Hablando de don Carlos III


    
    Una cosa tienen en común todos los Borbones, tal y como hemos podido ver y seguiremos viendo: la polémica. Queridos por unos y odiados por otros, en diferentes cantidades, según los gustos. Carlos III fue el rey de España al que más honras fúnebres celebraron en todos los rincones de la monarquía, el único cuya biografía fue escrita al poco de morir, por dos autores distintos. El último que supo mantener unido el imperio español y que fue respetado por los demás monarcas de Europa. Y a él se deben el himno nacional y la bandera roja y gualda.

    Antes de su reinado, no se conocían en España ni los belenes navideños, ni la lotería, ni la prensa de opinión. El pueblo conoció los saraos y las telas estampadas, las pelucas y los abanicos, las mantillas, las tarjetas de visita o los papeles pintados en las habitaciones.

    En cuanto a su apariencia personal, no era nada agraciado. Bajo de estatura, delgado y enjuto, de cara alargada, labio inferior prominente, ojos pequeños ligeramente achinados, su enorme nariz resultaba el rasgo más distintivo de toda su figura. A pesar de residir en la Corte, era un mal cortesano, no le divertían los espectáculos, ni la ópera ni la música. Su vida era metódica y rutinaria.

    Resulta ciertamente complicado encontrar manchas en su reinado, y si bien fue un rey absoluto, se rodeó de ilustrados, suprimió la Inquisición, expulsó a los jesuitas. Carlos III cambió la política de neutralidad de Fernando VI, aliándose con franceses e italianos para combatir a los ingleses, que amenazaban el imperio español. Recuperó para la patria Menorca en 1782, pero fue vencido ante Gibraltar. Contribuyó a la independencia de Estados Unidos para debilitar a Londres. El conde de Aranda, embajador en París, le advirtió de que el nacimiento la nueva república tendría consecuencias para la América española.

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