Convento de Santo Domingo el Real en Madrid



Caminando por la calle de Diego de León, entre esta y la de General Oraá, nos encontraremos con el Convento de Santo Domingo el Real, que debe su nombre a Santo Domingo de Guzmán, ya que éste, a comienzos del siglo XIII, promovió su fundación, aunque su actual ubicación data de 1870, cuando se traslado a las monjas del primitivo solar que se encontraba en la cima de la cuesta del mismo nombre. 

En 1218 comenzó la construcción, de la mano de fray Pedro Madín, que había llegado a Madrid desde el convento de San Ramón de Tolosa, en los terrenos que el concejo de Madrid había puesto a su disposición, en unos terrenos situados extramuros de la puerta de Valnadú. En un principio fue fundado para religiosos, pasando posteriormente a las religiosas dominicas. 

La creación de este monasterio fue muy bien acogida, los madrileños colaboraron con sus limosnas, y los monarcas participaron con donativos, pinturas y objetos de arte. En el monasterio se conserva aún, la pila en que recibió el bautismo Santo Domingo, que fue entregada al monasterio por Fernando III el Santo, tras la canonización de Santo Domingo de Guzmán, y que se encontraba, hasta entonces en el castillo de los Guzmanes. Fernando IV otorgó al convento el título de Real, destinando la pila bautismal a los bautizos reales. 

Aquí yacen los restos de Pedro I de Castilla, su hijo don Juan y su nieta doña Constanza. Así mismo estuvieron los del príncipe don Carlos, hijo de Felipe II, hasta su posterior traslado a El Escorial. 

En la época de su fundación, se cuenta que Santo Domingo, ante la carencia de agua, mandó abrir un pozo en la huerta que le rodeaba. Se atribuyeron a las aguas, poderes milagrosos, siendo lugar de peregrinación común de los madrileños. Actualmente, descansa, olvidado, con un nuevo brocal, en el número 3 de la calle de Campomanes, en una casa particular. 


Durante los disturbios ocurridos en el siglo XVI, durante la guerra de las Comunidades, estuvo a punto de desaparecer el convento, ya que en el se encontraban refugiadas varias señoras principales de la villa. 

Don Lope Barrientos, obispo de Cuenca y fraile de Santo Domingo, siguiendo el mandato del rey Juan II, quemó en el claustro los libros y manuscritos de ciencia, literatura y astronomía de don Enrique de Villena, maestre de Calatrava, al fallecimiento de éste, que al ser considerado hechicero, fue condenado a la hoguera. 

Otro hecho singular ocurrió en el convento. Don Juan de Castilla, un noble caballero que vivía en una finca cercana, tuvo que ausentarse durante unos meses para arreglar importantes asuntos. Dejó a su mujer, María Cárdenas, que sufría de desmayos y estados de inconsciencia, al cuidado de un joven médico. A los días sufrió una recaída que la postró en la cama. Las doncellas que la cuidaban, pensaron en un primer momento, que era uno de sus desmayos, pero al pasar el tiempo y no recobrar el sentido, decidieron avisar al médico. Tras el conocimiento, el diagnostico fue que doña María había muerto súbitamente. 

En ausencia del marido, pero siguiendo sus disposiciones, se le dio sepultura en las bóvedas de la capilla del monasterio de Santo Domingo. Al día siguiente, cuando las monjas fueron a rezar maitines, comenzaron a escuchar, con gran alarma, gemidos y lamentaciones. 

Meses después regresó don Juan de Castilla a Madrid, y lo primero que hizo fue acercarse a la bóveda del convento, para rezar junto a la sepultura de su esposa. Más al abrir la puerta que sellaba la entrada, enmudeció aterrorizado. La sepultura estaba abierta y el cuerpo de doña María aparecía postrado de rodillas y con la mortaja desgarrada. ¡La habían enterrado viva! 

Recibió, de nuevo, cristiana sepultura. Al poco tiempo, murió don Juan de Castilla, aquejado de la más horrible de las dolencias, el recuerdo de su amada esposa y su catalepsia.


FUENTES: Reyes García y Ana María Écija

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