La Sierra de las Agujas, tomada desde la loma del Cavall-Bernat de Antonio Muñoz Degrain


Realizado en 1864. Es un óleo sobre lienzo de 144 X 217 cm. 

    La loma del Cavall-Bernat y la sierra de las Agujas están situadas junto a la población de Tavernes de la Valldigna, al sur de la provincia de Valencia. Presentado por el artista a la Exposición Nacional de 1864, en la que obtiene la 3ª medalla, junto a los lienzos titulados País después de una tormenta y Vista del Valle de la Murta (Alcira), se trata del primer gran cuadro de paisaje realizado por Muñoz Degrain en su juventud, que testimonia ya su predilección por este género, así como las líneas más personales de su producción paisajística madura, del que su Paisaje del Pardo al disiparse la niebla, pintado tan solo dos años después, puede considerarse la obra maestra de esta etapa de su carrera. 

    Concebido con la espectacularidad de una vista panorámica, este bellísimo lienzo supone ya, en estos años, un auténtico revulsivo en el panorama del paisaje español, que empieza a despertar entonces al realismo de raíz centroeuropea introducido en España por el belga Carlos de Haes. A diferencia de las tonalidades pardas y ocres que caracterizan el paisaje realista español de los años sesenta, Muñoz Degrain se atreve ya con una paleta de azules y malvas subidos, aplicados en suaves transparencias superpuestas, que anuncian la exaltación cromática que será tan definitoria de su estilo, y que no será asumida por el resto de los pintores españoles hasta casi el cambio de siglo. 

    Representa un paraje de la escarpada Sierra de las Agujas, en los alrededores de Corbera, Valencia, cuyos picos se recortan ante un cielo extremadamente claro, en contraste con la oscuridad de las montañas, modeladas con indiscutible habilidad en el manejo del claroscuro, desde los primeros planos, de factura enérgica y empastada, hasta las últimas cumbres, de textura mucho más diluida, que se difuminan en la lejanía. A diferencia de la mayoría de los paisajes posteriores, el artista rehúsa en esta ocasión a introducir figuras de personajes o animales que puedan disturbar al espectador de la serena contemplación del paisaje, subrayando así la grandiosidad imponente de la propia Naturaleza, dentro de un espíritu de evidentes ecos románticos que conservará el pintor hasta su muerte. 


FUENTE: Museo de El Prado

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