Batalla de Simancas

 


En el siglo X, la Península Ibérica se encontraba dividida entre los reinos cristianos del norte y el Califato de Córdoba al sur. Los reinos cristianos, en pleno proceso de expansión, buscaban recuperar los territorios ocupados por los musulmanes, un siglo antes. Por su parte, el Califato de Córdoba, bajo el liderazgo de Abderramán III, intentaba mantener su hegemonía y frenar el avance cristiano.

Abderramán, harto de las incursiones cristianas al sur del río Duero, decidió lanzar una gran ofensiva contra los cristianos. Su objetivo era debilitar a estos reinos, especialmente al Reino de León, que se había convertido en una amenaza creciente para el poder musulmán. Esta campaña, conocida como la «Campaña del Poder Supremo, o de la Omnipotencia (gazat al-kudra, pretendía ser un golpe decisivo que asegurara la supremacía del califato en la península. Su objetivo: Zamora, la plaza fuerte más importante del Reino de León.

El ejército musulmán, liderado por Abderramán III en persona, era una fuerza imponente. Las crónicas musulmanas exageran diciendo que contaba con 100.000 hombres, una cifra imposible para un ejército en la alta Edad Media. Estimaciones modernas, lo estiman en unos 35.000 hombres, la mayoría fursan (jinetes), pues la caballería era el arma más importante de la época en cualquiera de los ejércitos; era un ejército formidable para la época. Las fuerzas musulmanas incluían tropas regulares del califato, mercenarios bereberes y contingentes de distintos reinos vasallos. Por otro lado, las fuerzas cristianas estaban compuestas principalmente por tropas del Reino de León, lideradas por el rey Ramiro II, y contaban con el apoyo de contingentes del Reino de Navarra, condes castellanos y tropas venidas de Galicia, Asturias o Álava. A pesar de su inferioridad numérica, los cristianos tenían la ventaja de luchar en un terreno familiar y contaban con una motivación adicional al defender su propia tierra.





El ejército musulmán, bien armado y pertrechado, y confiado en su superioridad numérica, avanzó, a finales de junio de 939, para atacar Zamora. El califa, al advertir que el ejército cristiano le cerraba el paso en Simancas, se dirigió, pronto, hacia allí para ver de derrotar, definitivamente, al monarca leonés. El enfrentamiento comenzó el 6 de agosto del 939, en la margen derecha del río Pisuerga, al noreste de Simancas, prolongándose durante varios días con gran violencia, concretamente fueron cuatro días que concluyeron con la grave derrota califal. El ejército cristiano, a pesar de encontrarse en desventaja numérica, logró utilizar su caballería pesada de manera efectiva; aprovechando su conocimiento del terreno, consiguieron servirse de la existente falta de coordinación entre los caudillos musulmanes. Lo más característico de esta batalla fueron los intensos combates cuerpo a cuerpo y las tremendas cargas de caballería. Las bajas fueron cuantiosas en ambos bandos. El califa, viendo que el ejército cristiano mantenía la plaza de Simancas, decidió levantar el campamento, e iniciar una retirada con la intención de asolar las poblaciones ribereñas del Duero. Posteriormente se dirigió a Atienza, ya que necesitaba abastecer a sus tropas.

El ejército cristiano, una vez reorganizado, emprendió la persecución de los musulmanes. El 21 de agosto, las fuerzas cristianas tendieron una emboscada a las musulmanas en un barranco, que es conocida como batalla de Alhándega, en la que el ejército musulmán sufrió grandes pérdidas y se vio obligado a escapar en desorden. El propio Abderramán III estuvo cerca de ser capturado y tuvo que huir del campo de batalla, dejando atrás su cota de malla de oro y su famoso Corán personal.

La ubicación de esta batalla no está determinada, pero se cree que se dio en la provincia de Soria, cerca de Caracena.




La Batalla de Simancas tuvo profundas consecuencias para el equilibrio de poder en la Península Ibérica. Especialmente para el Reino de León, ya que supuso un importante impulso en su proceso de expansión hacia el sur. Pero lo más interesante es que la victoria reforzó la moral y la confianza de los cristianos en su capacidad para enfrentarse y vencer al poderoso Califato de Córdoba, ya que fue la primera derrota de al-Ándalus.

Para el Califato, la derrota en Simancas marcó el fin de su periodo de máxima expansión. Aunque Abderramán III logró mantener su poder, el prestigio del Califato quedó seriamente dañado. Esta batalla marcó el inicio de un largo periodo de declive del poder musulmán en la península, con altibajos. Abderramán al regresar a Córdoba, ordenó ejecutar a numerosos oficiales de su ejército por incompetencia, y además jamás volvió a encabezar una expedición de guerra.

Para conmemorar la victoria, el rey Ramiro II mandó realizar la Cruz de Peñalba, como agradecimiento por la intervención del apóstol Santiago en la batalla.

En lo estratégico, la batalla permitió a los reinos cristianos asegurar la línea del Duero como frontera. Con ello se facilitó la repoblación y consolidación de los territorios al norte de este río. Así quedaron sentadas las bases para expansiones hacia el sur en los siglos posteriores.



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Ramón Martín

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