Alfonsos coronados

Los Alfonsos coronados de la monarquía española, son únicamente dos: Alfonso XII y Alfonso XIII, puesto que los anteriores Alfonsos, lo fueron de las monarquías castellana y leonesa. 

Comenzaremos pues con las pequeñas cosas, no relatadas en su anterior biografía, de Alfonso XII, que era un mozo moreno, bajito y bien parecido, con unas enormes patillas, muy a la moda prusiana. Al parecer, según algunos historiadores, su madre fue Isabel II, pero su padre no fue su esposo, Francisco de Asís, sino Enrique Puig Moltó. De salud andaba justito, y era comidilla diaria en todos los mentideros, su afición a las mujeres y a codearse con el pueblo bajo en tabernas y colmaos, al igual que su abuelo materno, Fernando VII. Su afición a las mujeres no se sabe, a ciencia cierta, si se debió a por tuberculoso o por Borbón, o por las dos cosas. 

Casó con su prima hermana María de las Mercedes de Orleáns y Borbón, de la que estaba muy enamorado. María de las Mercedes que era bajita, guapa y regordeta, murió antes de cumplir dieciocho años, cuando llevaba seis meses de casada, que fueron una prolongada luna de miel durante cual pasaron más de doce horas diarias en la cama. María de las Mercedes murió, como todos sus hermanos, por unas fiebres tifoideas provocadas por el agua de los pozos que abastecían el palacio sevillano de San Telmo. 

El rey volvió a casarse por deber de Estado ya que su segunda esposa, María Cristina de Austria, no era precisamente su tipo. Se vieron antes de la boda en la villa de Bellegarde Alfonso le confió al Duque de Sesto, que ponderaba las discretas virtudes estéticas de la novia: “No te esfuerces, Pepe, a mí tampoco me ha parecido muy guapa. Pero te habrás dado cuenta de que la que está bomba es mi suegra...” Alfonso nunca sintió verdadero amor por ella. Antes y después de casado, tuvo varias amantes esporádicas y una fija, fija, la cantante Elena Sanz. Mientras doña María Cristina se enamoró fervientemente de su marido. Se cuenta que, una de las últimas frases de su marido fue: “Cristina, guarda el coño y ya sabes: de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas”. Cuando murió su marido y se convirtió en regente, retiró la pensión que se le tenía otorgada a Elena Sanz. La antigua cantante, chantajeó al Gobierno con unas cartas íntimas del rey, el gobierno llegó a acuerdos con ella y le compró las cartas por una gran cantidad de dinero. 

El 8 de octubre de 1881, durante la inauguración de la línea férrea que unía Madrid y Lisboa, pasando por Cáceres, el rey Alfonso XII tuvo un despiste a la hora de pronunciar unas palabras, en las que vitoreó a la ciudad de Cáceres. Advertido rápidamente de su error, ya que no era ciudad sino villa, el monarca, muy digno, contestó: “Pues desde hoy es ciudad”. Y así fue, ya que pocos meses después, el 9 de febrero de 1882, Alfonso XII ratifico sus palabras y nombró oficialmente ciudad a la hasta entonces villa de Cáceres. 

Es de sobra conocido que el andaluz Antonio Cánovas del Castillo era el sostén ideológico de la Restauración, no solo fue un político de impresionante oratoria, era también un afamado historiador, conocedor de las casas reales anteriores en España, y sobre todo, apasionado del siglo XVII español. Por el contrario, Alfonso XII no era muy culto en Historia, con la excepción del mundo griego clásico, por lo que para intentar ser un buen monarca constitucional se hizo el firme propósito de aprender de todos los saberes. Esta vez le tocó a una obra sobre las monarquías medievales de lo que llegará a ser España, escritas por un clérigo que gozaba de alta estima en los círculos intelectuales. 

El Rey quiso comentar esta obra con su Presidente, ya que era conocida su sabiduría en este tema, pues no sabía si empezar por este volumen o por el de otro. Para abrir boca le comentó: 

-"Me han dicho que el libro es extraordinario"

Cánovas se hizo el sordo y no pronunció palabra alguna quizás para no ofender al Rey. Pero este ni corto ni perezoso, insistió para conocer la opinión de su mentor. Así que le preguntó directamente: 

-"A usted, ¿qué le parece?"

Don Antonio ya no se pudo contener, y replicó de la siguiente manera para demostrar que le parecía un panfleto: 

-"Yo lo tenía por sabio, pero desde que el buen señor ha tenido la debilidad de escribir he rectificado por completo mi juicio"

Era harto conocido que el joven Rey le gustaba salir con su ayo, don José Osorio (Pepe Alcañices para sus más conocidos o Duque de Sesto para los más formales y protocolarios), a dar una vuelta por las tabernas madrileñas por las noches para escuchar sin intermediarios los problemas cotidianos, las canciones y algunos comentarios sobre él. Y también para visitar a sus múltiples amantes, que también hay que decirlo. 

Parece ser que una de esas veces, embozado en una capa fue solo a una taberna y trabó amistad con algún borrachín. Otras versiones cuentan que el propio Monarca llevaba alguna copa de más y que tuvo que pedir un carruaje. Sea un borrachín o el que llevaba el carruaje la cosa es que Alfonso XII no volvió solo por las calles madrileñas hasta su residencia. 

Viendo que su caminata se terminaba al llegar al portalón que da a la Plaza de Oriente decidió despedirse de su acompañante. Quizás para causarle impresión o quizás para bromear un poco con él hizo una despedida altamente protocolaria: 

-"Buenas noches. Alfonso XII, Rey de España. Palacio Real, Madrid"

El otro no se arredró y lo tomó por un bromista o por un borrachín, así que ante el supuesto rey que estuvo acompañándole dijo con sorna: 

-"León XIII, El Vaticano, Roma"

Tras estas pequeñas anécdotas de Alfonso XII, pasaremos a relatar algunas de su hijo y sucesor, y por cierto, de momento, último Alfonso de los coronados en España, don Alfonso XIII. El rey Alfonso XIII, fue un muy digno sucesor de su abuela Isabel II, tan glotona y golfona que muchos aventuraron que con ella se rompería el molde de la afición obsesiva por los placeres, fueran estos satisfechos en la mesa o en lecho. Se equivocaban de medio a medio, porque el nietecito, superado el interregno de un padre inapetente y una madre de acrisolada virtud bajoventral, tomo la antorcha con fuerza para seguir dejando muy alto el listón de la tragonería bucal y genital, lo que para un Borbón no ha sido nunca asunto baladí. 

Cada día, el niño Alfonso desayunaba cuatro huevos pasados por agua, doce bizcochos, y un plato caliente a elegir o alternar pollo asado, dos chuletas de ternera, un buen filete de vaca, seis chuletas de cordero, dos tournedós o dos escalopes de ternera. En todos los casos, acompañados de una generosa ración de patatas fritas. La merienda no le iba a la zaga: una taza de consomé, una tortilla de diez huevos con patatas, pollo asado, seis lonchas de jamón serrano; ocho filetitos de lengua de ternera y doce rodajas de solomillo. 

Con eso se iba sosteniendo hasta las horas de comida y cena. A la mesa era un castizo de pies a cabeza y ponía por delante de cualquier cosa un buen cocido a la madrileña, pero también le entraba a los platillos franceses que se habían puesto en boga en todas las cortes europeas. En cambio, su esposa, Victoria Eugenia de Battemberg, era muy británica en sus gustos y no solía pasar del neutral roast beef y las pastas del té que en lugar de a las five o clock tomaba a las tres, por el aquello del tan actual cambio de horarios. 

Pero donde se cortó la verdadera tela fue en los placeres de Venus, que Alfonso disfrutó con su esposa lo justo y necesario para asegurar la descendencia borbónica, esta vez trufada de hemofilia heredada en origen de la reina Victoria. Alfonso XIII siempre hizo gala de señoritismo castizo en cliché borbónico, traducido esto a la buena mesa, a los automóviles de alta gama, a la hípica y otros deportes de elite, a la caza y a las mujeres. Coleccionó decenas de amantes de toda condición, tal que niñeras palaciegas, cantantes, y cupletistas, entre las que incluyó a la Bella Otero y a la actriz Carmen Ruiz de Moragas. En la soledad de sus aposentos disfrutó del más explícito cine porno, que entonces se llamaba sicalíptico, rodado a su gusto y medida. 

Al parecer fue Álvaro de Figueroa y Torres Sotomayor, conde de Romanones, a la sazón Presidente del Consejo de Ministros, quien encargó a los hermanos Baños, propietarios de la productora barcelonesa Royal Films, la producción de al menos tres películas, fechadas entre 1919 y 1923, cuyos originales se conservan actualmente en los archivos de la Filmoteca de la Generalitat Valenciana: “El confesor”, “Consultorio de señoras” y “El ministro”, y en las que el sexo oral ocupa lugar de grande protagonismo. 

Se cuenta que durante una cacería, el rey Alfonso XIII decidió permanecer un rato sentado a la sombra de un árbol para así poder descansar un poco, mientras sus compañeros de la partida de caza continuaron con la actividad. Al poco se paró frente a él un campesino que estaba de paso, quien le preguntó al monarca si era verdad que por allí andaba el rey y de ser afirmativo le podía indicar quién era, pues le gustaría conocerlo personalmente. Alfonso XIII se incorporó y pidió a aquel hombre que lo acompañara hasta donde se encontraba el resto de cazadores de la montería y podría averiguar quién era el rey porque todos los presentes estarían con sus cabezas descubiertas menos él. Al alcanzar al resto de la partida, todos se descubrieron ante el rey a excepción del campesino. 

-“Ahora ya sabe usted quién es el rey”- comentó Alfonso XIII 

A lo que el hombre contestó: 

-“Una de dos. O es usted o soy yo, porque somos los únicos que seguimos con el sombrero puesto”

A raíz del forzado exilio, tras la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931, la vida del rey cambió radicalmente en todos los sentidos, pero muy especialmente en el sexual. Mientras había sido monarca absoluto, pocas mujeres habían sido capaces de negarle sus favores de coyunda, pero alejado de su palacio madrileño las cosas cambiaron y más de una prostituta se permitió dejarle compuesto ante el insoportable hedor que salía de su boca, como consecuencia de la halitosis que padecía. Lo que no cambió fue su inveterada afición a la pornografía y al sexo duro. 

En otro orden de cosas, el rey quiso agradecer la lealtad y amistad de Pedro Gerardo Maristany y Oliver, nombrándolo Conde de Lavern, un título creado exclusivamente para él. Dicho nombramiento se hizo efectivo el 4 de enero de 1912 y el recién nombrado conde se lo tomó con buen humor y sin que se le subieran los humos a la cabeza, a pesar de que muchas de las personas de su círculo más cercano lo elogiaban por tan ilustre designación. Como las visitas a su domicilio, de aquellos que iban a felicitarlo y a hacerle la pelota, comenzaron a hacerse algo pesadas, con gran acierto y sentido del humor indicó a su criada que a partir de aquel momento a todos aquellos que fueran a visitarlo por el título les contestase lo siguiente: 

-“El señor conde no está en casa. Ha salido a probarse la armadura”

Otra anécdota sobre el simpático personaje del conde de Lavern y su recién nombrado título es la que explica que días después de su nombramiento se encontró con un amigo (algunas fuentes indican que era el propio Alfonso XIII) y le preguntó a qué se debía la mala cara que tenía, a lo que Maristany contestó: 

-“No sé, debe ser por el cambio de sangre”

Y dejamos aquí a estos dos castizos Alfonsos, el próximo capítulo estará dedicado al único Juan Carlos que ha lucido la corona real española.

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