Ausias March


Nacido en Beniarjó, municipio de La Safor (Valencia), hacia 1397 y fallecido el 3 de marzo de 1459 en la ciudad de Valencia.

Su poesía, culta y bella, fue de gran influencia en muchos poetas castellanos del siglo XVI, ya pertenecientes al Renacimiento, rompiendo con la tradición de los trovadores provenzales. Es un poeta culto, ávido lector de otros escritores, adquiriendo unos conocimientos que se reflejan en sus versos. Aunque la auténtica fuerza de su poesía está en sus propias dudas y contradicciones; sus conocimientos filosóficos sólo le sirven para analizar su estado de ánimo y darse cuenta de los problemas morales que le atormentan. Rechaza la retórica de los trovadores provenzales, demasiado artificial para su gusto. Él utiliza un lenguaje directo que llega muy pronto al entendimiento del lector. El rasgo que mejor define su estilo es su afición por las comparaciones, que en muchas ocasiones son inesperadas y sorprendentes.

Hijo de Pere March, poeta, del que recibió desde niño una buena educación, relacionada con la literatura. En su familia era normal el cultivo de la poesía: su tío Jaume también fue un excelente poeta. Pertenecía al sector más bajo de la nobleza, el de los caballeros. En 1415, dos años después de morir su padre, intervino en las cortes de Valencia presididas por el rey Fernando I, dentro del grupo, o estamento, de los caballeros, aunque todavía como doncel, puesto que aún no había sido armado caballero. Cuatro años después, en 1419, aparece mencionado en los escritos con el tratamiento de mossen, lo que nos dice que ya había sido armado caballero. Este importante rango social le obligó a participar en muchas acciones militares por el Mediterráneo. En su obra poética abundan las imágenes marineras procedentes de estas campañas. Ausias March fue recompensado con tierras y títulos honoríficos por la valentía que demostró en la lucha armada.

Hacia 1425 se retiró a Gandía, donde llevó la vida típica de los grandes señores feudales, a pesar de que el feudalismo estaba ya en plena decadencia. Fue nombrado halconero real, encargado de cuidar las aves de caza que el rey de Aragón criaba en la Albufera de Valencia. Como todos los grandes señores, tuvo conflictos con sus vasallos, a los que no trató demasiado bien.

En 1437, a la edad de cuarenta años, se casó con Isabel Martorell, hermana del gran escritor valenciano, Joanot Martorell, pero el matrimonio sólo duró dos años, ya que Isabel murió en 1439. Cuatro años después se casó por segunda vez, ahora con Joana Escorna, de la que enviudaría en 1454. No tuvo hijos en ninguno de sus dos matrimonios, pero sí fue padre de, al menos, cuatro bastardos que fueron fruto de sus relaciones con otras mujeres.

En su poesía destaca el tema amoroso, pero también la religión y la moral. Es un escritor profundamente espiritual, preocupado por las relaciones entre elementos opuestos como el alma y el cuerpo, o la razón y los sentidos.


Ausias escribió ciento veintiocho poemas que le convirtieron en el primer poeta en lengua catalana. Hasta entonces, los poetas del reino de Aragón estaban muy influidos por los trovadores provenzales, e incluso escribían sus poemas en provenzal. March es el primero en utilizar un catalán puro, casi sin palabras provenzales ni vocablos propios de su tierra natal, Valencia.

Su originalidad también se aprecia dentro de los temas que trata. En su poesía amorosa, no habla de una mujer idealizada, casi perfecta, como la de los trovadores provenzales o los grandes poetas medievales italianos, como Dante Alighieri o Petrarca. Al contrario, sus mujeres son de carne y hueso, viven intensamente la pasión amorosa, pecan e incitan al poeta a pecar. En sus versos amorosos, Ausias March elogia el amor puro y espiritual, pero reconoce que la mujer amada le provoca deseos sexuales. Muchos de sus poemas de amor estaban dedicados a una de sus amantes, llamada Teresa Bou que, al parecer, estaba casada con otro hombre.

Otros poemas suyos, los Cants de mort (Cantos de muerte) están inspirados por el dolor que le causó el fallecimiento de su segunda esposa. En general, esta preocupación por la muerte y la vida eterna, sumada a sus contradicciones entre el amor puro y el deseo sexual, le provocaron muchas inquietudes que aparecen reflejadas en sus versos. Pero, sin duda, su obra maestra es Cant espiritual (Canto espiritual), escrito en verso blanco para evitar que el sentido sea alterado por la exigencia del metro; es un monólogo donde el autor explica que más que amar a Dios lo que le pasa es que le teme. Utilizó el endecasílabo provenzal con cesura después de la cuarta sílaba, las octavas en las rimas cruzadas y las encadenadas.

Tumba de Ausias March


Pues que sin Ti, a Ti ninguno alcanza,
dame la mano, del suelo levántame;
y aunque la mía no tienda a la tuya,
aunque sea a la fuerza arrástrame hacia Ti
A tu encuentro quería yo salir;
no sé por qué no hago lo que quiero;
pues cierto que mi voluntad es libre
e ignoro quién impide mi deseo.

Quiero alzarme, mas no hago lo bastante:
y es la causa el peso de mis terribles culpas;
antes de que la muerte concluya mi proceso,
dígnate, Señor, que tuyo sea, pues serio quiero;
haz que tu sangre mi duro corazón ablande:
de mal semejante a otros muchos ella curó.
Tu tardanza denuncia tu enojo;
tu piedad no halla en mí lugar.

No pequé tanto con el entendimiento
como he cargado mi voluntad de culpa.
¡Ayúdame, Señor! Mas locamente te ruego,
pues tú no ayudas sino a quien a sí mismo se ayuda,
ya cuantos a Ti se acercan
no les fallas, bien lo muestran tus brazos.
¿Qué haré, si no merezco tu ayuda,
pues sé que no me esfuerzo tanto como pudiera?

¡Perdóname que te hable locamente!
A la pasión se deben mis palabras.
Siento pavor del infierno, al cual me llevas;
quisiera volverme, y no dispongo de mis pasos.
Mas también recuerdo que redimiste al Ladrón
(tanto cuanto es claro que no bastaban sus obras);
allá donde le place, sopla tu espíritu:
ni cómo ni por qué saben los humanos.

Aunque mal cristiano sea por mis obras,
no te guardo ira, ni de nada te inculpo;
cierto sé que siempre obras bien,
y bien haces tanto dando vida como muerte:
todo es lo mismo si brota de tu poder,
por lo que loco es quien contra Ti se yergue.
Amor al mal, ignorancia del bien,
tales son las razones por las que el hombre te desconoce.

A Ti te pido que mi corazón fortalezcas,
a fin de que mi voluntad a la tuya se ligue;
y pues sé que el mundo no me aprovecha,
dame fuerzas para abandonarlo del todo,
y del placer que el bueno en Ti gusta,
alcánzame tan siquiera una migaja,
para que mi carne, que se me subleva,
quede satisfecha y deje de acosarme.

¡Ayúdame, Señor, que sin Ti no puedo moverme,
pues mi cuerpo más que paralítico está!
Tan arraigados están en mí los malos hábitos,
que el sabor de la virtud me resulta amargo.
¡Oh Señor, piedad! Renueva mi naturaleza,
que mala es por mi gran culpa;
y si muerto puedo redimir mi falta,
sea la muerte mi dulce penitencia.

Te temo más que no te amo,
y ante Ti me confieso de esta culpa;
turbada está mi esperanza,
y en mi interior hay una terrible lucha.
Te veo justo y misericordioso;
tu voluntad concede gracia al sin méritos,
y sin méritos los dones das y quitas a capricho.
¿Quién será tan justo, cuánto más yo, que no te tema?

Si el justo Job a Dios temía tanto,
¿qué no haré yo que en mis culpas nado?
Cuando pienso en el infierno donde el tiempo no existe,
se me muestra cuánto los sentidos temen.
El alma, que para contemplar a Dios fue hecha,
contra su Señor, blasfemando, se rebela.
No es el hombre quien tan gran mal ama;
entonces, ¿dónde está quien hacia tal parte camina?

Ruégote, Señor, que mi vivir acortes
antes de que peores casos me sucedan;
en dolor vivo haciendo vida perversa,
y temo aquella muerte que es eterna.
Pues aquí con mal, y allá con pena sin fin.
Tómame en el instante en que mejor me halles;
el retardarlo, no sé qué finalidad tiene;
no ha reposo quien el viaje ha de emprender.

Me duelo de no dolerme tanto como quiero
del dolor infinito, del cual dudo;
pues tal dolor no lo ampara la naturaleza,
ni puede medirlo el hombre, ni menos sentirlo.
Si es así, pobre parece mi excusa,
cuando de mi daño, que tanto es, no me espanto.
El cielo pido, y no lo aprecio lo bastante:
gran falta tengo de miedo y de esperanza.

Por más que irascible te presentes,
ello sólo es debido a nuestra ignorancia;
tu voluntad siempre es clemente,
el mal que muestras es bien inestimable.
Perdóname, Señor, si de algo te culpé,
pues me confieso ser el único culpable;
con ojos humanos juzgué tus hechos:
¡quieras darle luz a la vista del alma!

Mi voluntad a la tuya es contraria,
y enemigo tuyo soy queriendo ser amigo.
¡Ayúdame, Señor, pues me ves en tal aprieto!
Me desespero si mis méritos mides;
me enoja el que mi vida se prolongue,
y mucho dudo de que tenga término;
en dolor vivo, pues mi deseo no es firme,
y alterado en mí está el equilibrio.

Tú eres la meta donde todo acaba,
y no es final si en Ti no termina;
Tú eres el bien donde todo bien se mide,
y no es bueno quien a Ti, Señor, no se parece.
A quien te complace, dios Tú le llamas;
para que se te asemeje, mayor grado de hombre le das;
es justo, pues, que quien al diablo complace,
tome el nombre de aquel a quien se conforma.

Si algún fin en este mundo se halla
no es auténtico fin, ya que no hace al hombre feliz:
sólo es el principio donde lo otro termina,
según el curso que podemos entender los humanos.
Los filósofos que el final pusieron
en sí mismos, está visto que son seres discordes:
señal cierta de que en la verdad no se fundaron;
por consiguiente, al hombre no satisfacen.

La ley judaica por sí misma no bastaba
(no se entraba con ella en el Paraíso),
sino en cuanto fue principio de la nuestra,
por lo que puede decirse que las dos son una.
Así, toda meta totalmente humana
no da reposo ni término al deseo,
mas tampoco sin ella el hombre alcanza la otra;
San Juan anunció la llegada del Mesías.

No tiene reposo quien otro fin persigue,
pues la voluntad en nada más descansa;
es cosa sabida, y no caben sutilezas,
que, si no es en Ti, el deseo no termina.
Así como los ríos a la mar se apresuran,
así todos los fines en Ti se cumplen.
Puesto que te conozco, ayúdame a amarte.
¡Que el amor venza al miedo que te tengo!

Y si tanto amor como quiero no siento,
aumenta mi miedo para que, temiendo, no peque,
pues no pecando, perderé aquellos hábitos
que en mí fueron la causa de no amarte.
Mueran quienes de Ti se apartaron;
casi me dieron muerte y me impiden vivir.
¡Oh Señor! Haz que mi vida se prolongue,
ya que creo que hacia Ti camino.

¿Quién me enseñará a excusarme ante Ti,
cuando tenga que rendirte mis mal ordenadas cuentas?
Tú me diste un camino derecho,
y yo hice de la regla una hoz muy curva;
enderezarla quiero, mas preciso tu ayuda.
Ayúdame, Señor, pues débiles son mis fuerzas;
deseo saber qué destino me reservas:
para Ti es presente, pero para mí incierto futuro.

No te pido que me des salud corporal
ni bien alguno natural o de fortuna,
pero sí que tan sólo a Ti, Señor, te ame,
pues bien cierto sé que el mayor bien de ello nace.
Por consiguiente, no siento altas delectaciones
ya que no me hallo bien dispuesto a sentirlas;
pero hasta el más grosero de los hombres sabe
que, sobre todos, el mayor bien es deleitable.

¿Qué día será en que la muerte ya no tema?
Será cuando de tu amor yo me inflame,
y ello no es posible sin menospreciar la vida;
haz que por Ti yo desprecie la mía.
Debajo de mí, entonces, estarán las cosas
que ahora veo pasar sobre mis hombros;
quien no teme a las garras del fiero león,
mucho menos temerá al aguijón de la avispa.

Ruégote, Señor, que me hagas insensible
para que nunca más ciertos deseos sienta,
no tan s61o los feos que te contrarían,
sino también aquellos que te son indiferentes.
Tal deseo, para poder pensar sólo en Ti
y poder buscar el camino que a Ti lleva;
hazlo, Señor, y si de esto me arrepiento,
encuentre ya para siempre tus oídos sordos.

Quítame el dolor de ver cómo pierdo el tiempo,
pues, doliéndome, no puedo amarte como deseo
y quiero hacerlo aunque la costumbre me lo impida;
en tiempos pretéritos me cargué de culpas.
Tanto valgo yo como otros que no te sirvieron,
ya ellos diste no menos bien del que te pido;
por ello te suplico, Señor, que entres en mi corazón,
ya que en otros más abominables penetraste.

Católico soy, mas la Fe no me da calor,
pues la apaga el lento frío de los sentidos.
Mas ya dejo lo que mis sentidos sienten
y en el Paraíso creo por fe, pero con razón juzgo.
La parte del espíritu está pronta,
Imas la de los sentidos sólo arrastrándola se acerca;
socórreme, pues, Señor, con el fuego de la fe,
hasta el punto en que mi parte fría se abrase.

Tú me creaste para que mi alma salvara,
y quizá sepas que haré precisamente lo contrario.
Si es así, ¿por qué, entonces, me creaste,
ya que en Ti reside el saber infalible?
Devuelve mi ser a la nada, te lo suplico;
preferible es a una eterna y oscura cárcel;
como quisiste decir acerca de Judas, yo creo
que mejor sería no haber nacido hombre.

¡Preferiría, habiendo recibido el bautismo,
no haber tornado a los brazos de la vida,
sino haber pagado a la muerte mi deuda,
con lo que ahora no viviría ya en la duda!
Más temen los humanos al infierno
que no los placeres del Paraíso juzgan;
lo que padecemos, de aquel padecer es ejemplo,
mientras el Paraíso sin sentirlo se juzga.

Dame fuerzas para tomar de mí venganza;
contra Ti obré, y con gran culpa.
Y si no lo consigo, castiga mi carne,
pero no toques mi espíritu, hecho a tu semejanza;
y, sobre todo, que mi fe no vacile
y que no tiemble mi esperanza:
no me faltará la caridad, si permanecen firmes,
y si por mi carne te pidiera, no me escuches.

¡Oh! ¿Cuándo será que mis mejillas moje
con el agua de un llanto de dulces lágrimas?
La contrición es la fuente de donde manaran:
tal es la llave que el cerrado cielo nos abre.
De la contrición, nacen las amargas,
pues antes en temor que en amor se fundan;
pero, pese a todo, dame de éstas en abundancia,
pues son camino y vía para llegar a las otras.



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