Muhammad I, Emir de Córdoba desde el 852 al 886



Hemos llegado al 852, y aquí vamos a conocer al quinto monarca omeya de al-Ándalus, Muhammad I, que era hijo de Abderramán II y de una esclava apodada Buhayr, aunque de su crianza se encargará Al-Shifa.

La ciudad seguía agitada por la rebelión de una parte del clero y los cristianos. De nuevo se alzaron crucificados a orillas del Guadalquivir, frente al Alcázar. Hubo un intento de resolver el problema de forma diplomática, Muhammad concedió la libertad al presbítero Eulogio, pero no esto no sirvió de nada. Entonces el monarca hizo demoler el monasterio de Tábanos, centro de propaganda de los amotinados. Por último, en 859, Muhammad I, puso en prisión a Eulogio, y le hizo comparecer ante el cadí. Condenado a ser decapitado, la sentencia se cumplió el 11 de marzo de ese mismo año. Desde entonces el ardor de los mozárabes se fue apagando.

Continuador en todo de la obra de su padre, dio fin a la ampliación de la Mezquita de Córdoba. También realizó importantes reformas en el viejo alcázar del emirato, amplió con un nuevo salón en la almunia de al-Rusafa, y deseoso de nuevas construcciones, construyó un bello alcázar en la almunia de Quintos.

La identificación de la maqbarat Bab al-Yahud (almacabra de la puerta de los judíos) es una realidad, gracias a las excavaciones realizadas cerca de dicha puerta. Dicha judería y cementerio pervivían a finales del siglo X.

El jueves, 22 de sawwal del año 267 (26 de mayo de 881), tuvo lugar en al-Ándalus, un terremoto de gran intensidad. Los palacios se desplomaron, cayeron montañas y rocas y la gente huyó de las ciudades al campo.

Todo el arrabal de la almunia de al-Rusafa, no estaba muy poblado, y sus alrededores eran un lugar delicioso para pasear, pues las viviendas estaban alejadas de la misma almunia. Hay una anécdota al respecto: Había salido un día el imán Muhammad a pasear por la al-Rusafa y le comento su visir Hasim b Abd al-Aziz: “Emir, ¡qué maravilloso sería el mundo si no fuera por la muerte!”. A lo que Muhammad le replicó: “¡La muerte es lo mejor que tiene! ¿Disfrutaríamos del poder que tenemos, si no fuera por ella? Si vivieran nuestros antecesores, ¿cómo habríamos podido alcanzar el trono?” Al regresar de ese paseo, tuvo un acceso de fiebre y murió, contaba sesenta años.

El fallecimiento tuvo lugar la noche del jueves penúltima de safar del año 273 (4 de agosto de 886), y fue enterrado en el alcázar de Córdoba. Había reinado durante treinta y cuatro años, diez meses y veinte días.



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