba reducida a la ciudad y al arsenal, aunque tenían el dominio del mar. Por una presa hecha en la bahía de Manila, se enteraron de que un rico mercante, el Filipino, llegaría al estrecho de San Bernardino. Para atraparlo enviaron el navío Panther y la fragata Argo. El 30 de octubre avistaron una vela que tomaron por el Filipino, pero este había burlado el cerco, en realidad se trataba del Santísima Trinidad, la nao que unía Filipinas con Acapulco, que había zarpado el 30 de agosto, pero desarbolado por una tempestad, había dado la vuelta. Primero le atacó el Argo, pero el galeón, a pesar de ir casi desarmado para acoger más mercancías, se defendió tan bien, que tuvo que aproximarse el Panther con sus 60 cañones de 24 y 18 libras, el Santísima Trinidad resistió aún otras dos horas antes de rendirse, con 1.700 impactos de cañón en su casco.
    Posiblemente, el mayor tesoro del que se apoderaron los ingleses, fueron las cartas y documentación acumulada desde el siglo XVI sobre el Pacífico. Así se enteraron de la existencia del estrecho de Torres, redescubierto por Cook en 1770, cuando hacía más de ciento cincuenta años que era conocido por los españoles. Aún hicieron otra formidable presa, se trataba de la fragata Hermiona, que zarpó de Lima sin noticias de la guerra, y se topó el 31 de mayo de 1762 con dos buques ingleses en el cabo de San Vicente, a los que se rindió. Su comandante fue juzgado por no haber defendido la carga y el buque como su deber exigía, siendo degradado y condenado a prisión.

Ramón Martín

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