La quema de conventos de mayo de 1931 en Madrid

La Segunda República Española, nació sin violencia, pero enseguida, lo vinieron a demostrar que, aquella tranquilidad del 14 de abril de 1931, no fue sino el remanso que precede a una catarata.




La quema de conventos de mayo de 1931 en Madrid

            Esa catarata se hizo realidad con multitud de desórdenes políticos y populares. Muestra de los cuales destacaron: la abortada rebelión de Maciá y los múltiples excesos durante la liberación de presos comunistas. Pero estos disturbios iniciales fueron interpretados, benévolamente, como una muestra de alegría ante el nacimiento del nuevo orden político.

            No sucedió lo mismo con la locura incendiaria que se desparramó por las calles españolas desde la noche del 11 de mayo.

Arde el Convento de Maravillas en la calle Bravo Murillo

            El pretexto fue una pretendida provocación de los asistentes a la inauguración del Círculo Monárquico. Por las calles corrió la noticia de que Luca de Tena y algunos compañeros monárquicos, habían apaleado a un taxista; lo que provocó el asalto al edificio de “ABC” y la residencia de los jesuitas en la calle de la Flor. José Antonio Balbontín, arengó a las turbas desde Gobernación, mientras que los ministros, que estaban reunidos, en el mismo edificio, se negaron a emplear la fuerza pública. Parece ser que, Maura previó el peligro de incendio general.

            Desde los pisos altos de Madrid, empezaron a verse el humo de los incendios. Posteriormente un comunicado oficial, admitiría la destrucción de seis edificios religiosos. La fuerza pública y los bomberos recibieron órdenes de no intervenir. Mientras que el gobierno continuaba con esa pasividad, los incendios se fueron extendiendo a toda España.

            Un año después, el 10 de enero de 1932, Miguel Maura, máximo responsable del orden público, desde su cargo de Ministro de la Gobernación, haría las siguientes declaraciones: “El lunes 11 de mayo, llamé a los ministros, para rogarles que me dejaran utilizar la Guardia Civil. Todos me emplazan a la reunión que tendrá lugar a las diez, y que hasta esa hora no se haga nada. A las diez, reunidos en Presidencia, vuelvo a plantear el problema, y siguen negándose a que se utilice la fuerza pública. Llega la noticia de la quema del convento de la calle de la Flor, y entonces pido que salga la Guardia Civil y controle la situación con la máxima energía. La mayoría del gobierno se opuso, por lo que, en aquel mismo instante presente mi dimisión que, no fue aceptada”.

            La reacción de las capas sociales moderadas fue unánime. Los intelectuales del grupo Al Servicio de la República, condenaron duramente la salvajada. A causa de la cual, el 11 de mayo se quemaron más de una docena de iglesias, junto a las cuales ardieron millares de ilusiones y casi toda la esperanza. Había sido el primer fracaso de la joven República, consecuencia grave para España.

            Los arzobispos españoles protestaron en una carta conjunta, enviada desde Roma, por la marea antirreligiosa, de la que culpaban al gobierno. La reacción de el gobierno no se hizo esperar, materializada en la inmediata expulsión de España, del arzobispo de Toledo, cardenal Segura, quién poco después renunció a su diócesis.

Iglesia de San Cayetano


La iglesia de San Millán y San Cayetano

            Lo más preocupante, no fue, lo ocurrido entre el 11 y el 12 de mayo, lo peor vendría dos meses después, una vez que se produjera el alzamiento militar. Fue entonces cuando afloraron los rencores, las venganzas, en una ciudad dividida, cuya población estaba en unos casos a favor y en otros en contra, y donde estos últimos a su vez se diversificaban en diversas actitudes: unos pretendían hacer la revolución, mientras otros optaban por el más puro anarquismo. Una situación en la que los líderes de esa joven República, no supieron estar a la altura, sin considerar que se enfrentaban a una maquinaria militar que quería costara lo que costara hacerse con el poder.


            Una de las iglesias que fueron pasto de las llamas fue la de San Millán y San Cayetano, conocida popularmente en el barrio por este último Santo. Una iglesia de la que yo, como muchos madrileños, estoy encariñado. La construcción de la iglesia se inició en 1669, bajo la dirección del arquitecto Marcos López, aunque es más que probable que, las obras fueran posteriormente continuadas por José de Churriguera y Pedro de Ribera, cuyos restos reposan en el templo. Sin embargo, la Iglesia no fue terminada hasta el año 1761, ya bajo cargo del arquitecto Francisco de Moradillo.

            La planta es de cruz griega, y consta de tres naves y cuatro capillas cerradas con sus correspondientes cúpulas. La fachada fue construida en granito, esta compuesta por ocho pilastras rematadas con capiteles de orden compuesto. Sobre los arcos de la fachada, en los nichos allí existentes, se colocaron las estatuas de San Cayetano, de Nuestra Señora del Favor, y de San Andrés Avelino, realizados por Pedro Alonso de los Ríos.

Calle Embajadores, al fondo arde San Cayetano

            La iglesia fue incendiada el 19 de julio de 1936, sufriendo grandes perdidas: las torres chapiteles originales, pero también en el interior se perdieron, para siempre, los lienzos y retablos. De hecho parece imposible que se mantuviera en pie, fue Fernando Chueca Goitia, quién evitó su hundimiento. 
           

Las fuentes e imágenes utilizadas proceden de diversas publicaciones, tanto escritas como publicadas en la red.

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