Lucio Cornelio Sila (82 a 79 a.C.)

 


La Roma que encontramos en el siglo I a.C. era un lugar donde la República, a pesar de su aparente estabilidad, se enfrentaba a una, cada vez más creciente, crisis política, social y militar. En lo referente a la estructura política, se basaba en un sistema basado en magistraturas anuales, donde el Senado actuaba como el principal órgano legislativo, aunque la creciente desigualdad social, los conflictos con las provincias y las luchas entre las facciones del poder, donde los optimates (aristocracia) y los populares (líderes que buscaban el apoyo de las clases bajas), estaban socavando dicha estabilidad. En este contexto Lucio Cornelio Sila emergió no solo para representar una facción, sino para imponer un cambio radical que afectaría el futuro de Roma.
    Lucio Cornelio Sila pertenecía a la antigua y patricia familia de los Cornelio, aunque en el momento de su nacimiento, estaba lejos de glorias pasadas, ya que había sido una de las más prestigiosas de Roma, aunque en esos momentos, tanto su fortuna como su poder se habían visto menguadas de consideración. Su madre, perteneciente a la alta aristocracia, proporcionó a Lucio una educación acorde con su estatus, a pesar de la considerable falta de recursos.
    A pesar de esa situación humilde comparada con otros nombres de la época, Sila demostró, pronto, una extraordinaria habilidad para forjar alianzas estratégicas, utilizando las circunstancias en su beneficio, lo que sería clave para su ascenso político y militar. La familia Cornelia, a pesar de su situación actual, continuaba siendo respetada, lo que permitió a Sila abrirse camino en la sociedad romana.
    Sus primeros años fueron marcados por un distanciamiento de las responsabilidades políticas. Fue conocido por su amor por los placeres mundanos, un carácter relajado que contrasta fuertemente con la figura del líder militar que más tarde llegaría a ser. Durante este período, el joven Sila, estuvo muy alejado de los ideales republicanos que dominaban la política romana, prefiriendo la vida hedonista propia de la aristocracia. Sin embargo, este periodo de su juventud no significó la falta de talento ni ambición en el joven Cornelio. Al parecer, Sila poseía una educación sólida en lo referente al ámbito militar y político, lo que le permitió comenzar su carrera pública con posibilidades para ascender. También se vio influenciado por las tensiones sociales que recorrían Roma, lo que terminaría dirigiendo su visión política a la restauración del poder de la aristocracia y la supresión de la influencia popular en el Senado.
    A lo largo de su juventud, adoptó un estilo de vida relajado y de cierto libertinaje, participando en banquetes, juegos y excesos, lo que le granjeó una mala reputación, pero a la vez, una gran capacidad de conectar con diferentes sectores sociales. Aunque se puede considerar que su juventud fue poco ejemplar desde un punto de vista moral, este comportamiento reflejaba su naturaleza compleja y pragmática. Según Sila, el poder no se ganaba solamente a través del cumplimiento de las estrictas normas de la sociedad romana, sino mediante la habilidad para manipular las circunstancias a su favor. Lo que comenzó como una etapa de ocio y placer, serviría como base de su futura carrera. Una vez adulto, conocedor de la importancia de la política, comprendió que la verdadera lucha estaba en la arena política y militar, no en la vida disipada que había disfrutado hasta entonces. Aunque, criticado por su comportamiento en sus años jóvenes, esta faceta le permitió forjar las relaciones necesarias con aquellos que serían sus aliados más tarde en la lucha por el poder en Roma.





Lucio Cornelio Sila comenzó su carrera política y militar a los 30 años, un inicio tardío en comparación con otros contemporáneos. En el 108 a.C., fue nombrado cuestor, el rango más bajo dentro de la jerarquía política romana. Como cuestor, fue asignado a la campaña emprendida en el norte de África contra el rey Yugurta de Numidia, que había desafiado a la autoridad romana, protagonizando diversos conflictos en las provincias. Durante esta guerra, Sila mostraría sus dotes diplomáticas y su astucia política logrando que el rey Bocco de Mauritania entregara a Yugurta, lo que le permitió ganarse los honores de la victoria y recibir elogios por su contribución, mientras que Mario, el comandante supremo, quedaba en una posición incómoda. Esta victoria no estuvo exenta de tensiones, ya que acentuó la competencia entre Sila y Mario., el cual comenzó a desconfiar de Sila, deteriorándose la relación entre ambos, lo que marcaría la carrera de Sila. Sin embargo, su habilidad diplomática, fue comienzo de una serie de éxitos militares que cimentarían su reputación como uno de los generales más astutos de su tiempo.
    A lo largo de la década de los 100 a.C., participó en la campaña contra los cimbrios y los teutones, dos tribus germánicas que amenazaban el dominio romano en el norte de Italia. A pesar de la desconfianza de Mario, demostró, una vez más, sus habilidades militares al unirse al ejército de Cátulo, otro de los generales romanos. Durante la Batalla de Vercellae, el año 101 a.C., Sila luchó junto a Cátulo, acción decisiva para la victoria romana, que también consolidó aún más su posición como líder militar competente y le permitió alcanzar la codiciada posición de pretor en 93 a.C.
    El año 90 a.C., se desató la Guerra Social, un conflicto que resultaría crucial para la supervivencia de Roma. Las poblaciones itálicas exigían el derecho a obtener la ciudadanía romana, algo que fue rechazado por el Senado. Como líder militar se encargó de una parte importante en la lucha contra los rebeldes itálicos, derrotando a los samnitas y otros pueblos en el sur de Italia el 89 a.C. Esta victoria no solo le dio mayor renombre, sino que le permitió ganar la confianza del Senado. Tras finalizar la Guerra Social, el año 88 a.C. fue elegido cónsul, un logro político que le permitió alcanzar el pináculo de su carrera. Pero su ascenso no fue bien recibido por todos. En ese momento, Roma estaba dividida entre dos facciones rivales: los optimates, como Sila, que apoyaban a la aristocracia tradicional, y los populares, que, apoyados por las clases bajas, habían llegado a un acuerdo con Mario, líder de este último grupo. En cuanto asumió el consulado, Sila se encontró con un problema: el tribuno de la plebe, Sulpicio Rufo, presentó una ley que pretendía excluir a todos los senadores que tuvieran deudas superiores a los 2.000 denarios. Esta ley fue percibida como un ataque a los intereses de los optimates, y Sila, al verse obstaculizado por los populares, se opuso ferozmente a la propuesta. En lugar de dejar que la ley pasara, utilizó su posición para bloquearla, convocando repetidamente días festivos, lo que evitaba que la Asamblea pudiera reunirse y votar sobre la propuesta. Esto le permitió ganar tiempo y mantener el control, pero también aumentó las tensiones con Mario, quien había comenzado a competir con él por el control de las tropas romanas.
    A pesar de estos conflictos internos, Sila fue designado para comandar la guerra contra Mitrídates VI Éupator, el rey del Ponto, quien había comenzado a expandir su territorio hacia el oeste, amenazando directamente los intereses de Roma en Asia Menor. El ejército de Sila partió hacia Oriente en el verano del 87 a.C., demostrando su capacidad para la estrategia al tomar Beocia, el Pireo y Atenas. Mientras tanto, la situación política en Roma se volvió más tensa, ya que los populares, liderados por Mario, decidieron que el control de la guerra debía ser entregado a uno de ellos. El 86 a.C., los cónsules enviaron a Valerio Flaco para reemplazar a Sila, el cual, no solo mantuvo el control del ejército, sino que, al regresar a Grecia, se enfrentó a Mitrídates en una serie de batallas decisivas, como la Batalla de Queronea en el 86 a.C., donde sus fuerzas se impusieron de manera decisiva. Posteriormente, en Orcomeno, volvió a demostrar su superioridad militar. Un año después, alcanzó la paz con Mitrídates, consiguiendo una serie de concesiones favorables para Roma, que incluía la devolución de los tronos de Bitinia y Capadocia a los aliados de Roma, y la entrega de 70 naves y 2.000 talentos. Esta victoria consolidó aún más su posición y le permitió centrarse en los problemas internos de Roma.
    El año 83 a.C., a su regreso a Italia, encontró que la situación en Roma se había deteriorado considerablemente. Los populares, apoyados por Mario y otros líderes, habían tomado el control de la ciudad, y sus seguidores comenzaron a perseguir a los optimates. Sila, decidido a recuperar el control de Roma, reunió sus tropas y marchó hacia la ciudad. Al mando de un ejército experimentado, se enfrentó a los enemigos en una serie de batallas en el sur de Italia, donde, a pesar de ser inferiores en número, logró infligir una serie de derrotas decisivas a los ejércitos enemigos. La guerra, que estuvo marcada por la violencia, culminó el 82 a.C., cuando pudo tomar Roma. Con su victoria eliminó a muchos de sus rivales políticos, incluyendo a los partidarios de Mario, y la restauración del control del Senado romano.
    Tras su victoria, Lucio se consolidó como el hombre más poderoso de Roma; y ese mismo año, el Senado, decido a su presión, aprobó la Lex Valeria, que lo nombraba dictador con poderes extraordinarios y duración indefinida. Nombramiento que le otorgaba una autoridad sin precedentes, además le confería el derecho sobre la vida de todos los ciudadanos, el control de las tierras públicas, y el poder para formar nuevas colonias. Se convertía así en la figura central del gobierno romano, y su dictadura se caracterizó por una serie de reformas constitucionales que transformarían la estructura política de Roma y sentarían las bases de su futuro declive.
    Una de sus principales preocupaciones como dictador fue la de restaurar el poder de la aristocracia romana, que había sido erosionado por los populares en las décadas anteriores. Sila consideraba que el gobierno de Roma debía ser dominado por una élite de nobles; uno de sus primeros actos fue aumentar el número de senadores de 300 a 600, lo que permitió que un mayor número de aristócratas pudieran acceder al Senado, fortaleciendo su control sobre la política de Roma. Reorganizó las magistraturas, elevando la edad mínima para el acceso a cargos como la pretura y el consulado, lo que favorecía a los miembros más experimentados de la clase aristocrática. Estableció nuevas reglas para el recorrido de cargos públicos por el que debía pasar todo político. De acuerdo con sus reformas, cónsules y pretores no podían ejercer mando militar en su primer año de mandato, al tiempo que limitaba el poder de los generales y aseguraba que los cargos de alto nivel no fueran usurpados por líderes populares. La legislación referente a las magistraturas, estipulaba que un cargo no podía repetirse hasta pasados al menos diez años, lo que limitaba el ascenso rápido de políticos sin experiencia o respaldo aristocrático. También atacó el poder de los tribunos de la plebe, que representaban los intereses de las clases bajas, reduciendo, considerablemente, los poderes de esta magistratura, que tradicionalmente había sido un contrapeso a las decisiones del Senado. Al reducir la capacidad de los tribunos para bloquear leyes o convocar asambleas, consolidó, aún más, el control de la aristocracia sobre el gobierno romano.
    Uno de los aspectos más infames de la dictadura ejercida por Sila fue la proscripción, un proceso por el que ordenó la ejecución de miles de sus enemigos políticos. Las proscripciones no solo incluyeron a los que se habían opuesto a su gobierno durante la guerra civil, sino también a cualquiera que pudiera representar una amenaza para su poder. Así, senadores, caballeros y ciudadanos de Roma fueron ejecutados sin juicio, y sus propiedades fueron confiscadas. Las listas de proscritos fueron publicadas, y aquellos que estuvieran incluidos en ellas podían ser asesinados sin consecuencias legales. Se estima que unos 40 senadores y alrededor de 1.600 caballeros fueron asesinados en ese período. Esta purga fue un golpe mortal para los populares consolidando, aún más, el control de los optimates en la política romana. Sila, no solo eliminó a sus enemigos cercanos, sino que también envió un mensaje claro de que su poder era absoluto y que no toleraría ninguna oposición.
    Además de las reformas políticas y sociales, también realizó una serie de cambios en el ámbito religioso; aumentando el número de pontífices y augures a quince, y reforzando la influencia de los sacerdotes dentro del gobierno. También reorganizó los cargos religiosos como los flamines y el rex sacrificorum, que pasaron a ser seleccionados de una lista propuesta por los pontífices. Esto reflejaba su deseo de tener control absoluto sobre todas las esferas del poder romano, no solo en lo político, sino también en lo espiritual.
    En cuanto al ámbito social, promulgó medidas más conservadoras que reforzaron las normas de moralidad romana; imponiendo castigos más severos para aquellos que violaran las leyes relacionadas con el lujo y la inmoralidad, siguiendo el ejemplo de las antiguas costumbres romanas. Asimismo, promovió leyes que castigaban el sacrilegio y la traición, y estableció tribunales especiales para juzgar estas ofensas. Emprendió una política de liberación de esclavos, lo que le permitió ganar el apoyo de una parte de la población más desfavorecida.
    Sila también dedicó esfuerzos a la reconstrucción de Italia, que había quedado devastada tras la guerra civil. En su esfuerzo por consolidar su poder asegurándose la lealtad de sus tropas, distribuyó tierras en Etruria y Campania entre sus veteranos, garantizándose su apoyo en futuras contiendas políticas. Esto permitió que la aristocracia se fortaleciera en las regiones rurales, donde los veteranos de guerra se convirtieron en nuevos terratenientes, aumentando su control sobre el campo italiano. También extendió la administración municipal por toda la península, otorgando mayor poder a los magistrados locales. Esta descentralización ayudó a garantizar que los gobiernos provinciales fueran leales a Roma, mientras que las colonias recién establecidas reforzaron la presencia de Roma en el centro y sur de Italia.
    A pesar de su éxito como dictador, Sila sorprendió a todos en el año 79 a.C. al renunciar a su poder y retirarse de la vida política. Tras años de dominio absoluto, decidió renunciar a todos sus poderes y retirarse a una villa en Cumas, en la región de Campania. Esta decisión de Sila fue, para muchos, desconcertante. Alcanzada la cima de su carrera, su retiro repentino fue visto por algunos como una señal de agotamiento, mientras que otros lo interpretaron como una búsqueda de paz tras años de guerra y violencia. Murió a principios del 78 a.C., víctima de una fiebre. Aunque su muerte fue relativamente tranquila, su legado siguió siendo objeto de debate. Para algunos, fue un restaurador del orden republicano y un defensor de la aristocracia romana, mientras que para otros, su dictadura marcó el comienzo del fin de la República.

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Ramón Martín


BIBLIOGRAFÍA: Mcn biografías, WikipediA, Biografíasyvidas.com, Universidad de Valladolid, Fandom


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