Alfonso III el Reformador, dinastía de borgoña, rey de Portugal desde 1248 a 1279


    Nacido en Coimbra el 5 de mayo de 1210. Bajo su reinado, fueron restringidos los abusos de la Iglesia y la nobleza, se abrió a los concejos la participación en la política del reino y se llevó a cabo una profunda reorganización administrativa y de la Hacienda pública. 

    Miembro de la Dinastía de Borgoña, Alfonso III fue hijo de Alfonso II el Gordo y de doña Urraca y hermano del rey Sancho II el Capelo. En 1227 viajó a Francia y se alojó con su tía, la reina doña Blanca de Castilla. El infante casó con la condesa viuda Matilde de Bolonia en 1238, convirtiéndose en conde de Bolonia y en vasallo de Luis IX de Francia. Luchó al servicio del rey francés contra Enrique III de Inglaterra, jugando un destacado papel en la batalla de Saintes de 1243. 

    Mientras esto acontecía, en Portugal, una parte de la nobleza y del alto clero se levantaron contra el rey Sancho II el Capelo, al que culpaban de permitir el desorden, afirmando que era incapaz para el gobierno. El arzobispo de Braga y el obispo de Oporto consiguieron que Inocencio IV proclamase la deposición del monarca, gesto que servía al papa para mostrar su poder a su principal enemigo, el emperador Federico II. Para hacer efectivas las decisiones de la Curia se ofreció la corona portuguesa al infante don Alfonso, comenzando las negociaciones a finales de 1244; a principios del año siguiente, los prelados juraron obediencia a don Alfonso, a la vez que Inocencio IV excomulgaba a Sancho II. El infante tomó el título de regente, que conservó hasta la muerte de su hermano. 

    El problema era cómo podía abandonar Francia y partir hacia Portugal con un ejército, sin motivos; el papa solucionó esto promulgando una bula de cruzada para la Península Ibérica (era la época de la cruzada de San Luis), otorgando indulgencias a todos aquellos que se uniesen a don Alfonso y ordenando a todos los vasallos de la Corona portuguesa que obedeciesen al infante como gobernador del reino. Don Alfonso, que en París había aceptado vejatorias condiciones para poder acceder al trono, llegó a Lisboa a comienzos de 1246, pero la toma del poder no fue sencilla. Tomó el título de “visitador e curador do Reino” y recibió la adhesión de Lisboa y, del sur del país; mientras el norte se declaró partidario de Sancho II, que, con su valido, Martim Gil, opuso una tenaz resistencia. El rey pidió ayuda al infante de Castilla, el futuro Alfonso X, y los ruegos del príncipe castellano hicieron que Inocencio IV, que cada vez recelaba más del duque de Bolonia, reconsiderase la deposición del monarca. No le sirvió de nada a don Sancho, que murió en enero de 1248. 


    Tras la muerte de su hermano, Alfonso III fue proclamado rey. Los antiguos partidarios de don Sancho II se vieron obligados a emigrar de Portugal para evitar las represalias del nuevo monarca, que confiscó las tierras de muchos de ellos y las entregó a sus afines, en especial al canciller Esteban Anes y a don Juan Pérez de Aboim, a los que encomendó el gobierno del Alentejo meridional y las tierras del Algarve, recién conquistadas por las órdenes militares. Los que permanecieron se vieron obligados a pactar con el monarca, que también normalizó las relaciones con Castilla, firmando una tregua de cuarenta años con Fernando III y obteniendo el reconocimiento del dominio del Algarve. 

    Pero con la subida al trono de Alfonso X en Castilla, el Algarve volvió a ser territorio en disputa. La campaña emprendida por el rey Sabio en 1252, no resolvió nada, y fueron las negociaciones entre los dos monarcas peninsulares las que pusieron fin al conflicto: Alfonso III recibiría el Algarve en propiedad, mientras que las rentas que produjese la región irían a parar a las arcas castellanas. En todo caso, Alfonso X no ejerció dominio alguno sobre el Algarve a lo largo de todo su reinado. En las negociaciones de paz se acordó también el matrimonio de Alfonso III con doña Beatriz, hija bastarda de Alfonso X. El matrimonio se llevó a cabo después de la muerte de la reina doña Matilde

    Alfonso X recibió de la Santa Sede en 1265 el derecho a cobrar la décima sobre los rendimientos eclesiásticos de toda la Península, para poder acometer la cruzada. Existía, sin embargo, una restricción: el castellano no podría cobrar las décimas del reino de Portugal si Alfonso III estaba enfrascado en guerras contra los musulmanes, que no era el caso, o si éste accedía a colaborar con su suegro en la cruzada. El portugués mostró afán de colaboración y envió a su hijo, el infante don Dionis a visitar a su tío abuelo; por lo que Alfonso X cedió a don Dionis el Algarve, que quedó incorporado a Portugal de forma definitiva. 

    Una vez afianzado en el poder, Alfonso III revocó las condiciones que había aceptado en París ante la Iglesia, para obtener el trono, lo cual originó enfrentamientos entre la Corona y la Iglesia. El rey mantuvo un pleito con el obispo de Oporto, al que condenó a pagar una indemnización por el cobro irregular de unos derechos aduaneros. Más tarde, con el fin de reconciliarse con el estamento eclesiástico, don Alfonso levantó las multas a la sede de Oporto. Esto ocurrió en las Cortes de Leiria, reunidas en abril de 1254. Estas cortes tuvieron una especial importancia, porque fueron las primeras en las que el pueblo estuvo representado a través de procuradores y delegados municipales, mientras que las cortes anteriores habían estado compuestas exclusivamente por el nobleza y el alto clero. Las cortes de Leiria marcaron el comienzo de una colaboración entre la Corona y el pueblo, que se desarrolló enormemente en la época del rey don Dionis. En Leiria, los concejos presentaron sus quejas y el rey confirmó donaciones o dictó reparaciones a los daños inferidos a algunos monasterios. 

    Los esfuerzos de Alfonso III por proteger a los colonos y a los miembros de los concejos y por reconducir la política tributaria perjudicaron los intereses de la nobleza y el clero. En especial, las providencias dictadas en 1265 cayeron muy mal entre los grandes señores y el clero regular y secular, siendo el sustento de las guerras que agitaron el país durante los últimos años del reinado de don Alfonso. El rey mantuvo violentas luchas con los nobles del norte de Portugal. La Iglesia también reaccionó contra las medidas reales; de los nueve prelados que componían la diócesis de Portugal, siete se pusieron en contra del rey y lanzaron el interdicto sobre el reino, a la vez que solicitaban el respaldo pontificio. Las negociaciones entre el rey y la Curia romana se dilataron, hasta que el 4 de septiembre de 1275 fue expedida la bula de Regno Portugaliae, en la que el papa amenazaba al rey con la excomunión si no se atenía a las estipulaciones de París y cedía a las exigencias del clero. La excomunión llegó, pero no tuvo efectos políticos. El rey siguió desarrollando la misma política hasta el final de sus días, aunque, antes de morir, hizo jurar a su heredero, don Dionis, que respetaría los mandatos apostólicos y las inmunidades eclesiásticas. Alfonso III murió el 16 de febrero de 1279, tras penosa enfermedad, siendo enterrado en Alcobaça. 

    La pujanza de la economía permitió al rey sustituir algunos de los antiguos impuestos en especie por impuestos en moneda. Además, en 1258 muchos de los bienes usurpados con anterioridad fueron reincorporados a la Corona, que pudo mejorar el sistema recaudatorio. En las Cortes de Coimbra de 1261, Alfonso III instituyó un tributo general sobre la propiedad; este impuesto, que ha sido considerado por algunos historiadores como una concesión del pueblo, no como un logro del monarca, sirvió para la acuñación de moneda de plata nueva, con el mismo valor que la anterior moneda, pero con un valor intrínseco muy inferior. Para poner en práctica la circulación de la moneda nueva se instituyó un impuesto cuyo objetivo era rescatar la moneda antigua. 


FUENTE: www.mcnbiografias.com

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