El gran masturbador de Dalí
Realizado en 1929, es un óleo sobre lienzo de
110 x 150,5 cm. Se puede ver en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de
Madrid.
Este cuadro, formalmente
tiene las características de toda su pintura surrelista: una unidad equilibrada
a pesar del gran número de elementos que posee, y el espacio inmenso que junta
el cielo y la tierra en la lejanía. Dalí ya es surrealista y ello le
permite reflejar en sus obras su vida y todas sus obsesiones. Una de ellas
es el sexo. Profundo conocedor de los estudios de Freud, Dalí no esconde su
personalidad ni sus problemas que da a conocer tanto en sus cuadros como en sus
entrevistas. Esta personalidad abierta le diferencia de todos los otros
artistas del movimiento surrealista. En la obra todo tiene su significado
más o menos ambiguo.
El elemento central es su
autorretrato estilizado, pero con los rasgos más característicos de Dalí: cara amarilla como
la cera, una enorme nariz, rostro alargado. Un autorretrato que a partir de
ahora repetirá constantemente, estilizado pero reconocible: la gran nariz, el
color amarillento y cara alargada. Está claro que el protagonista de todas las
alegorías es él, y pegado a su figura hay numerosos elementos con significados
variados. Adheridos al autorretrato hay unos objetos: una langosta o
saltamontes enorme con el vientre plagado de hormigas, un anzuelo, una cabeza
de león, unos guijarros, conchas de playa, emergiendo de ese autorretrato de lo
que sería el cuello una figura de mujer de rasgos muy modernistas, rostro que
se aproxima a unos genitales masculinos enfundados en unos calzoncillos muy
ceñidos.
El tema de la masturbación
aparece en la mujer de estilo modernista que surge de su retrato y cuyo rostro
esta cerca de unos genitales masculinos escondidos en unos calzoncillos
ceñidos. Pegada a la mujer hay un lirio, que simboliza la pureza, una enrevesada
forma de definir a la masturbación como la relación sexual más pura. Como
es constante desde que la conoció, Gala aparece representada, en este caso en
la pareja que está abrazada debajo de la figura principal. Las
pestañas largas de todos los autorretratos de este estilo que se hizo Dalí
representan la esperanza de cumplir sus sueños.
Este cuadro es el compendio y
resumen de todas las obsesiones de Dalí, quien conocía la obra de Freud y ha
afianzado ya su relación con los Surrealistas por ello se permite utilizar,
aunque transformándolo a su antojo y para su conveniencia las ideas de Freud
pues en ellas encuentra las explicaciones a su personalidad, sus problemas y
obsesiones sexuales. Este cuadro es una autoafirmación, es el cuadro en el que
saca la luz pública sus más íntimas preocupaciones, hasta rayar en la osadía,
osadía que ningun otro miembro del grupo Surrealista se había atrevido a
mostrar. Es el Dalí que perdura hasta su muerte y al que los propios
surrealistas acabarían por expulsar de su círculo.
El cuadro juega, sobre todo,
con la ambigüedad de las imágenes. Esa ambigüedad que en principio pasa
desapercibida por la contundencia del dibujo, la claridad de las imágenes
utilizadas, cuando en realidad nada es lo que parece. Esta ambigüedad culmina con
la creación del método paranoico-crítico que está a punto de surgir y del que
este cuadro puede considerarse antecedente.
Todos los elementos son
simbólicos. Los saltamontes aterrorizan a Dalí desde su infancia y en este caso
se ha enfatizado la forma fálica del mismo, junto a las hormigas que simbolizan
la muerte, el impulso sexual sería su forma de superación. Un anzuelo como
atadura a la familia, el león como deseo sexual, usa piedras como su pasado,
una figura aislada como soledad... Dalí tenía grandes problemas de
definición sexual, García Lorca tuvo una conocida relación con él, pero nunca
quedo clara su implicación.
La implicación del deseo
sexual se representa en la cabeza del león, que se encuentra debajo de la
"fantasía fellatoria" que ahora ya se encarna en forma de mujer,
junto a un lirio, que tradicionalmente encarna la pureza, es decir, la
masturbación como la forma pura de la relación sexual. Su relación con Gala
está presente en esas figuras que al fondo del cuadro se abrazan, serían el
recuerdo de los paseos que dieron por la playa, los días que ella se quedó en
Cadaqués sin Paul Eluard, esta idea se reafirma con la presencia de piedras y
guijarros, es su recuerdo del pasado. El presente, la soledad que provoca esta
ensoñación está representada en la figura solitaria de la izquierda. Las
pestañas del autorretrato representarían la contraposición entre el sueño
anodino de una consumación física irremediable y el sueño esperanzador de que
nuestros deseos se cumplan.
Es un cuadro que frente a la
diversidad de elementos que contiene logra una gran sensación de unidad, a esa
sensación ayuda el tratamiento espacial que imprime Dalí en el cuadro y que
será el habitual de ahora en adelante. Fondos inmensos, con una línea del
horizonte baja o alta en el cuadro, pero siempre dos espacios que no se dividen
de forma cortante, sino que son una prolongación de cielo y tierra hacia un
entorno profundo, hacia un horizonte de profundidad inconmensurable, un espacio
que el francés Ives Tanguy lleva hasta sus últimas consecuencias logrando
plasmar horizontes infinitos sin por ello ocultar la planitud del cuadro.
Ramón Martín
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