Egipto: El misterio de las pirámides


Recientemente se hallaron anomalías térmicas en las pirámides de Egipto, algo que ha vuelto a reabrir un enigma del que, aunque sabemos muchas cosas, aún quedan algunas preguntas por responder. 

En mitad de la gran meseta de Guiza se encuentra su Gran Pirámide, la única de las siete maravillas del mundo que aún sobreviven. Su geométrica forma y majestuoso tamaño siguen sorprendido a todos los habitantes de este planeta, a pesar de que, poco a poco, se han ido respondiendo gran parte de las preguntas que la rodeaban. Hoy en día sabemos que su función era funeraria, y que en su interior se albergaron los cuerpos de los faraones Keops, Kefrén y Micerino, pertenecientes a la cuarta dinastía que se desarrolló entre el siglo XXVII y el XXVI a.C. También, que probablemente fue construida gracias a mojar el suelo para que los bloques de piedra pudiesen resbalar más fácilmente. 

Durante milenios han sido objeto de una gran especulación, en muchos casos disparatada. Su grandiosidad es terreno abonado para las explicaciones a ratos ingenuas, a rato interesadas. Recientemente ha circulado en Estados Unidos un vídeo de 1998 en el que el candidato a la presidencia Ben Carson afirmaba que, a pesar de lo que ha dicho la ciencia, las pirámides son “el granero de José”, el hijo del patriarca Jacob, que erigió las pirámides para guardar el grano durante los años de hambruna que asolaron Egipto. El hecho de que Egipto sea uno de los escenarios más recurrente en la Biblia ha llevado a que muchos de los hermeneutas hayan buscado explicaciones vinculadas con los textos sagrados. Por ello, es fácil caer en la tentación de pensar que esos grandes edificios debían ser a la fuerza el granero de José. Esta teoría se remonta al siglo VI, cuando Gregorio de Tour escribió la “Historia de los francos” (eran amplios en su base y estrechos en la parte de arriba para que el trigo pudiese ser arrojado dentro a través de una pequeña abertura). A lo largo de la Edad Media, las visitas a Egipto fueron frecuentes por parte de los cruzados, y la guía de viajes de Juan de Mandeville ya reconocía que “hay quien dice que eran tumbas para los grandes señores de la antigüedad”, este argumentaba que, de ser eso cierto, “no estarían vacías ni tendrían entradas ni serían tan grandes y altas”. Efectivamente, la monumentalidad de la construcción no cuadraba con los enterramientos cristianos. 


La otra versión religiosa tiene como protagonista a Noé que, no satisfecho con haber construido un arca para salvar a todas las especies animales, se remangó para construir las pirámides una vez tocó tierra. La lógica es aplastante: “el que construyó el arca fue, entre todos los hombres, el único competente para dirigir la construcción de la Gran Pirámide”, y se llegó a afirmar que las pirámides eran un repositorio del conocimiento matemático divino. 

Ya Herodoto, el gran historiador griego, había escrito su propio retrato de las pirámides, que hasta el siglo XX fue considerado como uno de los más fiables hasta que los historiadores se dieron cuenta de que había ciertas cosas, como su descripción del proceso de momificación, de dudoso rigor científico. Durante siglos, y hasta nuestros días, las explicaciones religiosas han convivido con otras más seculares pero con implicaciones más peliagudas. 

Entre las teorías de la conspiración destaca la de Ignatius Loyola Donnelly, un congresista de Minnesota que, en un alarde de diletantismo, defendió que en realidad, Egipto no era más que la primera colonia de los atlantes. Según su teoría, estos habrían establecido réplicas de sus grandes ciudades por todo el mundo antes de que su civilización fuese tragada por las aguas. Otro ejemplo serían las pirámides de Mesoamérica aunque, hay muchas razones para dejar de comparar unas y otras. No sólo la ausencia de escaleras y templos en las cúspides de las pirámides egipcias, sus métodos de construcción o su función sino especialmente que la mayor parte de los edificios mesoamericanos fueron construidos al menos un milenio más tarde que aquellos. 

A medida que pasan los años y llegamos al siglo XX, las explicaciones sobre la pirámide empiezan a virar hacia la ciencia ficción, llegándose a sugerir que los constructores hubiesen sido capaces de diseñar un sistema para hacer levitar los bloques de piedra, quizá a través de vibraciones sónicas que habrían permitido levantar las rocas hasta la altura de 146 metros que tiene la mayor pirámide. Más razonable, aunque también haya sido descartada, es la teoría de la correlación de Orión formulada por primera vez por Robert Bauval y Adrian Gilbert, a principios de los 90. Esta señala que existe una correlación entre el emplazamiento de las tres pirámides de Guiza y las tres estrellas de la constelación de Orión, lo que les llevaba a argumentar que su construcción tenía la función simbólica de conducir a los faraones a la vida en las estrellas después de la muerte. Pero ni el plano de las pirámides cuadra con las estrellas del cielo, salvo que le demos la vuelta, ni ambas formas se encuentran alineadas, con una diferencia angular de hasta 50º. 

Al contrario de lo que sugiere Carson, ningún científico ha defendido la extendida teoría del origen extraterrestre de las pirámides. La reinvención de las pirámides a principios del pasado siglo es el mejor signo de cuáles son las creencias de nuestra época de consumo sin fin, Antoine Bovis aseguró que la forma de la pirámide, reproducida a escala, permitía conservar la carne por sus poderes especiales. Pronto, a esa utilidad se añadieron otras como afilar navajas, envejecer el vino o purificar agua. Algo que ha sido repetidamente desmentido, pero que muestra bien la fascinación que aún produce hoy en día estas construcciones. 



FUENTE: El Confidencial 

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