Los amantes de Teruel de Antonio Muñoz Degrain


Realizado en 1884. Es un óleo sobre lienzo de 330 X 516 cm. 

    Esta famosísima obra es probablemente una de las más hermosas páginas de toda la pintura española de historia, envuelta además en la procedencia literaria de su legendario argumento, que Muñoz Degrain interpreta con la exaltación pictórica de su personal estilo, acorde con el romanticismo apasionado de un tema tan próximo al espíritu decimonónico, clave fundamental del enorme éxito que el cuadro obtuvo en su tiempo. Pintado en 1884, fue premiado con una 1ª medalla en la Exposición Nacional de ese año. En él se relata el amor imposible de doña Isabel de Segura con el empobrecido noble don Diego Juan Martínez de Marsilla allá por el año de 1212; la inútil espera de la enamorada, durante cinco años, del regreso de su caballero, alejado en busca de fortuna; el desventurado matrimonio de la doncella con don Rodrigo de Azara, impuesto por su padre, y el trágico final de ambos amantes. 

    La historia inspiró pronto romances populares y gran cantidad de obras literarias que culminaron en la más conocida de ellas, el célebre drama en verso de Hartzenbusch, estrenado en 1837, sirviendo asimismo de argumento para varios lienzos de historia decimonónicos, aunque todos ellos a enorme distancia de esta soberbia obra maestra pintada por Muñoz Degrain. Así, en el oscuro interior de la iglesia turolense de San Pedro yace el cuerpo sin vida de Diego de Marsilla, amortajado con el traje de guerrero con el que había regresado de su viaje en pos de riquezas. Está colocado en un sencillo féretro sobre un vistoso catafalco de bronce dorado, adornado con águilas, mascarones y leones, recorrido en su base por la leyenda VIVA EL NOME E MORA EL OME, y cubierto con rosas y coronas de laurel como homenaje a los triunfos y glorias del caballero. Sobre su pecho reposa la cabeza de su amada Isabel, que acaba de exhalar su último suspiro tras besar los labios de su eterno e imposible amor. Vestida todavía con los lujosos ropajes de sus recientes desposorios, junto a ella puede verse en el suelo un candelero con su velón humeante, volcado por la desesperada novia al precipitarse sobre el cadáver de su infortunado amor. Los dos amantes, unidos al fin por la muerte, son contemplados con curiosidad y ternura por dos dueñas que se acercan al féretro y por el resto del cortejo fúnebre que vela el cadáver en el interior de la iglesia, apenas distinguibles en la tenue penumbra que deja pasar el velo que cubre un gran ventanal del templo, apenas iluminado por una lámpara de aceite, al pie del ataúd, y un cirio sobre el altar en que reza el oficiante, que se vuelve bruscamente para contemplar la escena. 

    A pesar de ser una de las escasas incursiones en el género histórico del valenciano Antonio Muñoz Degrain, dedicado fundamentalmente a la pintura de paisaje, esta bellísima pintura supuso, sin embargo, además de una de las más grandes cumbres del género, una importante novedad estética en la pintura de historia, interpretada por este artista con la exuberancia expresionista de la materia pictórica y la exaltada visión de su colorido, rebosante de la luz mediterránea, aunque contenido aquí en su dibujo por las exigencias descriptivas de este tipo de argumentos. 

    La escena, tomada desde un punto de vista oblicuo al espectador para acentuar su profundidad espacial, aparece fuertemente iluminada en su primer término, en el que se destacan con claridad los protagonistas de la composición, centrándose en ellos toda la intensidad dramática de su trágico final, arrebatadoramente sugerente y rebosante de un romanticismo verdadero e intemporal. Sus figuras están resueltas con una factura jugosa y amplia, de toques enérgicos y empastados, con pinceladas de colores puros superpuestos, de inusitada soltura, con la que no obstante consigue traducir espléndidamente las calidades brillantes del raso, la transparencia del velo de la novia, los terciopelos de las plañideras, la gruesa alfombra ajada o la fría lisura de los metales, verdadera especialidad del pintor. 


FUENTE: Museo de El Prado

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