Íñigo Arista

Según la historiografía tradicional, se sabe, que Íñigo Arista fue el primer caudillo con nombre conocido, de las poblaciones cristianas ubicadas en la región de Pamplona, es decir, el territorio comprendido entre el eje de la cordillera pirenaica y los rebordes y somontanos meridionales de sus sierras exteriores, algo más de la mitad septentrional de la actual Navarra. 

Los textos árabes lo distinguen con los títulos de príncipe amir, conde qumis o señor sahib de las tierras de Pamplona y, en ciertos casos, de los Bashkunish o Vascones, arcaísmo con el que se hacía referencia a la singular pervivencia del sedimento lingüístico primitivo entre la masa de población campesina. En dichos textos se le identifica con el nombre de Enneco o Íñigo al que las Genealogías de Roda añaden el sobrenombre de Arista. Algún otro texto árabe lo denomina Wannaqo ben Wannaqo, equivalente a Íñigo Íñiguez, pero en este caso el patronímico puede referirse al linaje y no precisamente al progenitor. 

Sin rigor suficiente, se le han atribuido diversos lugares de origen, como el condado francés de Bigorra, o bien las poblaciones navarras de Viguria (valle de Guesálaz) y Aristu (valle de Urraul Alto), propuestas por autores recientes. De lo que no hay duda, es que era oriundo de tierras pamplonesas. 

Los autores árabes acreditan, que su madre se llamaba Onneca y que esta misma en otras nupcias, había engendrado a Muza b. Muza, magnate muladí radicado en las riberas navarras del Ebro. Desvelan también el nombre de un hermano suyo llamado Fortún, pero se sigue ignorando el nombre de su mujer o mujeres y constan, en cambio, los de sus hijos, García, Galindo y Assona y se tiene noticia de otra hija anónima. 

El único testimonio hispano-cristiano fehaciente, las Genealogías, precisa, sin ninguna fecha, el nombre y algunos datos político-familiares. Íñigo, apodado Arista fue padre de García I Íñiguez, su sucesor, y a su hija Assona, a la que casó con Muza b. Musa, señor de Borja y Terreros, de la estirpe de los Banu Qasi, descendientes del conde hispano-godo Casio, que se había convertido al Islam. Otra de sus hijas de nombre desconocido fue entregada como esposa a García I el Malo, un hijo de Galindo Belascotenes que, tras repudiar a Matrona, hija de Aznar I Galindo, con ayuda de Íñigo y de Muza b. Muza, había expulsado al mismo Aznar I Galindo de su condado de Aragón obligándole a acogerse al amparo del monarca franco que, como se sabe, le encomendó el gobierno del condado pirenaico oriental de Urgel-Cerdaña. 

Al parecer Íñigo, representaba a la facción aristocrática de la continuidad del régimen implantado en el condado hispano-godo de Pamplona desde los primeros años de la dominación árabe en la cuenca de Ebro, hacia los años 714-717. El magnate titular de tal distrito habría capitulado, convirtiéndolo así en una especie de protectorado. A cambio de un tributo anual y el compromiso de lealtad ante terceros, quedaban intactas sus tradiciones socio-jurídicas, religiosas y culturales y un gobierno local. 

Aparte de la fugaz ocupación de Pamplona con la frustrada expedición de Carlomagno en el 778, la Monarquía franca durante la década (806-816) logró dominar la vertiente navarra del Pirineo y organizar un condado semejante a los formados poco antes en el sector catalán de la misma cordillera. La inmediata reacción armada del emir cordobés restableció el sistema anterior de protectorado sobre Pamplona, de donde fue expulsado el conde de obediencia franco-carolingia Velasco al Yalashqi. Este sería sustituido por un miembro de la nobleza local proclive al entendimiento con los musulmanes, quizá ya Íñigo Arista que, según los mismos textos y como se ha apuntado, era hermano uterino del citado Muza b. Muza y casado además con su hija Assona. En realidad, Íñigo Arista entra en el horizonte histórico de los analistas árabes poco antes de mediar el s. IX por su cooperación en las maniobras de insubordinación que, ante el régimen musulmán de Córdoba, iba a capitalizar Muza b. Muza en su ambiciosa y brillante carrera política. 

Se había producido un conato de insurrección, cuando el emir Abderramán II se adentró a sangre y fuego por las tierras pamplonesas, entre los años 842 y 843, alcanzando la recóndita guarida de Peña de Qays, situada cerca del curso del río Araquil. Se vieron obligados entonces a pedir la paz tanto Muza b. Muza como Íñigo Arista que conservó su señorío pamplonés a cambio de devolver a los cautivos que retenía y comprometerse a abonar la suma anual de 700 dinares, importe del tributo debido desde tiempos anteriores. También figuraba entre los así sometidos un cabecilla altoaragonés, el hijo de García el Sirtaní, b. Garsiya al Sirtan, muy probablemente hijo y sucesor de García I el Malo, jerarca de los Sirtaniyum, localizados hacia el sector pirenaico que iba a configurar el condado de Aragón. 

La paz acordada resultó efímera, pues al cabo de un año, el monarca cordobés tuvo que volver a atacar y batir ahora en campo abierto a las tropas reunidas de nuevo por Muza e Íñigo. El primero, descabalgado, pudo huir a pie, y el segundo logró escapar herido a uña de caballo junto con su hijo García I Íñiguez, quedando tendidos sobre el campo de batalla, su hermano Fortún, el mejor caballero de Pamplona, y a más de un centenar de sus caballeros, mientras que Velasco Garcés, hijo del mencionado García I el Malo, se pasó al emir con sesenta de sus hombres. 

Con esto se produjo en la zona altoaragonesa un vacío de poder que pudo aprovechar el conde Galindo Aznar I, para instalarse en los antiguos dominios de su padre Aznar I Galindo. El año siguiente también se iba a pasar a los musulmanes el citado Galindo Íñiguez, hijo del propio Íñigo. 

La rápida sucesión de revueltas y claudicaciones en las que luego estuvo implicado Íñigo Arista, incluidas hasta el año 850 al menos otras tres incursiones de las huestes cordobesas por los dominios pamploneses, benefició en definitiva a su hermano de madre Muza b. Muza, protagonista de una política cambiante que le había valido ser confirmado como valí de Arnedo (La Rioja) en un breve intervalo de reconciliación con el gobierno cordobés y tras haberse desplazado a tierras sevillanas para colaborar en la expulsión de los piratas normandos, en el año 844. 

Íñigo murió en el año de la hégira 237, es decir, en el 851/852, siendo sucedido por su hijo García I Íñiguez.


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