La Leyenda del Soldado
La actual calle de Barbieri se llamó antes “calle del Soldado” en recuerdo de una terrible historia que aquí sucedió.
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Calle del Soldado en el plano de Texeira |
Doña María de Castilla, dama de alta posición y abundantes riquezas, tenía una hija muy hermosa y en edad de merecer. La joven se llamaba Almudena Gontili. Un soldado de las guardias españolas, se enamoró profundamente de ella, la primera vez que la vio y, sin dejar pasar el tiempo, la pretendió como esposa. Se dice que en este enamoramiento repentino, también influyó, la importante dote que aportaría la muchacha al matrimonio. Pero no entraba entre los planes de Almudena la boda, ya que, siguiendo su vocación religiosa, la joven entraría en breve en el convento del Caballero de Gracia.
El soldado, lejos de desanimarse ante el rechazo, se acercaba cada día hasta su casa y, mientras esperaba para verla al menos unos minutos, intentaba nuevas artimañas para conseguir su corazón.
Se cuenta que un día, recurrió el militar a un amigo pintor, e hizo que le retratara en uniforme de gala, en un pilar del convento en el que muy pronto ingresaría la joven, y que se encontraba muy cerca de su casa, de manera que cada vez que saliera Almudena para asistir a misa, le viera sin remedio de frente y, así, pensara en él.
Pero, pese a todos sus intentos, no encontró en la joven, el más mínimo cambio que mantuviera viva su esperanza. Humillado y hundido, decidió el soldado, que prefería verla muerta que lejos de él y resolvió asesinarla, preparando una venganza, no solo contra ella, sino también contra aquello que le robaba su amor.
Conocía cada paso de la joven y sabía que, solo abandonaba su casa, para acudir a la iglesia. Eligió el último día que permanecería Almudena, fuera del convento. Buscó la hora propicia en la que las calles estuvieran vacías y la esperó a la salida del templo para realizar el sangriento plan que había concebido.
De un solo golpe, dejó en el suelo a la muchacha, pero esto no era suficiente para el asesino que cortó la cabeza de su víctima y, metiéndola en un saco, la llevó hasta el convento. Allí, llamó por el torno y, cuando fue atendido, dijo a la religiosa que traía un donativo de la joven que ingresaría allí el día siguiente, dejó el saco en el torno y, escondiéndose de las miradas de los pocos que pasaban, escapó a la carrera en cuanto la monja lo recogió.
La tornera mayor, sor Isabel de San Agustín, tomó el pesado paquete, pero, al comprobar que estaba empapado de sangre, lo dejó caer en el suelo y corrió a avisar al resto de las monjas que formaban la comunidad. Se reunieron todas en la sala, temiendo descubrir el contenido del saco. Una de ellas se atrevió, por fin, a averiguar el misterio y, las religiosas vieron con terror, como sacaba la cabeza ensangrentada.
Cuenta la tradición, que tenía los ojos entreabiertos y que, con voz débil, dijo a la abadesa: “¡Madre…!, mientras dejaba caer una lágrima. Luego, miró hacia arriba y sus ojos se cerraron para siempre.
Mientras tanto, el asesino vagaba desconcertado por las calles, con las manos y el traje manchados de la sangre. Unos soldados que paseaban se sorprendieron al verle y, aunque no se tenía conocimiento del crimen, sospecharon y le llevaron hasta el cuartel. Ante sus superiores, no tardo en confesar el asesinato que ya se empezaba a comentar por los alrededores del convento.
El soldado fue encerrado en un calabozo hasta ser entregado a la justicia ordinaria, que le condenó a la pena máxima. Se dice que se negó a recibir confesión, convencido de que su delito era demasiado grave para obtener el perdón divino y prefería esperar el castigo, y que, solo en el último momento, cuando estaba a punto de salir para cumplir con la justicia humana, tuvo una visión y pidió la presencia de un sacerdote.
Se cumplió la sentencia en la plaza Mayor y, una vez ejecutado, se le mutiló una mano que, clavada en un palo, se colocó en el lugar del asesinato.
Almudena fue enterrada con el hábito que iba a tomar y, cuenta la tradición, que se apareció ante tres religiosas de la Orden del Caballero de Gracia con la frente adornada por guirnaldas y feliz por haber renunciado a un amor profano y ofrecido su amor y su juventud a Dios.
FUENTE. LEYENDAS DE MADRID, Mentidero de la Villa, de Reyes García y Ana María Écija. Edición Madrid de Bolsillo, Ediciones La Librería
Ramón Martín
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